_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Atisbos del Apocalipsis

Dos son los aspectos mayores -pero ninguno el fundamental- a destacar en esta antología de cuentos fantásticos de H. G. Wells (1866-1946). El primero es la traducción primorosa de José Luis López Muñoz, que permite disfrutar lo que no muestran a menudo otras versiones del autor inglés: su capacidad única para deslizarnos a través de un relato, la consistencia y elasticidad de su estilo, la precisión con que se nos brinda a través del detalle el asombro progresivo de aquellos que se ven envueltos en la trama. Mientras leemos, no somos testigos de unos hechos improbables o imposibles, sino aliados de los protagonistas en una peripecia implacable. Así, el relato de una colisión astronómica que perturba la Tierra y se inicia como mero -tan típico- monólogo de un hombre de ciencia algo apenado por la boba soberbia inherente al ser humano, sin alterarse un punto en emoción, evoluciona y nos asalta de este modo: "Hasta que empezó a amanecer en Londres, se ocultó Pólux y palidecieron las estrellas en lo alto del cielo (...) Pero lo vio el policía que bostezaba, y lo vieron también las ocupadas multitudes de los mercados que se detuvieron con la boca abierta, los trabajadores que iban a sus tareas en buena hora, los lecheros, los repartidores de periódicos, los juerguistas que volvían a casa hastiados y pálidos, los vagabundos sin hogar, los vigilantes en sus rondas y, en el campo, los jornaleros que caminaban entre surcos y los cazadores furtivos que regresaban sigilosos..." (El astro). De ese modo, tanto o más que en la invención de los argumentos, se estaba forjando el imaginario apocalíptico del siglo XX: describiendo el pasmo de las masas, pero también, y ahí es donde Wells era y sigue siendo un maestro, la no menos grande estupefacción del hombre corriente, allí donde encuentra un atisbo de ilusión a la mezquindad o al tedio de su vida y esa ilusión se convierte en vértigo insondable.

LOS OJOS DE DAVIDSON

H. G. Wells

Traducción de José Luis

López Muñoz

Atalanta. Girona, 2006

176 páginas. 16 euros

El otro aspecto mayor al que

hacía referencia -pero, insisto, no el fundamental- es el distinguido prólogo de Alberto Manguel para esta edición: luminoso, didáctico y sin duda una inmejorable guía a la lectura de Wells. Pero no a esta lectura, no a estos cuentos, no ya, salvo La puerta en el muro, ausente en esta selección, a ningún cuento de Wells. Y ése es, por desgracia, el aspecto fundamental que lastra la buena intención de este volumen.

Wells basaba sus historias fantásticas en la combinación de tres elementos: ciencia, política y aventura. Hoy día, la ciencia, la seudociencia y toda la parafernalia de la ciencia-ficción, han canibalizado hasta la médula sus aportaciones; la política es un periódico atrasado de hace más de un siglo y, debido a las dos causas anteriores, la aventura ha dejado de interesarnos como tal. Lo triste de los relatos aquí reunidos es que, sin haberlos leído, conocemos su desenlace. Lo irritante, por mera simpatía hacia el autor, es que su principal defecto, el subrayado temático, cuando no la moraleja, quedan demasiado a la vista (quizá ése es el motivo de que al final de El astro nos sorprendamos exclamando: "¡Por Dios bendito, Mister Wells, tache esas últimas cuatro líneas!"). Por retomar un planteamiento de Manguel, nos da igual que haya puntos en común entre El cuento más hermoso del mundo de Kipling y Los ojos de Davidson. El primero parece escrito ayer y deslumbra; el segundo lo hubiera rechazado un editor hace ya mucho tiempo. O, por decirlo de otro modo, donde la fantasía caduca o es superada, la imaginación creadora persiste. Ése es también el motivo de la vigencia de algunas de las primeras novelas de Wells; perduran por el modo en que llevan a un hombre común hasta el umbral de lo inaudito y, luego, con un estremecimiento, bastante más allá. Y ahí sigue el asombro que aún encontramos en La máquina del tiempo, en El hombre invisible, en La puerta en el muro, o hallaríamos en este mismo volumen, si no hubiera sido superado por el muy semejante relato anterior, en El huevo de cristal. Es la tragedia del anticuario Cave aquello que nos importa; lo maravilloso, además de darle oportuno sentido al relato, no sólo hace más conmovedora su tragedia, la vuelve general. Pero lo maravilloso viene después. Y sin tesis, ni fábula moralizante, como en la muy obvia El país de los ciegos.

En las librerías hay muchas

ediciones de ese "primer Wells" que señalaba Borges en un magnífico ensayo de Otras inquisiciones. Si el lector es un gran aficionado, aquí encontrará esos dos aspectos mayores a los que nos referíamos más arriba. Entretanto, quedamos a la espera de que los editores se animen con algunas de las obras menos conocidas o descatalogadas, pienso en Experimento de autobiografía, de este autor admirable en muchos sentidos.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_