Los amigos de los prestigiosos campus
El proceso de admisión en las universidades estadounidenses tiene un lado oscuro: el del nepotismo. Es una práctica relatada en varios libros, como los del periodista Daniel Golden (El precio de la admisión) y el profesor Jerome Karebel (El elegido), en los que cuentan cómo las familias más poderosas y célebres del país tienen prácticamente garantizado el acceso de sus herederos a prestigiosos campus como el de Harvard, Yale o Princeton.
Las donaciones familiares son una importante vía de acceso a la Universidad en EE UU, a veces más determinante incluso que las notas del estudiante cuando presenta su candidatura a las pruebas de admisión en una de las ocho universidades que integran la Ivy League (Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale) u otro prestigioso centro universitario, como Berkeley.
Un estudiante que acaba sus estudios universitarios gana por lo general 23.000 dólares al año más que un diplomado. Pero en este caso, juega además un factor clave, el de las relaciones y los contactos que se entablan con la que se espera será la futura élite económica, política y social de la nación. Es como si se tratara de una gran familia, hasta el punto de que las posibilidades de que el hijo de un ex alumno sea aceptado en un centro de la Ivy League es cuatro veces superior a las de cualquier otro estudiante.
En teoría, el sistema está diseñado para que los campus sean mixtos, en cuanto a clases y razas, lo que en la práctica debería favorecer a las comunidades minoritarias. Pero los datos constatan que el sueño americano no está al alcance de todos por igual, y que sólo un 3% de los estudiantes inscritos en una de las mejores universidades tiene bajos recursos.
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