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Reportaje:

El juego macabro de la franja de Gaza

Las milicias toman las calles, se producen tiroteos esporádicos en cualquier esquina y han cerrado los colegios

"Esto es peor que cuando nos atacan los israelíes. Te vas a dormir y sigues pensando por qué se están matando Al Fatah y Hamás. Esto es muy peligroso". Ismail, un transportista cuarentón, resume el pesimismo que anida en los palestinos de Gaza. En las invasiones del Ejército hebreo han muerto casi 500 personas desde junio, la mitad de ellas civiles. Pero éste es un drama que se da por descontado. Sin embargo, los tiroteos entre ambas facciones -en cualquier esquina, en torno a las viviendas y oficinas de los principales dirigentes, hasta en los hospitales- convierten la ya de por sí dura existencia del millón y medio de habitantes de la franja en un tormento. Muchos niños no van al colegio, infinidad de comercios han cerrado sus puertas, la gente se esconde en sus casas. Tiene miedo.

"Esto es peor que cuando nos atacan los israelíes", señala un habitante de la franja
En Gaza ni se imparten clases, ni se pasea, ni se compra en los comercios
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El presidente, Mahmud Abbas, anunció el sábado el llamamiento a las urnas. Muy pocos apuestan a que se atreverá a emitir el decreto de convocatoria de los comicios presidenciales y legislativos anticipados. La iniciativa es sólo el último episodio de la estrategia de acoso y derribo al Gobierno de Hamás. Un juego macabro que pagan los ciudadanos, porque los islamistas también han ordenado a sus disciplinados militantes que no dejen pasar una. Por la tarde, el primer ministro, Ismail Haniya, hacía un llamamiento a la calma a las partes enfrentadas. "Nuestro pueblo debe estar unido frente a la ocupación y no mantener luchas internas. Llamo a todos sin excepción a adherirse a un alto el fuego". No obstante, Haniya atacó al presidente Abbas donde más le duele: "Su decisión de convocar elecciones es ilegal. Es una decisión adoptada para acabar con nuestro Gobierno. Una operación que encabeza Estados Unidos".

En la bulliciosa ciudad de Gaza se conduce sin atasco alguno. A cualquier hora. Aunque conviene circular a una velocidad pausada. Los cruces de calles están literalmente tomados por policías y militares leales a Abbas, con flamantes pertrechos -ahora llevan cascos- y armamento. Impiden el paso con contenedores de basura a muchas calles del centro de la ciudad. Los milicianos de Hamás hacen lo propio en torno a sus bases y los edificios oficiales que controlan. Ya hace meses que esto sucede, pero desde hace tres días es fácil comprobar que el nerviosismo está a flor de piel.

Armados hasta los dientes, los militantes, a saber de qué facción, se dirigen raudos hacia los vehículos para desviar el paso. Están atentos como nunca. En Beit Lahia, en el norte de la franja, docenas de uniformados de Hamás montan guardia, a plena de luz del día, algunos con lanzagranadas al hombro. El peligro acecha en cualquier rincón y la gente lo sabe. "Esto es una locura. No se puede ni recargar combustible. Los vehículos blindados han cortado la calle y no me puedo acercar a la gasolinera", comenta Munir, dueño de un céntrico restaurante de pescado. "Mi mujer me llama por teléfono cada diez minutos para preguntarme dónde estoy. Ya se está poniendo pesada", apunta otro hombre quitando importancia a los disturbios. Pero ese mismo adulto, que trabaja para una ONG extranjera, le prohíbe a su esposa visitar a su hermano. "Hay que cruzar la ciudad. Atravesar la avenida Yala es ahora arriesgado". Las trabajadoras de la ONG le llaman por teléfono para advertir de que no irán a supervisar uno de sus proyectos.

Hay muy poco que hacer. La Universidad Islámica ha cerrado sus puertas. La de Al Ahzar lo hizo anteayer en señal de duelo por la muerte de una estudiante de 19 años. Ni se imparten clases, ni se pasea, ni se compra en los comercios -algunos mercaderes que decidieron abrir fueron golpeados-, se evita acudir a los hospitales si no es imprescindible. Es el caso de Sadia, una mujer cuyo hijo resultó herido. "No podía acudir al hospital de Shifa porque estaban disparándose en el recinto. Al final no pude aguantar y fui. Pero mi marido prefirió quedarse en casa. No vale la pena que vayamos todos".

Y es que se escuchan tiroteos con frecuencia. El teléfono del traductor, que recibe mensajes con los últimos acontecimientos, no deja de escupir noticias fúnebres: han disparado contra el portavoz del Ministerio del Interior, un hombre de Al Fatah que decidió permanecer a las órdenes del Ejecutivo islamista, y dos de los agresores han muerto; dos agentes del servicio de inteligencia, también leales a Abbas, han perecido en otro combate.

En el despacho de un alto funcionario de Al Fatah se escuchan ráfagas de fusiles automáticos. A las puertas del edificio se amontonan unos cascotes. Son los restos de otra refriega. No se sabe cuántas van desde el sábado. En la calle, la gente anda concentrada. Muchos no saben adónde mirar. Hay tipos enmascarados por todos lados. Ni siquiera los más conocedores de la pléyade de cuerpos armados y milicias que pululan por las calles y avenidas de la capital saben a ciencia cierta a que grupo pertenecen. Las calles son de las milicias. Unos y otros se comprometieron a no celebrar manifestaciones. Pero al mediodía de ayer, en el campo de refugiados de Yabalia, dos millares de personas marchaban detrás del cuerpo de un miliciano de Al Fatah fallecido. Muchas de ellas disparan al aire mientras desde la megafonía se insulta a los rivales. Por la noche, se declara una nueva tregua. Otra más. Así lo dijo el presidente palestino, Mahmud Abbas, quien aseguró que entraría en vigor a partir de las 11 de la noche hora local (una menos en la España peninsular). "Habrá un alto el fuego efectivo en Gaza para poner fin a todas las demostraciones militares, se suspenderá todo intercambio de fuego y despliegues ocasionales terminarán", aseguró.

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