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España dio el espectáculo

Manuel Escudero

España dio el espectáculo. Y lo hizo por partida doble.

Por un lado, ningún Estado miembro hasta la fecha había realizado una contribución voluntaria mayor, en una sola vez, al sistema de Naciones Unidas. El gesto español -700 millones de dólares para dar un impulso substancial a los Objetivos de Desarrollo del Milenio- ha causado gran sorpresa en los círculos diplomáticos ante la ONU. Muchos, acostumbrados al toma y daca de la política internacional, se han preguntado por el motivo detrás de este gesto inusual. La explicación es muy sencilla, y también poco habitual.

Pero además, quienes asistimos el 18 de diciembre en la gran sala de la Asamblea General de Naciones Unidas al concierto de despedida de Kofi Annan organizado por España, tuvimos la sensación de que un trocito importante de historia contemporánea se escribía ante nosotros.

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Allí, cerca del futuro secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon, se sentaba el todavía secretario general Kofi A. Annan junto al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el primer ministro de Turquía, Tayyip Erdogan. Las palabras más elocuentes de ambos estadistas estuvieron dirigidas a Annan, y todos allí, cuando este último habló, aplaudimos emocionados ante la imagen de un gran hombre que se va y el legado que deja.

Sin embargo, no fue un político, sino un apasionado artista y humanista, el que acentuó el simbolismo del momento. Daniel Barenboim nos hizo ver, refiriéndose a la Orquesta Divan a la que dirigió, que sus jóvenes músicos saben que no pueden trabajar aislados unos de otros; que esos virtuosos israelíes, egipcios, sirios, o libaneses sólo alcanzan la armonía cuando la persiguen en común. Lo que ellos, interpretando a Mozart y a Brahms, consiguieron ese día aún no lo han logrado los políticos representantes de sus respectivos países en esa misma gran sala.

Escuchando a Kofi Annan reflexionaba yo sobre los tiempos en los que le ha tocado liderar la organización de las Naciones Unidas. En diversas entrevistas recientes asoma un hombre contenido que rememora momentos tensos, dolorosos. Sin embargo, yo creo que la talla de Kofi Annan seguirá creciendo a los ojos de la Historia.

Su mandato ha coincidido con la época en la que el mundo ha entrado en una gran encrucijada. El nuevo desarrollo de la globalización ha traído fenómenos insospechados. Entre ellos, una conciencia global crítica abrazada -debido al salto de reflexividad que han supuesto las nuevas tecnologías de la información- por millones de ciudadanos en todo el mundo. El ciudadano global se sitúa críticamente frente al desarrollo de la propia globalización en tres áreas bien definidas: quiere ver respetados los derechos humanos, quiere que no se siga amenazando el equilibrio ecológico del planeta, y desea una convergencia económica y social de todos los países.

Por supuesto, la globalización ha traído nuevas tensiones en el terreno de la seguridad, con la aparición del terrorismo de corte fundamentalista y las diferencias en cuanto a su tratamiento, y ha llevado al Consejo de Seguridad de la ONU a momentos dramáticos sin parangón en toda la historia de la organización.

Pero ésa no es toda la realidad de Naciones Unidas.

Programa a programa, miles de funcionarios de Naciones Unidas trabajan con horizontes que tampoco nadie hubiera podido prever hace tan sólo diez años. En Bulgaria, ONG y empresas trabajan con la ONU y en conversaciones con el Gobierno para acabar con la corrupción pública. En Camboya, multinacionales del textil y las Naciones Unidas se unen a las empresas locales del sector y al Gobierno para que las maquiladoras no sean sinónimo de condiciones infrahumanas de trabajo. En Colombia, empresas mineras, organizaciones de la sociedad civil y sindicatos crean junto a Naciones Unidas áreas de paz y estabilidad en apoyo del Estado democrático. En Panamá o en Sri Lanka esas mismas fuerzas se aplican a la erradicación del trabajo infantil. En aldeas perdidas en el interior de Marruecos o en el Caribe colombiano, una coalición similar extiende la electrificación. El mundo en vías de desarrollo hierve con nuevos modelos de negocios, ligando empresas globales y nuevas cadenas de proveedores, protagonizadas por microempresas surgidas a través de crecientes circuitos de microcréditos, como en Bangladesh o en Bolivia. Y en todos esos proyectos, junto a gobiernos, empresas responsables y organizaciones de la sociedad civil, aparecen las diversas agencias de Naciones Unidas, como facilitadores, convocantes e impulsores.

Estas nuevas coaliciones, surgidas en torno a iniciativas como los Objetivos de Desarrollo del Milenio o el Global Compact, son tendencias que configuran el aspecto más profundo de la reforma de Naciones Unidas. Y han surgido de la mano de Kofi Annan. Por eso, no es de extrañar que bajo su mandato millones de ciudadanos de todo el mundo, por vez primera en la historia, hayan pasado a apoyar a Naciones Unidas como un acto individual de compromiso con el progreso humano.

Fue un buen espectáculo el que dio el Gobierno de España en Nueva York. Porque el homenaje de despedida a Kofi Annan fue del todo merecido. Y porque opino que la razón de la donación extraordinaria realizada a la ONU es sencilla, aunque poco frecuente: cumplir al pie de la letra su compromiso electoral en el terreno internacional del desarrollo, conectando así con la conciencia global de la mayoría de los españoles y la de millones de "ciudadanos globales" en todo el mundo.

Manuel Escudero es director de Redes del Global Compact de Naciones Unidas.

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