Un espectáculo de disfraces
A Arturo Brachetti se le anuncia, en el programa de mano del espectáculo que ofrece hasta el próximo domingo en el teatro Tívoli de Barcelona, como el hombre de las 1.000 caras porque se transforma en 100 personajes a lo largo de los 100 minutos que dura su actuación, cero más, cero menos. Después de triunfar por todo el mundo -extractos de críticas internacionales muy favorables dan prueba de ello-, Brachetti ha llegado a Barcelona, lo que supone su presentación en España, y se ha instalado en el teatro Tívoli con un número de funciones improrrogables.
Sin llegar a contabilizar el número exacto de personajes que adopta en su espectáculo, que lleva por título su apellido, lo cierto es que son unos cuantos. Y en eso consiste el espectáculo ideado por el propio Brachetti -en colaboración con Serge Denoncourt, quien asume la dirección-, en pasar de un personaje a otro sin más. La dramaturgia que envuelve al conjunto, el texto del dramaturgo neoyorquino Arthur Kopit y a través del cual Brachetti repasa su infancia, es solamente una excusa pobre y algo farragosa para poder disfrazarse una y otra vez, saltando de un tema a otro. La gracia no reside tanto en el resultado de cada transformación como en la rapidez con que se realizan los cambios. Consigue, por ejemplo, pasar de Pinocho a Barbie en bañador en un abrir y cerrar de ojos literal. Por supuesto, hay cortinas y efectos especiales, pero aun así, la eficacia es sorprendente.
Desván de cachivaches
Un cubo inmenso que se abre al público y que alberga un desván lleno de cachivaches -el decorado lo firma Guillaume Lord- ofrece a Brachetti el contexto perfecto para que vaya abriendo cajas y baúles y se reencuentre con los juguetes, las fotos y el teatro de marionetas de cuando era niño. Y ya está: de los muñecos citados, a una especie de papagayo y de él a Spiderman. Un sombrero que dice que es de su abuela le da pie a transformarse, deshaciéndose de la copa y doblando el ala, en unos 25 personajes más, lo más ingenioso de todo el espectáculo. Entre un cambio y otro, se permite Arturo Brachetti algún que otro truco de magia bastante resultón.
Los recuerdos le llevan hasta los años dorados de Hollywood, y la segunda parte del espectáculo es básicamente una revisión de las películas que supuestamente marcaron sus años mozos, fuente inabarcable de personajes en los que se va transformando, ya con más calma: desde Charles Chaplin hasta James Bond, pasando por Escarlata O'Hara o el doblete Bogart-Bergman en la mítica Casablanca. Aunque no baile claqué en la famosa escena de Cantando bajo la lluvia de Gene Kelly, ni desarrolle la coreografía de la silla que hizo famosa a Liza Minelli en la versión cinematográfica de Cabaret, consigue al menos dar el pego y el público celebra todas sus mutaciones.
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