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Tribuna:CONTROL Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA
Tribuna
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Los jurados de Ségolène

Critica el autor la escasez de propuestas desde los partidos para dar mayor transparencia y participación ciudadana al debate político.

La candidata a la Presidencia de la República francesa por el Partido Socialista, Ségolène Royal, está haciendo correr un verdadero torrente de palabras impresas con su propuesta de crear "jurados populares" para que controlen la gestión de los cargos públicos durante el mandato de éstos, sin esperar a que acabe la legislatura y sea preciso renovar la Cámara legislativa o el ayuntamiento. En su propuesta, de la que es autor Pierre Rosanvallon en su libro La contrademocracia, establece que los ciudadanos integrantes de dichos jurados lo sean por sorteo entre las listas del censo.

Hay detrás de esta propuesta una idea según la cual la democracia francesa se encuentra en crisis. Una crisis que apunta directamente a la clase política. "Hoy", dijo la candidata Royal en el debate entre los tres candidatos socialistas celebrado ante las cámaras de televisión el pasado 24 de octubre, "hay un desamor respecto de los políticos". "Hay una crisis democrática y una crisis moral", afirma Ségolène, que propone esta novedosa forma de control de la sociedad sobre los políticos electos como una de las bases de su "democracia participativa".

Los debates políticos son cada vez más una especie de toma y daca de frases hechas, desconectadas de su contenido

La tesis de la candidata socialista resulta necesariamente sugestiva. No sólo en Francia, en todo el continente europeo la relación entre electores y electos goza de una manifiesta mala salud. En un seminario al que fui recientemente invitado a participar sobre la irreelegibilidad de los cargos públicos, que se celebró en la bella localidad gallega de Bayona, su organizador, el catedrático Eloy García, contaba lo que un profesor italiano le decía respecto de la expresión asamblearia de la clase política de ese país. "Observe usted con atención este Parlamento. El que vendrá después será bastante peor".

Todos sabemos que la calidad de la clase política se reduce legislatura a legislatura, que los ministros de hoy en día son peores que los de antaño -y ello no tiene necesariamente que ver con los partidos políticos encargados de su selección-, y no se puede decir que el caso español sea singular. Hemos llegado relativamente tarde a la cita con la democracia, pero, eso sí, hemos aprendido muy rápidamente lo peor que en ella se practica. Resulta paradigmática la corrupción, que como una mancha de aceite se viene apoderando de los ayuntamientos españoles -sin excepción de partidos- generando fabulosas fortunas que se derrochan de manera delirante, como nos vienen mostrando las pantallas de televisión.

Pero no parece interesar demasiado a nuestros políticos españoles que se planteen propuestas de transparencia o de apertura del debate político o de participación ciudadana en las cosas públicas, más allá de la -en todo caso fundamental- emisión del voto cuando corresponda. El mismo debate televisado en Francia a que estoy haciendo referencia, entre Royal, Fabius y Strauss-Kahn, no se ha producido nunca entre nosotros. De manera tímida, el Partido Socialista español puso en marcha en su día el sistema de las primarias para la selección de sus candidatos. Hoy, el líder de ese partido prefiere la designación a dedo, como ha ocurrido en el caso de su candidato a la alcaldía de Madrid.

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¿Igual que en el PP? Sin duda. Pero eso no nos debería hacer necesariamente más felices. Las primarias son en realidad una tímida copia de lo que ya se hace desde tiempos seguramente inmemoriales en la denostada democracia norteamericana. Y es tímida la copia porque hay Estados americanos en que la elección se hace por los simpatizantes -que son las verdaderas primarias- en tanto que en otros votan sólo los afiliados al partido, a lo que llaman caucus.

La propuesta de Ségolène fue criticada en el debate televisado. Fabius le achacó que señalar esos defectos a la democracia representativa le acercaba peligrosamente a las tesis de la extrema derecha y Strauss-Kahn vaticinó el conflicto y el desorden en el caso de que se pusieran en práctica. Pero ni Fabius puede acusar a Royal de encontrarse instalada en la extrema derecha, ni Strauss-Khan puede olvidar que la idea de conflicto es consustancial a la de democracia. Y los desórdenes no se ubicarían necesariamente en el entorno de estos jurados, sino en esa Francia de la inmigración, incluso de su clase media. Una Francia que, como recordaba Ségolène en citado debate, "se siente sacudida hacia abajo, en una especie de espiral depresiva".

Siempre que haya quien realice una propuesta novedosa, habrá quien la tire por tierra alegando que se trata de una idea peligrosa. Y es verdad que el debate francés sobre la calidad de su democracia y las soluciones a sus insuficiencias no ha dado, por ahora, demasiado de sí. Encerrado entre la educación, la deuda pública, la juventud y los impuestos el asunto de los "jurados populares" sólo ha sido levemente enunciado. ¿Se trata de un planteamiento demagógico? ¿sirve sólo para adornar una campaña mediática más?

No podría muy bien avanzar una opinión. Lo cierto es que los debates políticos son cada vez más una especie de toma y daca de frases hechas, desconectadas de su contenido. No se profundiza en las propuestas, ni falta que hace. Luego, cuando sus proponentes se sientan en los escaños de la mayoría, se acomete una simple tarea de aliño, de modo que la institución resultante se parezca bien poco a las expectativas creadas.

Pero no conviene cerrar el debate sobre la calidad de la democracia. En Francia, Italia o España. Antes que esa tarea emprendida en nuestro país de alargar el espacio de las autonomías, debiera encontrarse el ensanchamiento del ámbito ciudadano. Claro que ese asunto, por lo visto, no está entre nuestras prioridades.

Fernando Maura es parlamentario vasco del Partido Popular.

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