Una mujer por delante de su tiempo
El pasado viernes 15 de diciembre falleció en Madrid Teresa Azcárate Diz a la edad de 88 años. Teresa pertenecía a una vieja familia de León que participó durante generaciones de los valores del progresismo español más tarde encarnados en la Institución Libre de Enseñanza, de la que fue alumna. Una familia a la que perteneció también Manuel Azcárate, el conocido dirigente del PCE que murió en 1998, primo de Teresa por partida doble (por parte de madre y de padre). No es extraño que hubiera interiorizado y practicara, de forma natural, una forma de ver la vida basada en la libertad, la responsabilidad personal y el pensamiento laico, rasgos propios del mejor liberalismo ilustrado español. Como tantos otros jóvenes de su época optó, en el mundo convulso que le tocó vivir, por el campo de la revolución, del antifascismo y de la lucha contra la desigualdad. Y muy pronto, cuando era apenas una muchacha, se incorporó a la Juventud Socialista Unificada y más tarde al Partido Comunista de España. Una vez terminada la Guerra Civil, vivió exiliada en varios países hasta su vuelta definitiva a España, tras la muerte de Franco y el fin de una dictadura que les impidió vivir durante cerca de treinta años, a ella y a su marido Tomás, en la tierra que tanto amaban.
Yo sería incapaz de describir la vida aventurera y a veces arriesgada que vivió en Estados Unidos, México y Francia, entre otros lugares, encargándose de tareas relacionadas con la organización de la resistencia en España y en el extranjero, siempre con modestia y con eficacia. Sus recuerdos y sus relatos nos hacían entrever una mujer tenaz y responsable, en un mundo peligroso, que se tomaba la vida con humor y que tuvo que tomar decisiones importantes siendo aún muy joven. Desde aquellos primeros años de la guerra y el primer exilio adoptó puntos de vista que iban muy por delante de su tiempo. Fue una mujer avanzada social y políticamente, y también en su visión del papel que creía debía corresponder a las mujeres en ese mundo mejor que imaginaba y por el que luchó sin descanso.
Irónica sin maldad, inteligente sin presunción y libre hasta el extremo de pensar por su cuenta en momentos en los que la adhesión a la causa soportaba mal las críticas, Teresa concentraba en su persona lo mejor de los jóvenes revolucionarios que despertaron a la vida política en los años treinta junto con la educación recibida en el seno de una familia ilustrada. Como Paloma, su nieta mayor, nos recordó en las conmovedoras palabras que pronunció ante el cuerpo sin vida de su abuela, nunca renegó de las normas de urbanidad que había aprendido, normas que para ella dotaban de dignidad y de respeto a las relaciones interpersonales, combinándolas con su pasión por el progreso y su amor radical por la libertad y la justicia. Era el polo opuesto a aquellos que contraponen los buenos modales a su compromiso libertario, cuando no reducen éste simplemente a quebrantar aquéllos.
Teresa se casó en 1982 con Tomás García, el misterioso Juan Gómez que escribía sobre economía en el Mundo Obrero de la clandestinidad, después de cuarenta años de convivencia, cuando ya tenían tres hijos y dos nietas. Tomás, que murió hace dos años, siempre se apoyó en la fuerza inagotable de Teresa, aunque ésta diría seguramente que fue él quien le servía de apoyo. Yo la conocí en 1968 y desde el primer momento me sedujo su mezcla de determinación y ternura, como sedujo a tantos otros no importa de qué clase social o entorno cultural procediesen. Y, a pesar de los avatares de una relación que se prolongó durante casi cuarenta años hasta el día de su muerte, siempre pensé en ella como una segunda madre, y me gusta pensar que ella me consideró como uno más de sus hijos, de los tres que lo eran por biología, Ana, Teresa y Tomás, y de algunos otros que lo fueron de adopción.
Teresa era entusiasta, poseía una energía desbordante, era una bella mujer, elegante de forma natural, culta y curiosa, bondadosa y cordial, en una rara conjunción difícil de encontrar en una sola persona. Nació en el primer cuarto del siglo XX pero, por su decidida reivindicación de libertad y autonomía, fue más una mujer del siglo XXI, siempre por delante de su tiempo y de la mayoría de sus contemporáneos. En estos días somos muchos quienes lloramos a Teresa porque su pérdida es irreparable. Pero, al tiempo, no dejamos de celebrar el inmenso privilegio de haber compartido con ella una parte de nuestras vidas, de haberla querido y que nos haya querido.
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