Absoluto Tàpies
Con cuadros casi todos fechados en 2006, Antoni Tàpies (Barcelona, 1923) vuelve a exhibir su obra última en Madrid, donde lo viene haciendo con regularidad, sobre todo, durante los últimos 25 años. Siempre ha creado expectación cualquiera de sus convocatorias, como es lógico, no sólo cuando se trataba de alguna monográfica en un gran museo de la capital, sino también a través de las exposiciones individuales en galerías, que tienen el atractivo de proporcionar, de forma selectiva, las últimas pulsaciones del artista. Así ocurre con la que da pie al presente comentario, donde se corrobora, una vez más, la peculiar fuerza creadora de los mejores maestros cuando alcanzan una alta edad y consiguen transformar los inevitables desmedros físicos en un potente raudal de libertad y sabio dominio. Desde luego, nadie que contemple los cuadros recién hechos que ahora exhibe en Madrid imaginaría, si no cuenta con el dato de antemano, que su autor ha cumplido 83 años, salvo, en todo caso por lo que reflejan de una mayor hondura y limpieza, de retracción esencialista; de, en suma, concentración.
Cada uno de los cuadros es
un Tàpies absoluto, pero se deja notar como un distanciamiento reflexivo, una paciencia luminosa, que incrementa la claridad. Por este carácter de despojada relación con la materia, esta exposición tiene algo como de física presocrática, de conversación íntima con la naturaleza.
Las referencias se hacen en extremo sutiles, como en Lligat, donde unas manos atadas a la espalda tienen la imponente majestad de un torso miguelangelesco. Los signos caligráficos pierden violencia disruptiva, pero resultan más conmovedores e inquietantes, como aligeradas sombras que acarician las superficies. Las materias se abomban con carnal sensualidad, pero sin abigarramiento barroco. Toda la densidad de lo telúrico, de lo tectónico, de lo orgánico, de las misteriosas fuerzas de la naturaleza, se nos muestran aquí con su compacta opacidad, pero, a la vez, con cristalina transparencia. Es como si Tàpies se hiciera simultáneamente clásico y romántico. Hay por doquier ese sentencioso laconismo que se subraya en el cuadro Aucune chose, donde, sobre un lecho matérico tenebroso, se cruza en diagonal una cinta rectangular roja con el mensaje caligrafiado: "Desde el comienzo, ninguna cosa no es". Este Tàpies absoluto nos habla desde el absoluto para señalarnos la sensación estremecida de lo real, el tacto de la piel, los susurros, las sombras, los gestos alados... La encarnación del espíritu gracias a la pintura: el ser de las cosas, la naturaleza, el ser.
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