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Columna
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Navidad, 'kitsch' Navidad

Por fin ha llegado la Nochebuena anunciada desde no sé cuándo. Recuerdo que aún íbamos en manga corta cuando una señora en una tienda comentó alarmada: "No me he quitado el bañador y ya estoy comprando los turrones". Todos le dimos la razón ante la visión prematura de mazapanes, polvorones y todos esos productos que automáticamente dejan de apetecer el 7 de enero. Como sigamos así nos puede ocurrir como a Milla del cuento No sólo en Navidad (de Heinrich Böll), que sufre un síndrome navideño por el que obliga a su familia a celebrar la Nochebuena todas las noches del año, cantando Noche de Paz ante el árbol adornado y acompañándose de la típica cena. La familia, como es natural, se va cansando, agotando, tienen que vivir sus vidas, menos la insaciable Milla, por lo que al final los niños son sustituidos por muñecos de cera, sobre todo para alejarles de tanto mazapán y tanto dulce, y los demás por actores caracterizados como los auténticos, lo que hace que la familia siga funcionando aunque no esté presente.

De todos modos, la ansiedad que nos domina nos hace vivir anticipadamente cualquier cosa. La ropa de invierno hay que comprarla en verano porque si esperamos nos arriesgamos a quedarnos sin tallas ni colores. Las tendencias en la moda se marcan con un año de anticipación, por lo que siempre por muy al día que nos creamos vestidos iremos anticuados en la mente de los diseñadores. Y cuando terminamos las vacaciones debemos contratar las siguientes sin saber qué será de nosotros en tantos meses. Un producto se sabe que tendrá éxito si se ha vendido antes de salir al mercado, incluso hay libros por los que las editoriales se pelean antes de ser escritos, y que en el fondo los lectores ya han leído antes de leerlos. Se trata de no esperar a que entre la temporada del melón para comer melón y se llegará al punto de celebrar el cumpleaños antes de cumplir años y el banquete de boda antes de casarse. Si pudiéramos obligar al sol a salir antes, lo haríamos, y a la Luna y las estrellas. Por adelantar, todos quisiéramos adelantar a alguien, un coche a otro, un corredor a otro, y no digamos en la actividad de cada uno donde siempre hay alguien tratando de pasarnos.

Pero lo que tienen las navidades es que no hay un consumo más completo que el suyo. Si todo estuviera tan bien organizado como el consumo, el mundo funcionaría mejor. Mientras que en verano, por ejemplo, el fuerte está en el turismo y la ropa de baratillo de sudar y tirar, estas fiestas, aparte de los viajes, abarcan la alimentación más ostentosa y exagerada del año tanto en casa como en restaurantes, llenos hasta la bandera; la ropa con terciopelos, gasas, rasos y pedrería; los perfumes, envueltos en voces susurrantes generalmente con un acento francés de línea erótica que parece que con ponernos unas gotas o sólo con olerlo se nos va a abrir la blusa y a soltar el pelo.

La escenografía también es completa. Empezando por los luminosos de la ciudad, que cubren las calles de parte a parte y que en Madrid están siendo cuestionados los últimos años, éste en concreto porque parece que son tan de diseño que se alejan demasiado de la simbología que han de celebrar. A mí personalmente lo que me preocupa es lo que nos cuesta a los madrileños todo esto, por lo demás me parece bien que avancemos con los tiempos, no vamos a estar toda la vida con esas guirnaldas de bombillas inspiradas en las joyas de Gina Lollobrigida. Pero no hay que alarmarse, para compensar, no decae la moda de los grandes pelucones. Ciudadanos nada estrafalarios en la vida normal, con sus hijos cogidos de la mano, sobrios además, salen a la calle con esas enormidades de pelo negro rizado en la cabeza sin inmutarse. Son los héroes que mantienen el verdadero espíritu de la Navidad que es el kitsch. Nuestros belenes de toda la vida donde no falta de nada, ni palmeras, ni musgo, ni nieve ni un lago forrado con papel Albal. Y nuestras cenas de toda la vida, con su buena fuente de langostinos, su lombarda y su cordero y los niños haciendo de las suyas, mientras el abuelo parte nueces, por mucho que las revistas nos bombardeen con menús de tienda del gourmet y mesas vestidas con los llamados caminos de mesa en lugar de nuestra buena mantelería bordada a mano, que para eso la tenemos.

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