"La palabra es catártica. Puede iluminar el día o desgraciarlo"
Hacer una crónica del duelo sin dramatismo es la última propuesta novelística de Imma Monsó (Lleida, 1957), quien en Un hombre de palabra (Alfaguara) plantea, desde su propia experiencia vital, cómo preservar la presencia del marido fallecido y, a la vez, atenuar el dolor que esa pérdida causa. Después de tres novelas y un libro de relatos, Monsó quiere extender con esta obra a nivel nacional el éxito que ya ha cosechado en Cataluña.
Pregunta. ¿Por qué una novela sobre el duelo?
Respuesta. Cuando murió mi marido empecé a escribir de un modo catártico, para verbalizar el dolor, como medida terapéutica. Al cabo de los meses, me di cuenta de que el estilo que me caracteriza, la mirada irónica, convertía los textos en literatura.
"Yo construyo textos, pero ellos también me construyen. Escribir es un modo fantástico de explorar la realidad"
P. ¿No da pudor narrar el dolor propio sin escudarse en un personaje ficticio?
R. Me hubiera dado más pudor inventar. Sería obsceno modificar la realidad, sobre todo por la gente que nos conoce y por mi hija, a la que quería transmitir mi percepción de la relación con su padre.
P. Que la protagonista sea usted, una escritora, le permite reflexionar sobre la palabra, algo que se refleja desde el título.
R. Una de las pocas cosas en las que creo es en el poder de la palabra. Es catártica. Puede iluminar el día o desgraciarlo. Para un escritor es su herramienta de trabajo y su forma de poblar la vida. En nuestra relación era fundamental y después de su muerte intento reconstruir la relación a través de la palabra. Esta alegría que exhala la novela se debe a que las palabras justas permiten revivir la relación con su vitalidad original.
P. "Escribir es una buena manera de saber qué pasará", asegura en el prólogo.
R. Yo construyo textos, pero ellos también me construyen. Escribir es un modo fantástico de explorar la realidad. Me ha permitido hacerme preguntas sobre el asombro que me produce que la atracción haya durado dieciséis años o que pensara "no puedo o no quiero vivir sin él" y, sin embargo, vivo. Ese asombro ilumina la escritura, es positivo. La tristeza paraliza.
P. En la novela expresa precisamente la intención de sustituir el dolor puro por la perplejidad.
R. El reto era no caer en el melodrama. Cuando surgió la chispa del humor, vi que la novela se podía convertir en algo que, además de conmover, hiciera sonreír y pensar.
P. "En este duelo no tengo prisa, pues no quiero que acabe", escribe.
R. Esa falta de prisa hizo que complicara el proceso introduciendo capítulos en que describía la relación de pareja y la personalidad de él. Hay un dolor curioso: el dolor de perder el dolor, de olvidar lo que no se quiere olvidar. ¿Cómo conseguir que él esté presente sin que resulte doloroso? Eso es lo que trataba de descubrir y lo he conseguido.
P. Más que ahondar en el sentimiento, describe la cotidianidad del duelo.
R. Había que ir recogiendo una a una las cosas que pudieran ayudar. Ante tal hecatombe, no pude concebir convertirme en una doliente constante, en una persona que entristece a los que tiene en su alrededor, especialmente a mi hija.
P. Usted encuentra en ese hombre el amor absoluto, lo que describe con la metáfora de poner todos los huevos en la misma cesta. ¿No le preocupó perderlo todo con él?
R. De joven tenía la obsesión de que el amor puede solucionarlo todo y que puedes tener en una sola persona a un maestro, un amante, un compañero. Por la personalidad peculiar de él fue posible conseguirlo. Existe el peligro de la dependencia, pero también aporta una sensación inigualable de refugio.
P. ¿Está trabajando en una nueva novela?
R. No. La verdad es que esta novela ha provocado un corte extraño; no sé lo que me ha pasado.
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