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Columna
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La realidad y el sueño

Antonio Elorza

Las noticias se han sucedido en un breve intervalo de tiempo. Primero, un comando yihadista es desarticulado por la policía en Ceuta. Poco después, el presidente Zapatero logra ampliar el reconocimiento internacional, por lo menos en el plano de las instituciones, de su Alianza de las Civilizaciones. De entrada, la irrupción del islamismo violento en nuestro espacio político, con la intervención de ciudadanos españoles, no merece el menor comentario desde el Ejecutivo ni modifica sus planteamientos. La única vía de salida para el reto terrorista debe así consistir en la creación de una nueva atmósfera en que desaparezcan todos los recelos interreligiosos. Llamar a las cosas por su nombre, piensan los "aliancistas", sirve sólo para atizar el fuego.

Lo cierto es que en principio no existe contradicción alguna entre la persistencia de una actuación de vigilancia y control desde Interior y la promoción de estructuras de entendimiento a escala supranacional. Las religiones encierran a veces componentes peligrosos: eso no significa que tenga sentido hoy un enfrentamiento siguiendo ejemplos del pasado. Otra cosa es, sin embargo, dar por bueno que las formas de actuación terrorista en la línea del 11-S nada tienen que ver con una determinada lectura del islam y son simples efectos de la globalización o de la incomprensión sembrada por Occidente. Las poblaciones musulmanas empobrecidas pueden servir de ejército de maniobra al islamismo radical, pero éste es obra de minorías activas, indisolublemente ligadas a la utopía arcaizante que consiste en luchar contra los infieles occidentales -no sólo americanos o judíos, también contra nosotros-, para implantar el dominio del islam sobre la tierra bajo las pautas de comportamiento de "los piadosos antepasados" con la yihad por bandera.

El episodio de Ceuta es bien elocuente para el que no desee practicar la ceguera voluntaria. Y esa ceguera voluntaria, hoy por hoy, puede resultar muy costosa. No basta con la acción policial. Hay que llenar el espacio vacío entre esa política represiva de una realidad amenazadora y las grandes palabras en grandes foros que luego nadie escucha. Ante todo, conviene crear estructuras de integración de nuestra población musulmana, evitar la constitución de guetos, convencer a los inmigrantes de que islam y democracia son compatibles, de una parte, y que si a ellos les dicen que la yihad es un deber irrenunciable se trata de una visión fanática que invalida todas las afirmaciones sobre el islam como religión de paz y de justicia.

Frente a las observaciones precedentes, puede aducirse que el Gobierno no olvida esas políticas activas. Ahí está el ejemplo de la creación de la Casa Árabe. Ahora bien, la personalidad de su directora, por lo demás excelente conocedora de la sociología política del mundo árabe e islámico, no autoriza a pensar que esas raíces endógenas del islamismo radical y del terrorismo, con su proyección sobre nuestro país, vayan a ser abordadas. Gema Martín Muñoz se ha pronunciado en estas mismas páginas con un sentido reverencial similar al de los creyentes sobre la figura de Mahoma, que a su juicio debe ser llamado Muhammad "que es su verdadero nombre": "Una figura bendita que, al ser elegido por Dios, no puede equivocarse en su labor de guía" (26-II-2005). ¿Cómo va a aceptar que una parte de su obra puede alentar a la violencia? Critica con rigor la política de los Estados Unidos en Oriente Próximo, pero no admite que también un sector del islam, pretendidamente ortodoxo, pueda ser por sí mismo protagonista del terror. Difícilmente tolerará que en su institución esté presente la necesaria posición crítica ante los mencionados procesos endógenos que llevan al yihadismo.

Y en fin, hace falta atender las necesidades religiosas de los inmigrantes musulmanes desde los poderes públicos, sin subvenciones de emires opulentos. Todo factor de humillación debe ser eliminado. En sentido contrario, habrá que autorizar pero no celebrar la ejecución de proyectos faraónicos -perdón, creyentes- como el planteado para las cercanías de Córdoba, que tienden a fomentar el mito de Al-Andalus. Conclusión: la realidad es difícil, pero abordable; el sueño mal interpretado degenerará en pesadilla.

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