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Herederos por el listín telefónico

Aunque murió a los 42 años en circunstancias extrañas, Luís Carlos de Noronha Cabral da Câmara, un aristócrata portugués venido a menos, solitario, solterón y aficionado a los soldaditos de plomo y el alcohol, ha alcanzado la fama cuando ya lleva cinco años enterrado. Su excéntrico testamento, que ha sido dado a conocer este fin de semana en un reportaje del semanario Sol, le ha convertido en una celebridad. Para empezar, Luís Cabral decidió testar todos sus bienes a una edad inusual: cuando sólo tenía 29 años. Una mañana de septiembre de 1988, se presentó ante un notario lisboeta, y ante la sorpresa de la secretaria, pidió la guía de teléfonos y se puso a escoger nombres al azar. Cuando llegó a 70 personas, paró. "El notario le hizo varias preguntas para verificar su estado de salud mental, pero Luis era perfectamente consciente de lo que hacía", ha contado Aníbal Castro, un viejo amigo de Cabral que firmó el testamento como testigo. El excéntrico benefactor, que fue vendiendo el patrimonio familiar y nunca tuvo la ocurrencia de trabajar, murió 13 años después. El 3 de septiembre de 2001, su cadáver fue encontrado en la cama de su casa por un vecino de Calvos, parroquia de la ciudad norteña de Guimaraes; Luís Cabral estaba tumbado en la cama entre un charco de sangre, tenía un golpe en la cabeza y había colgado en la puerta de su casa un cartel con la palabra "socorro". La policía investigó la sospechosa muerte, pero dictaminó que se debió a causas naturales y acabó cerrando el caso. En 2003, su abogado y su notario empezaron a comunicar la noticia por carta a sus desconocidos herederos. Poco después, otra carta, ésta del Tribunal de Guimaraes, incluía el inventario de los bienes legados: un piso de 12 habitaciones en el centro de Lisboa; una vivienda de dos plantas con un terreno de 4.000 metros cuadrados en Calvos; cerca de 25.000 euros depositados en una cuenta del Banco Espírito Santo; una moto de alta cilindrada, un coche, dos escopetas de caza y una carabina de recreo. Dos de los beneficiarios, Aníbal e Isaura Mendes, de 75 y 76 años, residentes en Alfama, pensaron que era una broma de mal gusto. Helena A., de 76 años, se asustó mucho ("pensé que era un timo, todos los días se oye hablar de las bromas que les hacen a los viejos"), y acabó renunciando a la herencia: "La justicia aquí va muy despacio, cuando todo se resuelva yo ya estaré muerta". Los demás esperan ahora repartirse la herencia. Enterados de lo que hizo Luís Carlos, sus amigos y sus vecinos de Guimaraes explican que aquel hombre alto, moreno, de rostro anguloso, amante de la caza, que fumaba como un descosido "y bebía como un coche", sólo quería abstraerse de su soledad: "Lo hizo sólo para armar barullo. Eso le divertía".

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