Informe de la Navidad
Como una barba rala, la Navidad crece de manera desigual sobre la faz de la ciudad. Un largo trecho de la Gran Via, entre la plaza de Espanya y la calle de Muntaner, permanece ausente de la fiesta, como si la época no le afectara. Se trata de un territorio reserva de otros indígenas, los Reyes Magos. De aquí a pocos días las aceras centrales estarán tomadas por casetas de juguetes que sobreviven tenazmente en la era Toys'r'Us. Pero de momento nada anuncia la inminente invasión, salvo unas marcas numeradas aparecidas en el suelo para delimitar las paradas. La llamativa decoración de la chocolatería Escribà, que este año ha celebrado el centenario de su fundación, es el único reclamo navideño de la zona.
En la plaza de la Universitat el paisaje cambia de golpe. El gentío y las luces anuncian la excepcionalidad. La muchedumbre avanza lentamente por la acera de mar de Pelai. En semejante río, salirse de la corriente principal para detenerse ante un escaparate constituye una maniobra de riesgo que genera atascos. Ante el puesto de lotería del Gato Negro se ha formado una cola que llega hasta Jovellanos. La otra acera de Pelai, la de montaña, sigue como siempre recelando de las multitudes, aunque es cierto que el centro comercial del Triangle ha corregido en parte la atávica esquizofrenia de la calle. La desembocadura en La Rambla es un poderoso espectáculo de confluencias en el que el antiguo edificio del Banco Central, hoy perteneciente a la compañía Sfera, actúa como faro de la sociedad opulenta. El Portal de l'Àngel es un mar de bombillas azules y de flases blancos como estrellas producidas por la corporación Disney. El insigne termómetro de la avenida marca 14 grados (sábado, a las 18.30 horas), y aquí podría seguir el socorrido párrafo acerca del paradero de las nieves de antaño, pero los directores de las pistas de esquí insisten en que pueden caer todavía en perfecto horario de temporada.
Ahí está la Fira de Santa Llúcia, mágica mezcla de tradición y mal gusto desde hace 200 años, cuando empezó a asociarse la devoción a la patrona de las modistillas con el mercado de belenes y otros adornos para la casa. Como siempre, las primeras casetas ofrecen la amplia variedad vegetal de la época: ramas de abeto, eucalipto y acebo (este último, a cuatro euros la unidad media), piñas, musgo, ramilletes de muérdago (a dos euros) y explosivas ponsetias. En segunda fila se hallan los puestos de complementos infantiles para estos días de gresca obligada: zambobas, panderetas, carracas, trompetas de colores lisérgicos, pitos de carnaval y otras armas de exterminio masivo. Y así se llega a las casetas de las figuras, esto es, al mundo de la maqueta teatral y la repetición seriada.
Párrafo aparte hay que conceder aquí al caganer, genuina aportación catalana a la belenística internacional y contrapunto material necesario al excesivo olor de santidad que emana de la cueva. Pere Homs, artesano de Sabadell que acude por primera vez a la feria barcelonesa, los tiene, entre otros, de Maragall, Zapatero, Carod, Ronaldinho, Rijkaard e incluso de la duquesa de Alba, vete a saber por qué. Montilla también está, aunque en discreta segunda fila ("no me ha quedado bien", confiesa Homs; a los humoristas también les cuesta imitarle, a excepción de Sergi Mas). Compro a Homs dos caganers, uno de Eto'o con zamarra azulgrana y otro especialmente logrado del papa Ratzinger (a 10 euros cada uno). En otras casetas de las proximidades la familia excretora aumenta. Están Mas, Piqué, Benach (con un texto del Estatuto), Pujol, Aznar, Rajoy y el Neng de Castefa, en una mezcla espectacular de novedades y restos de serie de temporadas anteriores.
En fin, a lo que íbamos. Íbamos a por una cueva. El mundo de las cuevas de belén es inabarcable. Las hay con nacimiento incorporado y sin él, iluminadas o no, de una sola pieza o con varias dependencias, incluidos pesebre para animales, granero y hasta pozo de agua potable. Como esto siga así acabaremos teniendos portales de Belén con jacuzzi y zona de spa: quién se lo iba a decir a esta familia de okupas de hace 2.000 años. Opto por un modelo pelado, clásico, tres corchos formando arco, más un cuarto como pared de fondo, recubiertos de líquenes y musgos de muchos tonos. Veintiséis euros. Pero las casetas más bonitas son las especializadas en complementos para el paisaje: palmeras y chumberas del desierto, robles retorcidos, cipreses estilizados, arbustos de retama florida, pitas y matorrales del bosque mediterráneo. Un horizonte seriado sin figuras que reconforta por la amplitud de perspectiva que proporciona, en contraste con el enorme gentío. A las ocho de la tarde, en la calle del Bisbe en dirección a Sant Jaume literalmente no se camina, se guarda turno para avanzar, como ante una taquilla. El comienzo del partido del Barça contra la Real Sociedad apenas alivia la situación.
Los comerciantes se declaran satisfechos, aseguran haber facturado este fin de semana el 20% de las ventas previstas. Cifras prósperas para época de bienes. El dato cuenta, pero el espectáculo es sin duda la gran ciudad nerviosa que se apresta a celebrar la Navidad. Y uno inevitablemente piensa en otras ciudades nerviosas y queridas a las puertas de la Navidad, como Milán o Viena.
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