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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El trampolín de la pintura

El papel de la pintura y la escultura, dentro de las múltiples experiencias creativas de Frederic Amat (Barcelona, 1952), es semejante al de la poesía. Como un verso, las formas plásticas sólo se pueden entender en relación con el contexto, cada forma, cada color es por sí mismo un microcosmos nacido de un estallido (bang!) alejado infinitesimalmente en el tiempo. Un perpetuo hacia que nunca es un aquí. Si donde termina el poema comienza la poesía, con Amat tenemos que donde termina el color empieza la pintura. En ambos casos hay un descenso a una zona de silencio. El artista, frente al absoluto, frente a su propia máscara, es Igitur -siempre Mallarmé- que abandona su estudio para siempre y baja los peldaños que le conducen a la cripta de sus antepasados (Miró, Tàpies...). Amat se encuentra en este punto, ha perdido brío, pero gana en rigor. Ante todo, la actitud frente a la pintura es la del desengaño, representado en una cartografía emocional poblada de máquinas insensatas y de vestigios humanos y animales. Se trata de una actitud ambigua hacia la tela: realizarla, abandonarla. Un trampolín para saltar más lejos.

FREDERIC AMAT

Galería Carles Taché

Consell de Cent, 290 Barcelona

Hasta el 20 de enero de 2007

Frederic Amat ya no es

más un pintor. Sus gestos no son para los ojos, sino para el oído. La suya es una obra que obliga al espectador a mirar desde el ángulo indebido, como si quisiera esconder, más que mostrar. Todo lo contrario ocurre en sus escenografías, que es donde verdaderamente se expande el vuelo visible del artista, en un delirio que nos hace ver con los ojos cerrados. No están presentes en la galería Carles Taché. En su lugar, se muestra el vídeo Danse Noire (tres minutos y treinta segundos, 2005), donde el artista lleva su fantasía maquinal de la pintura a una bailarina de Degas. Entonces la mano y el ojo del autor abren el espacio, provocan apariciones, pequeñas formas tendidas, erguidas, espejos de agua. La Danza de Amat es una pintura de alusiones, de vida, que triunfa sobre los sueños lacerados de sus antepasados.

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