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Columna
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Gestos y símbolos

Recientemente el presidente de la Junta Islámica, Mansur Escudero, ha invitado al obispo de Córdoba a rezar juntos en la Mezquita. Una invitación que ha sido rechazada por la autoridad eclesiástica y que ha generado la correspondiente polémica. De una parte existen opiniones a favor del uso universal de la Mezquita, de forma que pudieran rezar creyentes cristianos y musulmanes. Dicen que reflejarían un gesto de acercamiento entre ambas religiones. De otras, y en sentido contrario, se rechaza la utilización conjunta. Consideran esta petición como un instrumento para convertir la ciudad de Córdoba, y su Mezquita como lugar de peregrinación para los musulmanes de todo el mundo, perdiendo su sentido cristiano. También, añaden, es una forma de reclamar lo que algunos llaman el patrimonio musulmán en territorio español. Algo, por cierto, que ya ha empezado a suceder. En esta línea está actuando la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, reclamando el inicio de un diálogo con la Iglesia católica para la recuperación del patrimonio musulmán en España, que pertenezca al Vaticano.

La cuestión, pues, que plantea Mansur bajo una apariencia de respeto y de convivencia entre religiones y que, sin duda quiero pensar, es la que marca su solicitud no debe contemplarse desde una sola óptica por muy necesaria que sea. Más en estos tiempos en los que grupos e individuos de toda clase, y de toda religión, intentan convencernos que dios -el de cada uno- está en los actos que acometen por muy aberrantes que sean, y no estoy sólo pensando en el fundamentalismo islámico, pues Bush, en más de una ocasión, se nos ha aparecido tocado por la divinidad para justificar decisiones de guerra. En cualquier caso, y puesto que sólo se habla de rezar, la gestión conjunta o no en el caso de la Catedral de Córdoba es algo que corresponde al Vaticano y a sus gestores, en concreto al obispado. Dejemos, pues, que sean las iglesias, unas y otras, las que determinen dónde y cuándo van a ir de la mano sus creyentes, lo que no quiere decir que, si sus decisiones afectan a la ciudadanía en general, los que rezan y los que no, tenga que aceptarse sin discusión sus decisiones, menos aún en un Estado que ha hecho profesión de fe de su laicismo.

Claro que puestos a decidir, como ha hecho el obispado de Córdoba y puestos a escuchar sus razones, entre otras que el uso compartido de templos y cultos podría generar confusión en los fieles, no estaría nada mal que los templos, sí, los templos, quedaran reservados a la religión y al culto. Se evitarían confusiones. En este sentido, y a estas alturas, no se comprende que en las fachadas de las iglesias y en la propia Mezquita sigan siendo solo hijos de Dios los caídos por la patria de Franco. Mantener estos símbolos a favor de un sistema y de una dictadura es seguir reflejando que, para algún sector, la iglesia no sólo es lugar de culto y rezos sino también expresión política en favor de una dictadura que ni se recuerda ni se quiere recordar.

Tal vez, ahora que el Papa le ha ahorrado la vergüenza a la Iglesia polaca de contar con un arzobispo colaboracionista con el régimen comunista, y ha provocado la dimisión de Wielgus, no estaría nada mal, sino que sería bien recibido el gesto de los Obispos en un sentido parecido. Que de las Iglesias y del culto empezaran a desaparecer símbolos de colaboración con un sistema dictatorial. Después de todo, si las iglesias son lugares de culto y el pensamiento papal es de regeneración y de rechazo de sistemas totalitarios, sean comunistas o fascistas, sería un síntoma de buena salud religiosa, y mejor ejemplo, que la Iglesia empezara a olvidar el invento de una cruzada que hizo infieles para la Iglesia a la mitad de los españoles, hasta el punto de que sólo la mitad de ellos eran hijos de Dios, la otra hijos de Caín. Y así, francamente, es muy difícil pensar que son los rezos y la fe lo que, realmente, preocupa a algunos sectores.

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