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Columna
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Oro y plomo: la vuelta de Rubin

Joaquín Estefanía

Después de 12 años de destierro, los demócratas de EE UU dominan de nuevo la Cámara de Representantes y el Senado. Cuando asumieron esa mayoría, la pasada semana, visibilizaron sus prioridades económicas a corto y largo plazo: ahora, evitar el último intento del pato cojo de privatizar la Seguridad Social; con el horizonte del año 2012, devolver a EE UU al equilibrio presupuestario, martirizado por una nefasta práctica económica de los republicanos, en sus dos mandatos de poder ejecutivo y legislativo. Los neocons no pasarán a la historia por la bondad de su política económica.

A pesar de las declaraciones demócratas sobre la necesidad de una política bipartidista, sus prioridades supondrán -también en economía y no sólo en política exterior- la confrontación con Bush. La política económica de éste, tan gris, ha consistido sobre todo en un gigantesco déficit del sector público (además del déficit por cuenta corriente) motivado por dos corrientes simultáneas: la bajada de impuestos (a los más ricos) y al mismo tiempo el crecimiento del gasto público, sobre todo en seguridad y defensa. El resultado son más de 400.000 millones de dólares de desequilibrio presupuestario. Es de suponer que, en el caso de que los demócratas quisieran subir los impuestos para corregir esta tendencia (dado que, además, han anunciado también que mejorarán el sistema sanitario Medicare, que afecta a millones de ancianos y jubilados, para que les cuesten menos los medicamentos), el presidente usaría su capacidad de veto. En cuanto a la privatización de la Seguridad Social, es difícil pensar que el fracaso que obtuvo Bush cuanto estaba en su apogeo político, lo consiga ahora que tiene el Congreso y la opinión pública en contra.

El primer invitado de los demócratas en la Cámara de los Representantes ha sido Robert Rubin, lo que es muy significativo. Rubin, actual presidente del gigantesco conglomerado Citigroup, es la figura que representa los mejores momentos de la economía americana en la historia contemporánea: los de la nueva economía, durante los dos mandatos demócratas de Bill Clinton. Cuando Clinton llegó a la Casa Blanca, la economía de EE UU crecía muy despacio, tenía que deglutir los gigantescos déficit públicos que habían dejado Reagan y Bush padre, había paro y las tendencias inflacionistas estaban al alza. A través de Rubin (primero presidente del Consejo Económico Nacional y luego secretario del Tesoro) y de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, Clinton convirtió en oro todo lo que tocaba: invirtió la tendencia y los déficit devinieron en superávit (con subida de impuestos), el PIB creció por encima del 4% durante varios años seguidos, la productividad se elevó hasta límites desconocidos por la explosión de la revolución digital, bajaron la inflación y los tipos de interés y se obtuvo el pleno empleo. Para que el círculo virtuoso fuese perfecto sólo faltó una mejor distribución de la renta y la riqueza.

Al contrario, todo lo que tocó Bush del brillante legado de Clinton, lo convirtió en plomo. Los superávit públicos volvieron a la senda del déficit (demostrando que los partidarios de la revolución conservadora no son sino keynesianos de derechas disfrazados de neoliberales. El vicepresidente Cheney, líder de los neocons, declaró en una ocasión: "El déficit no importa"), bajó los impuestos a los millonarios, el crecimiento ha sido vulgar y los tipos de interés han vuelto al alza. Sólo el empleo (y ello, desde luego, no es menor) continúa bajo, después de haber crecido en los años centrales de administración republicana.

En este contexto, la reaparición de Rubin no es casual. Hace poco publicó sus memorias, En un mundo incierto, en las que se manifestaba partidario del "pensamiento posibilista" y recordaba que la nueva economía había sido posible por el liderazgo de un presidente que entendió la economía y dejó hacer a sus asesores. La claridad de ideas de Rubin contrasta con la confusión actual en la Administración americana, que incluye a la Reserva Federal. Las grandes preguntas están totalmente abiertas: ¿subirán o bajarán los tipos de interés?; ¿se incrementarán los impuestos o se mantendrán las propinas de Bush a su principal base social? Y, sobre todo: ¿habrá recesión en 2007 o un aterrizaje suave de la coyuntura?

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