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Columna
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Sobrevivir al rescate

No hay nada más raro que lo normal, ni nada más difícil de conseguir que lo que está a nuestro alcance. Los psicólogos tienen razón: vivimos prisioneros del síndrome de Shackleton. Este explorador británico intentó la proeza de atravesar por primera vez la Antártida en 1914, pero el barco quedo atrapado entre dos grandes bloques de hielo y la presión del mar hizo lo demás hasta reventarlo como una nuez. Fue entonces cuando los treinta hombres que formaban la tripulación protagonizaron una de las épicas más increíbles de la historia de la navegación. Sobrevivieron durante casi dos años saltando de iceberg en iceberg, sin apenas provisiones, a una temperatura inferior a 40º bajo cero. Aguantaron la anemia polar, las noches locas del invierno antártico y la desesperación, pero no fueron capaces de sobrevivir a su propio rescate. Tras haber realizado el milagro de lo que parecía imposible, se vinieron abajo ante las comodidades de la civilización. La tierra firme arruinó sus vidas y casi todos acabaron como mendigos callejeros, perdidos en la niebla de aquel Londres victoriano con bobies de silbato y capelina. Quizá en el fondo sea más fácil comportarse como un héroe en una situación límite que lidiar cada día para empujar la realidad más allá de la pequeña medida de lo posible.

Y es que el ser humano está perfectamente preparado para afrontar grandes retos, pero no para resistir el desgaste minimalista de la vida, por eso hay tanta gente entregada a la Teoría del Caos. La ciencia puede conseguir enviar una sonda espacial a Marte o lograr que el espermatozoide de un granjero de Ohio fecunde el óvulo de una señora de Medina de Rioseco en el útero de una inmigrante ecuatoriana, pero no puede hacer que usted y yo seamos capaces de superar ninguna de nuestras angustias cotidianas. Por ponerles un ejemplo: el tipo que la semana pasada consiguió la proeza de elaborar el primer mapa tridimensional del universo, probablemente sucumbirá a la desesperación si este domingo no gana Los Ángeles Lakers, su equipo de la NBA. Del mismo modo, hay alpinistas capaces de dormir como angelitos colgados de un arnés a 5.000 metros de altura que, sin embargo, no pueden pegar ojo la primera noche que sus hijos adolescentes salen a bailar a una discoteca. También se ha dado el caso de aguerridos soldados capaces de aguantar a pelo escabrosas intervenciones quirúrgicas de campaña que después en la vida civil caen presos del pánico por ingerir un yogur caducado. Necesitamos urgentemente una estrategia para afrontar lo cotidiano. Ya hemos resuelto la conjetura de Poincaré, el enigma del perro de Basquerville, el secreto de Fátima y hasta somos capaces de dejar de fumar en dos semanas. Quiero decir que lo difícil lo tenemos dominado. Sin embargo a estas alturas seguimos sin saber cómo sobrevivir a las pequeñas rémoras de cada día. Cómo se explica si no, que hayamos logrado llegar a la Luna y no consigamos ponernos de acuerdo por una jodida palabra en una pancarta. Francamente no hay dios que nos entienda.

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