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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Estudio de campo

1Veo que va a cruzarse en mi camino un amigo al que hace dos años que no veo. Antes, cuando ocurría eso, cuando veía que avanzaba hacia mí algún amigo, consideraba normal, tanto si el día era frío como caluroso o nublado, hacerle pasar por una prueba de amistad que consistía en tratarle groseramente y decirle, además, un par de verdades de las que duelen sólo relativamente. Si no se molestaba mucho, es que era un amigo real. Si obraba al revés, enfadándose, quedaba desenmascarado y yo veía que no merecía ser considerado amigo.

Últimamente, no le hago pasar la prueba a nadie. Desde que estoy inactivo en este tipo de experimentos, tengo más amigos que antes. La vida me ha cambiado.

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Has oído hablar mucho de alguien y tienes una idea preconcebida de cómo es esa persona, de modo que te acercas a ella esperando encontrarte con una mujer fría, tímida y glacialmente inteligente. Son tantos los prejuicios que acumulabas que al final nada es como esperabas. Ella resulta ser cálida y divertida, aunque, eso sí, glacialmente inteligente, en eso no te habías equivocado. Fleur Jaeggy es su nombre. Admiré siempre sus relatos y no imaginaba que un día la conocería a ella personalmente. Conocerla ha sido una experiencia inolvidable, como si se hubieran abierto nuevos cauces hidráulicos en tiempos de sequía.

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Me doy cuenta de que en pocos días mi lenguaje se ha acampesinado, seguramente porque paso esta semana en un apartamento prestado, en el campo. Estoy en un estudio de paredes blancas, sin libros, y dando paseos estudiosos por las huertas próximas. Simpatizo mucho con las paredes vacías. Si por algún motivo me viera obligado a poner algo en ellas, colocaría un pequeño cuadro que reprodujera la esfinge de los hielos que Gordon Pym creyó ver en el fin del mundo.

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Me fascina el frío. He llegado a veces a pensar que el frío dice la verdad sobre la esencia de la vida. Detesto el verano, el sudor de las suegras despatarradas por las arenas del circo de las playas, los arroces al sol, los pañuelos para el sudor. Me parece que el frío es muy elegante y se ríe de una manera infinitamente seria. Y el resto es silencio, vulgaridad, hedor y gordura de caseta de baño. Me fascinan los copos suspendidos en el aire. Amo las ventiscas, la espectral luz de la lluvia, la azarosa geometría de la blancura de las paredes de esta casa, donde reina el más gélido frío existencial. Tan glacial es aquí todo que salir al campo acaba resultando una bendición.

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"La palpitación del agua bajo el hielo" (Jules Renard)

6El local más frío del mundo, mi preferido, estaba en París pero ha desaparecido. Fui con Fleur Jaeggy a verlo, pero para mi asombro ya no queda nada de ese antro helado y ultramoderno. Era un sótano zen que acogía el restaurante Lô Sushi, donde una comida minúscula, maki y sashimi, desfilaba ante los ojos de los hipnotizados clientes, y lo hacía sin cesar, sobre una obsesiva cinta transportadora que zigzagueaba silenciosamente por la sala. Un brutal restaurante polar y sushi para solitarios radicales. En la gélida barra cada uno de los clientes tenía un ordenador del restaurante conectado a Internet y un número -diría yo que mortal- de asiento que ofrecía a cada uno de los comensales, a través de una técnica delirante, la posibilidad si querían, de conversar con los demás. Si tú eras el número 7, el 15 podía ser que se interesara por ti y te mandara un mensaje. Un lugar para pasar frío y llorar. Lo más terrorífico de todo era que nadie allí conversaba. Me gustaba mucho ese local y quise mostrárselo a Fleur. Pero el restaurante ya no está, el sótano lo utilizan para otra cosa. Seguramente, el negocio era demasiado ultragélido y ha fracasado.

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"En las obras de Jaeggy (escribe Enric González), desechado todo sentimentalismo, es justamente el frío del ambiente el que otorga valor a los sentimientos cuando éstos aparecen, el mismo valor que cobra en una morgue cualquier señal de vida".

Esas señales de vida en la morgue han sido siempre el truco de los tímidos o de los neuróticos. Pueden llegar a ser duros, distantes, muy gélidos, y sin embargo, de pronto, en un instante, romper el hielo. Como dice la propia Fleur: "Una cierta glacialidad también revela sentimientos".

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Al releerla, Jaeggy me ha transportado hoy al recuerdo de una joven inglesa, Rachel Seiffert, narradora nacida en Oxford en 1971 y que debutara hace unos pocos años con la notable Dark Room. Luego, Seiffert se ha descolgado con unos geniales cuentos de prosa sobria y muy poética: Trabajo de campo (Alpha Decay editorial), donde algunos relatos deslumbran por su concisión, inteligencia y sentido máximo del detalle. 'Contacto', por ejemplo, es un cuento que aborda precisamente la dificultad de contactar con las otras almas. Todo alrededor de este cuento está pensado para comunicarnos la frialdad de las relaciones entre ciertas madres e hijas. Hiela el espíritu ese cuento, pero paradójicamente contacta, aunque también es verdad que no con todo el mundo, creo que sólo con lectores como los de los libros de la esencial Jaeggy.

Seiffert y Jaeggy, seguramente sin saberlo, tienen mundos paralelos. Son escritoras que se olvidan del latoso toque femenino e incorporan dureza, crueldad y sobriedad a sus gélidas pero conmovedoras y terribles historias desesperadamente inteligentes, frágiles y curiosamente vigorosas. Sin duda, este estudio de campo o recia morgue de paredes blancas en la que paso yo la semana está algo más que bien acondicionada para la apasionante actividad de leerlas a las dos. De Jaeggy no hay nada mejor que Los hermosos años del castigo, obra maestra que publicó Tusquets hace unos años: "Nunca se habló de amor como, en cambio, es costumbre en el mundo".

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Salir para fumar un cigarro de hielo.

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