Lecciones de realismo
SOSTIENE BALLARD que el ciudadano vive rodeado de una atmósfera tan cargada de ficciones y de falsedades que los papeles se han invertido y al novelista le corresponde crear realidad. Tan densas son las nubes que cubren la escena pública, que cuando alguien solemniza una evidencia, el retorno del principio de la realidad se festeja como cuando un rayo de sol rompe la monotonía de quince días de niebla. El informe Baker sobre la guerra de Irak constata dos cosas obvias: que Estados Unidos no está ganando esta guerra y que en Irak ocurren muchas cosas de las que no se da conocimiento a la sociedad americana. ¿Alguien lo dudaba? Pues muchos medios de comunicación celebran estas nuevas como el feliz retorno del principio de realidad a la política americana, secuestrada por una curiosa coalición entre un puñado de ideólogos neoconservadores y un grupo de intereses privados del entorno de Bush y Cheney.
Puesto en el terreno de las obviedades, el informe Baker pone sobre la mesa dos ideas muy elementales, pero que demasiado a menudo se olvidan y que, sin embargo, tienen utilidad universal: para tomar decisiones es necesario un buen conocimiento de la realidad, y hay problemas que sólo pueden afrontarse con éxito desde la negociación y el multilateralismo. El buen conocimiento de la realidad no es tan obvio en política. El político viene contaminado por el discurso ideológico que da sentido a sus estrategias y por la voluntad de poder, que a menudo tiene efectos cegadores tanto respecto de la realidad como de uno mismo.
En determinadas cuestiones, especialmente aquellas que afectan a la guerra y a la paz, a la seguridad nacional y a las instituciones básicas, no se puede caer en la soberbia de actuar en solitario sin buscar aliados ni tramar negociaciones. Pero esto es difícil en política, porque es muy atractiva la tentación de no compartir el éxito. A menudo es necesario que las cosas vayan mal para que se aprecie la necesidad del consenso. Y entonces puede que sea demasiado tarde.
Estos dos elementales principios están fallando en la política española. El día de la Constitución asistimos a un penoso diálogo de besugos. El presidente del Gobierno apelaba al Partido Popular "a arrimar el hombro" e incorporarse al consenso en el proceso de paz. Y poco después, Rajoy apelaba al presidente a "abandonar cualquier tipo de contacto político" con ETA y volver al consenso antiterrorista. Sin embargo, ni Zapatero tiene intención de reunirse con Rajoy, ni Rajoy parece buscar otra cosa que un reconocimiento de error de Zapatero. O sea, más humo para una atmósfera ya de por sí cargada.
Y, sin embargo, es evidente que en este caso están fallando los dos criterios políticos: realidad y consenso. El Gobierno da la sensación de haber montado el proceso desde cierto desconocimiento y cierta ingenuidad respecto a lo que es ETA. De otro modo, no se entiende muy bien que haya pasado medio año desde que el Congreso autorizó las conversaciones formales con ETA y éstas todavía no hayan podido empezar. Y, a su vez, el Gobierno calculó mal la respuesta del PP: nunca creyó que fuera tan reactiva. Y es posible que el PP haya cometido el pecado contrario -de hiperrealismo, podríamos llamarle- necesitado de convencerse desde el primer momento de que el proceso fracasaría. Naturalmente, los errores en la apreciación de la realidad en política son muy graves porque tienen efectos preformativos. El proceso no sería el mismo si unos y otros hubiesen actuado de otra manera.
Consenso. El Gobierno tuvo en algún momento la tentación de pensar que podía sacar el proceso adelante sin el PP, e incluso que podía ser más fácil. Era confiar en que ETA podía ser sensible al argumento de esta vez o nunca, lo cual significaba dar por definitiva la voluntad de ETA de dejar de matar, cosa que no está probada. Y el PP se motivó excesivamente con sus expectativas sobre la ruptura de la tregua. Y ahora Rajoy se está dando cuenta de que podría caerle encima -por deslealtad- la factura electoral de un retorno de ETA a la violencia.
¿Los amagos del día de la Constitución deben ser interpretados como una señal de que ambos se han dado cuenta de que necesitan al otro, el Gobierno para afrontar más realísticamente el proceso, y el PP, para salvar la cara? ¿Estamos ante una lenta incubación del consenso? De momento me temo que lo único que hay es el intento de endosar al adversario lo que pueda ocurrir.
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