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Columna
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Navidad y ateísmo

Me detengo ante el escaparate de una tienda de la calle de Conde Peñalver, en la acera de los pares, y contemplo no sólo sin ira sino incluso con placer un belén ante el que, en otra etapa de mi vida, por supuesto, no me habría parado por militancia atea. Comprendo que personas que hayan vivido la religión como una experiencia positiva tengan alguna dificultad para entender a quienes tuvimos una experiencia traumática de la religión, que es de la misma estirpe a la que pertenece, por ejemplo, el trauma sufrido por una violación sexual, la estancia en un campo de concentración o cualquier otro atentado contra la integridad física y psíquica de una persona. Un trauma, como su propio nombre griego indica, emparentado con el verbo titrao que significa perforar, es una herida y, por tanto, un desgarramiento que, cuando ha sido grave, puede requerir mucho tiempo para su cicatrización. Hace exactamente cien años, Mark Twain escribió sus Reflexiones contra la religión y ahí vemos cómo una persona traumatizada por la religión reacciona con justa virulencia a la hora de enjuiciar la sagrada Biblia, esa jauría de libros -y dicho sea sin ánimo de ofender a los perros- que engloba mayor cantidad de atrocidades por línea cuadrada.

Como el belén de ese escaparate, por remitirme a las navidades de mi infancia, me ha removido sentimientos que yacían en los sótanos del cerebro, pienso si quizá debo seguir la ruta de belenes cuya visita nos recomienda el Ayuntamiento de Madrid. ¿Resistiré, pues, la tentación de visitar los belenes del Real Monasterio de la Encarnación, del Real Monasterio de las Descalzas y de la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas con sede en la calle de Sacramento? Cuando incluso me entero de que existe esta última iglesia en Madrid, la de las Fuerzas Armadas, y que además es catedral, pienso que la tentación puede ser ya irresistible. Sigo con el menú de belenes ofertado por el Ayuntamiento y disfruto pronunciando en voz baja los nombres de la parroquia de la Virgen de la Paloma y San Pedro el Real, de la parroquia de Santa Teresa y san José, y de la Real Iglesia Parroquial de San Andrés Apóstol. ¡Qué bien suenan los nombres de las iglesias! Jorge Guillén, en uno de sus no muchos versos memorables, dijo: "pero quedan los nombres". Repito los nombres de las mencionadas iglesias y, llevado de este placer fonético, comienzo también a recitar algunos nombres de hortalizas: tomate, lechuga, apio de Soto, espárrago de Aranjuez, zanahoria de Cercedilla, cardillo de Colmenar Viejo, acelga, pepino, berenjena de sex-shop de Cadalso de los Vidrios... ¡Qué bien suenan los nombres de las hortalizas! Y del mismo modo que los buenos versos son memorables y disfrutamos leyéndolos varias veces -como, por ejemplo, el verso "Ya estamos en Madrid, como quien dice", de Jaime Gil de Biedma- repito mentalmente los nombres del Real Monasterio de las Descalzas, parroquia de San Ildefonso y, sobre todo, mi nombre preferido, Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, que me gusta tanto como ese anuncio televisivo de Rafael Nadal y Pau Gasol con ese texto tan maravilloso que pronuncia una voz en off: "¿y tú qué harías por un Time Force?" Pienso que, para Reyes, el Gobierno debería hacer un esfuerzo y regalar un Time Force a cada miembro de las Fuerzas Armadas. Un ejército que no trabaje equipado con un buen reloj no puede ofrecer garantías de éxito en sus misiones.

A dos pasos de la tienda que ha montado el belén, y en la misma calle de Conde de Peñalver y en la misma acera de los pares, a unos 80 metros de Goya, hay un establecimiento machadiano, Doña Guiomar, que ahora vende vestidos de fiesta para señora. Pregunté en la tienda a qué se debía el nombre de Doña Guiomar y me dijeron que era un homenaje a la Guiomar de Antonio Machado. A partir de 1928, Antonio Machado mantuvo una larga relación sentimental con la escritora Pilar de Valderrama, a quien Machado le dedicó, bajo el nombre de Guiomar, algunos poemas. En el dintel de la puerta de Doña Guiomar recibe a las clientas un Niño Jesús reclinado en la cuna, y no ya sólo regordete sino crasamente obeso. Este Niño Jesús, en la báscula, probablemente obtendría un 35 de índice de masa muscular, que es ya un grado de obesidad muy peligrosa. Y ahí ya me hice la pregunta que me imagino que también se haría ante este establecimiento la magnífica ministra de Sanidad y Consumo, Elena Salgado: ¿Estaba ya también Belén infectado de siniestras hamburgueserías que incluso al Hijo de Dios le arruinaron la salud?

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