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Columna
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Regalos

Tiempo de dar y tomar. Productos para dar y regalar. Los suplementos de papel cuché nos ofrecen ideas peregrinas, fantásticas, grotescas, simplemente imposibles o fatalmente cursis (lo cursi, ya lo decía Gómez de la Serna, abriga). Hace frío en diciembre. Para entrar en calor no hay mejor ejercicio que ir de compras, calentar las tarjetas de crédito hasta que entren en ebullición o sencillamente ardan. Las grandes superficies, nuestros grandes mercados actuales, son el mejor gimnasio para hacer esta clase de ejercicios.

Antes nos conformábamos con el mercado de santo Tomás, el día 21 de diciembre, primero del invierno. Nos conformábamos con admirar los gallos y capones que no siempre comían o podían comer. La fiesta religiosa y familiar tiene hoy, me temo, un valor similar al de los gallos o al de los capones que siguen exhibiéndose en la plaza el día 21 de diciembre. Un valor anecdótico. No son gallos o capones virtuales, pero de alguna forma su valor esencial es el simbólico. El valor de una estampa o de un huecograbado de revista ilustrada con su correspondiente pie: "Mercado de Santo Tomás. Bilbao, 1921". El tiempo pasa. Los mercados son otros. Los productos son otros, y nosotros ya no somos los mismos.

Dice la propaganda de una gran cadena de cacharrería informática y demás derivados: "¿Oro, incienso, mirra? ¡Móvil, LCD, consolas!". Es evidente que los tiempos cambian y, con ellos, los regalos que hacemos y nos hacen. Montañas de regalos que acabarán, lo sabemos muy bien en el fondo, formando cordilleras de basura electrónica en algún vertedero. Regalos que tal vez, seguramente, nos hagan por un momento más felices. Regalos que no traen, ni siquiera en el libro de instrucciones, la contraseña de la felicidad. La gran ventaja de estos grandes mercados del regalo y el consumo masivo está en el precio: regalar lo que venden es barato, está al alcance de cualquier bolsillo. Eso parece al menos.

Eso es lo que nos dice la publicidad, cada día más cutre y efectiva y barata, de estas grandes empresas. Hay que ser tonto para no comprar lo que quieren vendernos. Vivimos en un tiempo abaratado, en un inmenso saldo, un Simago o un Sepu a lo bestia, desmadrado, global. Hoy todo se abarata, todo se nos acerca y pone a nuestro alcance, hasta lo que creíamos inaccesible. Pero algunas quimeras se rompen. Hay sueños que se quiebran como el vidrio de mala calidad. Algunos aparatos no funcionan. Algunas garantías no responden. ¿No dijo alguien que lo barato es caro? Las compañías aéreas de bajo coste son un ejemplo (malo) del abaratamiento general de este tercer milenio.

¿A quién reclaman los más de 100.000 pasajeros abandonados, literalmente tirados por Air Madrid en vísperas de Navidad? ¿Quién responde por las humillaciones infligidas a estos miles de viajeros inmóviles, la mayoría sudamericanos que han sudado hasta el último céntimo pegado a Air Madrid? Porque el trato recibido es -lo dicen con razón los afectados- ofensivo, humillante y delincuente. Volar caro es carísimo. Volar barato puede ser suicida. Después de todo, nuestros desconfiados padres estaban en lo cierto: nadie puede dar duros a cuatro pesetas, salvo que lo que en realidad pretenda es engañarnos, forrarse a nuestra costa. Comprar en una tienda de todo a un euro es una decisión que uno puede tomar asumiendo la pérdida, sabiendo que lo que compra le durará un suspiro y aceptando que todo es ilusión. Pero volar (y no volar) en una compañía como Air Madrid es algo bien distinto, un descalabro, una fatalidad e incluso un drama. Con las cosas de comer (y también con las cosas de volar) no se juega. No debería jugarse.

Para el poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas, que ahora leo, los olivos que ve son el mejor regalo. Ni consola, ni móvil, ni LCD. "Olivos por donde voy, / plata que tenéis me dais, / aceite para el cabello / y aceitunas para el pan, / sombra para mis pesares / y leña para quemar; / ni plata ni fuego os pido / mientras no me deis la paz". De eso tampoco venden (ni paz ni olivos) en los hipermercados y grandes superficies. La paz, como rezaba un viejo fanzine literario que perpetramos en nuestra juventud, es tan cara que no tiene precio.

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