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Columna
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Derecho de decisión

Para describir nuestro esquema de transportes, más que buscar entre los adjetivos, conviene acudir a los prefijos: sub, a, in, anti... Funcionan con la mayoría de los calificativos. Que se te ocurre "desarrollado", pues con facilidad encuentras ejemplos de subdesarrollo. Ayer mismo viajé de Tolosa a San Sebastián por una nacional N-I que asusta: mal iluminada, rugosa, con las rayas despintadas y/o desaparecidas en lugares y curvas clave; y con una densidad de tráfico que convierte las deficiencias mencionadas en atentados institucionales contra la salud pública. Los transportes vascos son la ilustración más palpable, la representación más literal del mal trato que nos infligen quienes llevan decenios gobernándonos a su manera, esto es, descuidando lo real e invirtiendo en lo ficticio o fantasmal. Lo que, entre otros efectos nefastos, tiene el de apartar la atención ciudadana de la gestión política concreta. Los harapientos transportes en Euskadi son el signo de lo distraída, extraviada o ahogada que anda nuestra reactividad social en las aguas sin fondo de la ficción política. O de lo impedida o expropiada que esa resistencia social está, al haber sido invadido su territorio.

Y aquí enlazo con la Y vasca, un proyecto que se nos presenta como el remedio a nuestro mal del transporte. Con el espanto que me produce nuestra red viaria yo tendría que ser la defensora número uno del tren vasco de alta velocidad. Pues sí y no. Aunque en realidad a lo que me siento condenada es al "no sabe no contesta". A estas alturas -con las obras ya adjudicadas y en marcha- considero que me faltan datos fundamentales para hacerme una idea cabal del proyecto, para elegir con conocimiento de causa, para ejercer con propiedad mi derecho de decisión. Y no debo de ser la única en Euskadi; esta semana he visto un anuncio, pagado por los responsables del proyecto, con la pregunta: "Zer da Euskal Y trenbidea? ¿Qué es la Y ferroviaria vasca?", interrogación que indica por sí sola el grado de conocimiento que se le supone a la ciudadanía, a estas alturas. El domingo pasado, en un artículo, la consejera de Transportes nos decía también que su departamento "está llevando a cabo una intensa labor de comunicación social de la Y vasca".

Pero no es comunicación lo que una sociedad necesita para decidir por su cuenta, sino información: datos concretos, evaluaciones precisas, previsiones argumentadas. La Consejera nos remite a una página web www.yvasca.com, "en la que todos los ciudadanos podrán conocer en profundidad el proyecto, seguir su desarrollo y realizar sus aportaciones". Con las obras ya en marcha, poco sitio nos queda para las aportaciones decisivas. En cuanto a la profundidad, no se cumple. Esa página tiene unas hechuras y una consistencia meramente publicitarias. Las aguas de la información que contiene no cubren, le llegan al conocimiento como mucho al tobillo. Sales de ahí sin conocer en serio el impacto medioambiental del proyecto; el alivio real que supondrá para el tráfico rodado (se prevé que lo utilicen a diario 1.175 camiones, pero sabemos que circularán entonces cada día unos 15.000; y que la mayoría de los desplazamientos por nuestras carreteras son intra-comarcales); ni la factibilidad-seguridad a esas velocidades del transporte de mercancías y/o del mixto. Sigo sin poder cotejar ese proyecto con otro alternativo de adaptación de los trenes ya existentes. Sigo sin conocer, ni aproximadamente, el precio de los billetes, aunque varios indicios cosechados en esa web me hacen temer que será caro: la reiterada referencia a políticas tarifarias beneficiosas o competitivas o reducidas, o la explicación de que "los desplazamientos estratégicos para el país podrán ser subvencionados".

En fin, que la Y vasca me parece otro ejemplo de la sub-información y/o de la manipulación informativa que nos infligen nuestros eternos gobernantes; otra encerrona para mi libertad de decidir. Porque ni siquiera me queda el refugio del no, invadido ahora también por Batasuna, a quien francamente no considero ni buena referencia, ni confiable compañía, ni desde luego tranquilizadora garantía de un debate serio, plural, civilizado y libre. Lo que siento -de sentir y lamentar- es que mi derecho de decisión está por los suelos, por las vías; a punto de que lo atropelle, por activa o por pasiva, el tren.

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