"La emigración no tiene por qué ser negativa ni destructiva"
"Kaixo, Maggie naiz; Hi, it is Maggie; Hola, soy Maggie". El contestador automático de Margaret Bullen es casi una tarjeta de visita. Nacida en una localidad del sureste de Gran Bretaña, se instaló en Euskadi en 1991 y descubrió una cultura y un idioma por entonces desconocidos para ella. "Creo que aquí existe una enorme riqueza de tradiciones que he ido viviendo, estudiando y disfrutando", afirma con rotundidad -y en euskera- esta antropóloga que actualmente trabaja como profesora en la Facultad de Filosofía de la Universidad del País Vasco (UPV) en San Sebastián.
Su pasión por ese patrimonio cultural fue propiciado por otro amor, esta vez de carne y hueso. "Me enamoré de un chico vasco en Liverpool", recuerda. "Viajé para estar con él y acudió a buscarme a Sondika con su hermano. Regresamos por la carretera de la costa. Era un paisaje nuevo para mí y me pareció maravilloso". Aquél fue el comienzo de una buena relación con la tierra que se había convertido en su nuevo hogar, favorecida por la ventaja de tener "una acogida asegurada" por parte de su familia política. "Me resulta difícil hablar de los vascos en general, porque los veo como individuos que forman parte de una familia y luego de una red de amigos", añade.
"Antes de venir, lo único que sabía sobre el País Vasco eran las noticias sobre ETA"
Bullen estudió filología española y francesa dentro de la licenciatura. "Sin embargo, no me enseñaron nada de lo vasco, ni siquiera nombraron que existieran unas lenguas minoritarias aquí", se queja. "Por entonces lo único que conocía del País Vasco eran las noticias sobre ETA, pero a través de mi pareja fui conociendo un mundo nuevo para mí, algo también muy emocionante desde el punto de vista de la antropología".
Tras instalarse inicialmente en Bera de Bidasoa (Navarra), su trayectoria profesional y vital dio un giro dos años después de su primer viaje por aquella carretera de la costa. El motivo fue su encuentro con Teresa del Valle, una antropóloga de la UPV que por entonces se encargaba de enseñar a los alumnos norteamericanos de paso por la universidad pública nociones básicas sobre la cultura vasca.
"Desde entonces también doy a esos alumnos una asignatura denominada Cultura Vasca e Ibérica. Lo hago en inglés para que los que vienen con muy poco castellano o euskera puedan conocer la cultura local. Empezar a impartir esa asignatura fue la puerta para empezar a interesarme por la cultura y la antropología vascas", precisa Bullen.
Esa experiencia docente le abrió los ojos a otra cara de la emigración: la de los vascos que marcharon a Estados Unidos en busca de un futuro mejor durante la primera mitad del siglo XX. Algunos de sus alumnos han sido, precisamente, descendientes de esas personas. Como antropóloga, ha podido constatar que, en ocasiones, guardan una imagen idílica de la tierra de sus antepasados, una foto fija de la época en que aquéllos dejaron atrás sus hogares, idealizada por la añoranza de la tierra que les vio nacer.
"Había una chica que vino aquí el año pasado y que adquirió un nivel muy bueno de euskera. A ella su familia le había transmitido una imagen muy tradicional de esta cultura. Seguía viviendo en esa época", explica Bullen.
Autora -por iniciativa propia- de la traducción al inglés de Orhipean, una obra divulgativa sobre la cultura vasca, Bullen ha firmado también un libro sobre el conflicto de los alardes de Irun y Hondarribia. "Hay que quitar ese miedo al cambio, porque no se va a perder nada", afirma convencida.
"Algunos piensan que por cambiar una pieza todo se va a perder, pero yo creo que podemos hacer cambios y ajustes en la cultura vasca o de cada pueblo", señala. Además de firmar esas obras, ha tenido tiempo de participar, junto con otros antropólogos de la UPV, en un trabajo de campo sobre los nuevos emigrantes llegados a Euskadi durante los últimos años. Y ha podido constatar los recelos a los que muchas veces se enfrentan. "Creo que todos podemos venir aquí, integrarnos e ir creando algo diferente, pero que no tiene que ser negativo o constructivo", subraya.
Quince años después de aterrizar en Sondika, proclama con seguridad que ha obtenido "una calidad de vida mejor de la que podría tener en el Reino Unido". "Pero una calidad que depende sobre todo de las redes sociales que tengo aquí. No veo que en Inglaterra haya la misma solidaridad que, en cierta forma, hay aquí", apostilla. Sin embargo, reconoce -confirmando el tópico sobre el carácter reservado de los vascos- que ha necesitado ser paciente para construir esas relaciones, "tal vez porque en nuestra cultura estamos más acostumbrados a cambiar de lugar y de ciudad". "Mi experiencia es que aquí las cosas tardan más", sentencia.
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