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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

A orillitas del canal

Marcos Ordóñez

El año pasado, los Hermanos Oligor hicieron nevar en Madrid. En Barcelona no nieva ni a tiros, pero la otra noche, una noche que ha durado casi quince días, la familia Dromesko convirtió el tiempo en un círculo y en su centro humeaba una sopa de lentejas. La familia Dromesko es más que una familia: una comunidad teatral nómada. Hará unos quince años plantaron en Aviñón una pajarera bizantina donde volaban aves y caballos bajo su cúpula dorada, como en un cuadro de Chagall. Luego fletaron un barco, el Mistery, y con bandera de Praga recorrieron el Vltava y el Elba para desplegar las velas escarlatas del cuento de Aleksandr Grin. El espectáculo La baraque, cantina musical, también ha desplegado sus velas de zinc abollado y madera eslava en el centro de la plaza de Margarida Xirgu, entre el Lliure y el Mercat, por gentileza de Àlex Rigola, tras 11 años de gira por Europa. Una cantina lejana, en la frontera. "A orillitas del canal / cuando llega la mañana / sale cantando la noche / desde lo de Balderrama". Una canción, clavada en el corazón de un recuerdo inexistente, postal de un lugar en el que nunca estuve pero que conozco bien: podría ser Talijanska, o Prenda del alma, o la Canción mixteca; podría ser el granero de Las puertas del cielo, pero para mí es el Boliche Balderrama, en la esquina rosada de la avenida de San Martín y el Canal del Esteco, en Salta, es decir, en el barrio sur de Moira, o en el bosque de los Álamos Negros, junto a la carretera de Griselk. Raúl también conoce ese lugar, esa música de barracón de feria, barquitos en botellas y humo en el horizonte. "Decir yo he conocido es decir algo ha muerto", medita Raúl, pero esta noche todo vuelve a vivir lento como un río, cuatro horas con grandes remansos y sombras de saúco, y todos estamos en torno a las mesas como en una lenta balsa, y no hay río abajo ni río arriba, hay esa sopa eucarística en un gran caldero y pan cocinado en un horno de leña, vasitos de aguardiente que fluyen de un serpentín de hojalata, a través de una ventana, y es bueno estar ahí, en una mesa compartida, fumando y bebiendo y charlando o callando si apetece. La orquestina zíngara, acordeón, violín y salterio, toca melodías de su tierra que esta noche es nuestra tierra: "Adentro puro temblar / el bombo con la baguala / y se alborota quemando / el chispear de la guitarra". Una niña rubia se adormece hasta que el mago Alain llega a nuestra mesa y extiende una hilera de caramelos Mix como piedrecitas para cruzar el río o recordar el camino de regreso a casa. Alain es flaco, gasta clerygman y de sus bolsillos salen crucifijos desmontables, cartas milagrosas, cigarrillos que brotan encendidos y desaparecen tras una oreja. Del techo cuelgan cestos con cebollas picantes que caen y se desbordan por el suelo, y sacos de lluvia primaveral y repentina, y una muñeca sonámbula que camina entre los vasos como escapada de un cuento de Bruno Schulz. Igor, el acordeonista, el Loyal de la cantina, se cansa, pasea, filosofa en voz alta, enciende un cigarrillo. Fundó el Circo Aligre con su hermano Branlo y lo dejó cuando se hicieron famosos, y levantó el Zíngaro y volvió a dejarlo cuando Bartabás se tomó por un centauro. Lily la pelirroja, la compañera de Igor, canta Fais-moi mal Johnny, y luego finge enfadarse por el estrépito que montan Petr y Matej, los gemelos Forman, clowns angélicos y probablemente primos del Elfo Buddy. Igor nos dice que tengamos paciencia con Lily, que a veces bebe demasiado, y ella taconea furiosa hasta el fondo de la cantina como quien se pierde en la noche de la costanera o en el oscuro de Flores. Ya se le pasará, tiempo al tiempo. Tiempo no falta, ni ganas de canción. "Si uno se pone a cantar / un nochero lo acompaña / y en cada vaso de vino / tiembla el lucero del alba". De repente (pero aquí nada pasa "de repente"), cruza la cantina un ángel nuevo, de enormes alas y pico de carnaval veneciano. Silencio absoluto, atónito, maravillado. ¿Qué demonios es eso? No es un águila, no es un albatros, no es una cigüeña: es Monsieur Charles, el viejo marabú que acompaña a Lily desde las noches de la volière en Aviñón, el ave de plumas bellísimas que Burl Ives perseguía en Wind Across the Everglades para adornar los sombreros de las damas sureñas. Recordábamos su pico y su vuelo, pero sobre todo su caminar cabizbajo y reflexivo junto a Lily, como el espectro del inspector Maigret paseándose por una gabarra imaginaria. Al olor de la sopa van llegando otros animales: un cerdito con alas de alambre y algodón, que juega con Lily al otro lado de la cantina, en un repentino teatro de sombras con cortinas rojas, y dos cachorros de bulldog que comen de mi mano los trozos de carne de la sopa, y un perrazo negro que se llama Zorba y parece un osezno. Los gemelos pasean de mesa en mesa el carrito de marionetas de Lilí. Vuelve la música, la canción, y dos, tres parejas se lanzan a bailar Les amants de la Saint-Jean, como si todavía siguiera la verbena del pasado verano y la hoguera en la barraca del Tito Juan, en Montjuïc, la última barraca y su última verbena. La java, definitivamente, se convierte en zamba: "Zamba del amanecer / arrullo de Balderrama / llora por la medianoche / canta por la madrugada"; zamba a la memoria del Tito Juan, que quería ser torero, y los habituales de la Bodega Saltó, otra cantina de frontera, juntaron dinero para comprarle el traje de luces que no pudo estrenar. Los gemelos proyectan un super 8, una película familiar: Petr (o Matej), de niño, en una playa, jugando a ser tortuga con un barreño a guisa de caparazón. Blanco y negro feliz, iluminado. Y en otra ventana, la definitiva, aparece todo lo que estamos viendo: la cantina en miniatura, y sus habitantes convertidos en muñecos de madera. Se alza un ooooh unánime. Nadie quiere irse. "Si quieren dormir aquí", dice Igor, "ya les despertaremos por la mañana". No hay mejor sitio donde estar. Canturrea vivísimo el Tito Juan, borracho perdido, bailando como el Watusi: "Lucero / solito / brote del alba". Y luego, todos a coro, desvelados: "Dónde iremos a parar / si se apaga Balderrama".

Sobre la familia Dromesko, una comunidad teatral nómada que ha representado en Barcelona su cantina musical

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