Godot
Quizá mientras usted lee estas líneas dos hombres que no tienen nada que decirse permanecen sentados frente a frente, con cara de circunstancias, en el palacio de la Moncloa, sede de la Presidencia del Gobierno. El visitante se llama Rajoy y el anfitrión Zapatero. Como el encuentro ha de durar al menos lo que marca el protocolo, no sería raro que hablaran del tiempo o que Rajoy, por cumplir, exigiera a Zapatero que cambie de arriba abajo su política antiterrorista. Hago lo mismo que harías tú si te encontraras en mi lugar, le respondería el presidente. Yo haría más, bobo, afirmaría Rajoy, yo habría pagado ya un precio político, yo habría reconocido a ETA como el auténtico Movimiento de Liberación Nacional Vasco, yo habría acercado presos, habría provocado excarcelaciones, habría prometido generosidad, habría jurado ante la Biblia que no habría vencedores ni vencidos...
A la pregunta de por qué tú sí y yo no, el líder de la oposición, con una sonrisa sardónica (qué rayos querrá decir sardónica), respondería: porque yo contaría con tu apoyo desde la oposición, muchacho, mientras que tú no contarás en ningún momento con el mío. Si llegados a este punto Zapatero le tachara de incoherente, el líder del PP, rápido como el rayo, respondería qué dices de coherencia, petimetre, ¿me estás pidiendo que pierda mi retranca gallega, mi ironía, mi sentido del humor, mi gusto por la contradicción, por la extravagancia verbal? ¿Pretendes que defraude a mi electorado, que deje de hacer gracia, que dimita de subir y bajar la escalera al mismo tiempo? Me dejas estupefacto, chico, y no sabes lo peligroso que es un registrador de la propiedad estupefacto.
Las conversaciones entre el PP y el PSOE parecen un cruce entre Groucho Marx y el teatro del absurdo. Bajo el auspicio de estos modelos, dos hombres actúan hoy en Moncloa con todas las entradas vendidas desde el lunes. Veremos qué pasa, pero si los excesos del teatro del absurdo echaron en su día a los espectadores de las salas, ahora están expulsando a los ciudadanos de la política. A mí no me importa que Rajoy y Zapatero se pasen el viernes esperando a Godot. Me revienta que me lo hagan esperar a mí, que sé que no llega.
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