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Columna
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Entre dos fotos

Era también enero, pero corría el año 2000. Madrid fue, como ahora, el escenario de la tragedia; la víctima, un militar. Los asesinos habían roto entonces otra tregua. Y salió Madrid a la calle con el mismo civismo con que acaba de hacerlo en este 2007. En la foto de aquella manifestación están la Cibeles y el Palacio de Comunicaciones al fondo, como en la de ahora aparece, por ejemplo, la Puerta de Alcalá, iconos de la ciudad que nos recuerdan de qué modo a esta capital, bombardeada por unos y por otros, tantas veces capital del dolor, le ha tocado con frecuencia la china siniestra del terrorismo.

En aquel Madrid de 2000, el alcalde que nos representaba tenía sus manos en una pancarta que decía: "Por la paz y la libertad: ¡terrorismo no!". Al lado de José María Álvarez del Manzano, un ex presidente del Gobierno de España, Felipe González, junto a otro ex presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, y al lado de éste, el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez. A Suárez le seguía el líder socialista de la oposición, Joaquín Almunia, y a su lado, recibiendo el apoyo inequívoco de todos, el que era presidente del Gobierno, José María Aznar. Este periódico sacó de sus archivos esa foto la semana pasada y recordamos con ella cómo salían entonces los demócratas a la calle, sin fisuras, y contra un enemigo común: ETA. No por haber negociado el Gobierno con la banda, ni siquiera por haberle hecho algunas concesiones, dudó nadie en prestar su voz al grito común de repudio.

Habrá que guardar las fotos de 2000 y 2007 por si alguna vez la unidad consigue derrotar a ETA
No es extraño, pues, que los madrileños se preguntaran en voz alta dónde estaba su alcalde

Hay, sin embargo, sustanciales diferencias entre aquella fotografía y la del sábado pasado, y por lo que a Madrid respecta, al menos una: en la pancarta de ahora no estaban las manos del actual alcalde de todos los madrileños. Y eso que dijo que para ir no le bastaba con un no al terrorismo, que quería un sí a la libertad, y fue atendido en su justa demanda para contar con él. No es extraño, pues, que los madrileños se preguntaran en voz alta dónde estaba su alcalde. Detrás de esa pregunta, había decepción, pero también afecto, extrañeza, orfandad; por la presidenta de la Comunidad, que también debe serlo de todos los madrileños, no supe de nadie que preguntara por ella ni la requiriera. Tampoco estaba, desde luego, el líder de la oposición, pero es que así como Almunia tenía claro en enero de 2000 qué es lo que pretendíamos todos, Rajoy, que últimamente tiene al parecer pocas cosas claras, según reiterada confesión, había decidido someter a sospechas de complicidad con los terroristas, no sólo al presidente del Gobierno, sino a los organizadores de la manifestación y a los manifestantes. No obstante, tiene razón al reconocer que después de haberse manifestado tanto con una parte de las víctimas del terrorismo contra la política terrorista del Gobierno, lo que no sucedía en torno al año 2000, se iba a entender poco que acudiera ahora a manifestarse sólo contra ETA. Pero, aun lamentado que en la foto de ahora no esté Rajoy, ni entender por qué José Luis Rodríguez Zapatero tampoco está en ella, como sí estuvo Aznar en el 2000, Rajoy es el presidente de un partido y se debe a unas estrategias en las que la lucha contra el terrorismo es fundamental por razones muy diversas y algunas de ellas cada día más claras. El alcalde de Madrid, sin embargo, dejó esta vez que los ciudadanos se representaran a sí mismos y que la parte de homenaje que le tocaba a Madrid como ciudad víctima la recogieran los madrileños sin contar con su regidor. Quizá no vio obligación institucional en esta respuesta ciudadana al terrorismo, pero hemos visto a nuestro alcalde en otras manifestaciones, conforme a las obligaciones que le imponía su partido. Tal vez es difícil delimitar cuándo un alcalde viste el traje que nos representa a todos y cuándo lleva la ropa partidaria. La confusión entre la institución y el partido es parecida a la que suele darse entre lo público y lo privado con nefastas consecuencias.

Habrá que guardar celosamente, pues, las fotos de 2000 y 2007 por si alguna vez la unidad de muchos consigue derrotar a ETA y hay que refrescar la memoria de los hermanos separados, entre ellos el alcalde. Pero mala cosa es para un alcalde que su pueblo se pregunte a gritos en los momentos malos dónde está y nadie conteste. Él tendrá sus respuestas en conciencia y los ciudadanos, abandonados, sus razones para señalar un vacío al que no encuentran explicación.

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