Una torre para gobernar el cielo
14 personas dirigen los movimientos en el aire de 42 millones de pasajeros
Allí está la torre, junto a Tango Cuatro Sierra, el edificio satélite de la nueva terminal de Barajas, en la jerga aeronáutica. En medio del aeropuerto más grande de España se yergue la torre de control que más aviones guía, la que más controladores acoge, el punto neurálgico que permite la unión de Madrid con las cuatro esquinas del planeta. Para llegar a ella hay que atravesar tres controles de seguridad y recorrer unos túneles ciclópeos bajo las calles por las que ruedan mastodontes alados. Arriba, en el fanal que corona la infraestructura, los controladores dominan el espacio aéreo y las pistas por donde circulan los aviones de las 87 aerolíneas con base en Barajas.
Luis Suárez muestra sus dominios desde la terraza de este palomar de hormigón con forma de antorcha. El jefe de la torre distingue desde bien lejos el modelo de las naves que van llegando porque por algo lleva "27 años mirando aviones". Es un tipo de los de apretón de manos, abierto, de modos relajados, y gesticula, como hacen los pilotos en las películas de guerra. Suárez habla en un medio inglés lleno de siglas, con un lenguaje expeditivo, breve y preciso, deformación de años en un trabajo, en el que las decisiones inmediatas y su firmeza para hacer cumplir procedimientos mil veces ensayados aportan seguridad a los que viajan por el aire y a los que les esperan en la tierra.
La torre de control mide 71 metros de altura y está llena de radares
Barajas batió el 11 de diciembre su récord de vuelos: 1.426 despegues y aterrizajes
La torre de control más alta del mundo está en la capital malaya, Kuala Lumpur, y mide 130 metros. La de Barajas llega a los 71 hasta el campo de antenas, un techo plano erizado de artilugios de comunicación. El control aéreo en las torres sigue siendo esencialmente visual, y los controladores miran de continuo por las ventanas que recorren los 360 grados del fanal. Los vidrios están inclinados de modo que las reverberaciones de los instrumentos que hay dentro no molesten a los vigilantes del cielo.
Edith Fernández, santanderina de 45 años, es una de los supervisores de la torre. Tiene los ojos claros, de mirada punzante y analítica. Se diría que mira con tanta atención que es casi pasión, como la que confiesa por su oficio, tan extraño. Los controladores con los que habló este periódico tenían este rasgo común: escuchaban las preguntas sin interrumpir, y acto seguido, como si dijeran "Roger" (Recibido, en la jerga), desenfundaban rápido una respuesta sin matices, todo ello sin dejar de mirar al interlocutor, casi sin parpadear.
"¡Jefa! ¿puedo darle una ruidosa a un triple siete?", grita un controlador; "Sí, ya estaba previsto", contesta Fernández en un nanosegundo. La jefa explica que ese Boeing 777 necesitaba utilizar excepcionalmente una SID (pasillo de salida del aeropuerto) de las que molestan más a los vecinos del norte de la región, la ruta habitual de las naves que dejan Madrid, porque aquí Eolo sopla casi siempre desde el norte y los aviones despegan y aterrizan contra el viento.
Los controladores se disponen en la torre frente al lugar que deben dominar. En cada turno hay cuatro que vigilan el tránsito de aviones por las pistas, uno por cada punto cardinal. Otros dos permiten despegues, y otra pareja, aterrizajes, en las cuatro pistas de Barajas que tiene una superficie de 4.500 hectáreas. Dos más otorgan autorizaciones de vuelo, confirmando a los pilotos que su ruta hasta el destino está libre. Todos ellos están coordinados por un supervisor y un jefe de sala. También hay dos teoístas, ocupación nada espiritual que responde al acrónimo de los Técnicos Especialistas en Operaciones e Información del Sistema de Tránsito Aéreo. Así, estas 14 personas, multiplicadas por los seis equipos que se turnan, son las abejas reina de Barajas, una colmena por la que pasaron en 2005 más de 42 millones de pasajeros, un 8,9% más que el año anterior.
Las consolas en las que trabajan los controladores están repletas de pantallas. Las dos básicas son un radar de aproximación donde los puntos que se alinean son aviones sobrevolando la autovía de Barcelona rumbo a las cabeceras de pistas, y otro radar de superficie. También es básico el anemómetro porque "el viento es sagrado, y la niebla, cuando sube del Jarama, nuestro caballo de batalla", señala Fernández.
En el techo hay cámaras que captan las manos del controlador para que el resto vea en las ventanas de sus monitores cómo ordena las secuencias de vuelo. La coordinación entre ellos y con los pilotos es el objetivo, un ballet tecnificado que el pasado 11 de diciembre batió su récord: ese día, el aeropuerto de Madrid (quinto de Europa y duodécimo del mundo por número de pasajeros), registró 1.426 movimientos, superando en varias ocasiones los 48 aterrizajes y despegues por hora que son su capacidad máxima declarada.
"El controlador debe tener una buena orientación espacial, dominar el estrés y poder trabajar en equipo", explica Fernández, "y ser una buena persona, como Edith, que siempre anda preocupada por los pasajeros que van en los aviones para que no esperen demasiado", apunta su compañera Ana. Fernández, que estudió Geografía e Historia antes de ganar su plaza hace 16 años (en esta torre hay desde licenciados en Bellas Artes a marinos mercantes), asegura que la responsabilidad que tiene sobre las vidas de otros y el poder ayudar a que lleguen a tiempo donde vayan es lo que le gusta.
La anarquía de horarios de los controladores -que trabajan de media un 45% más de lo que estipula su jornada oficial de 120 horas mensuales, según asegura el jefe de torre- no es un problema para Fernández, que odia la rutina: "Este trabajo me hace sentirme viva porque cada día es diferente". Eso sí, reconoce ella, los turnos prolongados con horas extras (la falta de controladores no es fácil de paliar porque su formación dura un año y medio), provocan costes personales para los que tienen familia.
La de controlador es una profesión de alta remuneración, aunque pocas conllevan un grado de compromiso público tan alto. En todo caso, los profesionales del gremio son reacios a hablar del asunto porque saben que la fama de chantajistas que tienen por sus negociaciones salariales no mejoraría si se divulgara lo que cobran. Alegan que el sueldo es variable en función del puesto que se ocupa y las horas trabajadas. En este punto del diálogo, la actividad en el aeropuerto se para porque pasa un avión de calibración que comprueba cada cierto tiempo que los sistemas técnicos están a punto. Aparece el avioncito de colores en vuelo rasante y los controladores se levantan admirados para mirarlo en silencio. Un minuto después, todos en la torre de Tango Cuatro Sierra se afanan de nuevo en su enigmática algarabía para poner el cielo en orden.
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