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Columna
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Pendejos

Escribo este artículo desde Cádiz, lo que significa que no he ido a Guadalajara, México. O lo que es lo mismo, no soy nadie. Más aún, no sólo no he ido, lo que ya es desolador, sino que nadie me ha invitado a ir. No he tenido siquiera la ocasión de mostrarme arrogante y desdeñoso. Ni estoy en la lista de lo más granado de la intelectualidad andaluza ni siquiera puedo decir que escribo desde la marginalidad. Lo hago desde el olvido, desde la ignorancia, desde la insignificancia. No puedo ocultar que me hubiera gustado una llamada de la Junta, de una editorial, de un medio de comunicación cualquiera y yo poder responder con suficiencia que estaba muy ocupado. Así que desde el exilio interior observo la amplia comitiva andaluza camino de la Nueva España, de la gran ciudad del Estado de Jalisco, y me conformo con ver cómo parten algunos amigos que sí están entre los elegidos porque, a buen seguro, han reunido méritos suficientes. Componen un sustantivo elenco de la intelectualidad, de las letras, de las artes, de la política y del periodismo, todos ellos unos chingones, si se me permite el mexicanismo. Algún colaborador de un periódico sumamente hostil con la Junta no ha tenido problemas en acudir a la cita del libro en las llanuras donde crece el agave y envejece el tequila, donde se baila jarabe tapatío y charrean como gallos. Así es la vida y a uno no le quedaría como consuelo la famosa frase del difunto Mario Onaindía "en España al que escribe un libro le llaman escritor y al que lee dos, intelectual". No cabe duda que el listón de la comitiva está más alto de la frase del difunto político vasco. Allá van los galeones andaluces camino de la reconquista del Nuevo Mundo, unos nuevos gachupines hacia el Jalisco no te rajes. Yo, como en la canción: "Probablemente ya de mi te has olvidado y, sin embargo, yo te seguiré esperando, no me he querido ir para ver si algún día que tú quieras volver me encuentres todavía. Por eso aún estoy en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente, para que tú al volver no encuentres nada extraño".

Dado mi fracaso personal, he pensado unirme a otros en idéntica situación y crear la asociación de mindundis y chupacharcos de Andalucía, una especie de excluidos de la lista del viaje a Guadalajara, que es donde están los que de verdad son alguien en esta tierra. La lista completa de viajeros es un secreto, pero al saber los amigos y compañeros que están y que uno mismo no haya tenido ni la oportunidad de decir que no, se te queda la cara como la de una vaca mirando un tren. Dentro de la expedición hay sus niveles: los que van a estar tres días, los que van siete y los de 20 días. Nosotros, los excluidos, sólo tenemos una clase, que es la de quienes no pintamos nada. Con esta malsana envidia sólo me reconforta saber que hay algún amigo que tampoco ha ido. Me pasa como a un compañero de Granada ¿qué digo yo ahora en Cádiz? ¿cómo explico yo en mi ciudad que no voy, que ni siquiera me lo han propuesto, que no estuve en ninguna lista, ni siquiera en la de quienes van tres días? ¿qué dirán mis enemigos? ¿cómo se lo cuento a los amigos, cómo les digo que los que de verdad son gente importante mandan sus crónicas y sus columnas desde la capital de Jalisco? Ahora adquieren respuesta las preguntas de Alberti en "¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?". ¿Es que Andalucía se ha quedado sin gente? Pues claro, están todos en México. Los poetas de lo cotidiano y los otros, los novelistas, los dramaturgos, los ensayistas, los biografistas, los críticos, los editores, los periodistas, los cantaores, los bailaores, los tocaores, los cantautores, los pintores, los escultores, los gestores. Todos están allí. No cabe ni siquiera la explicación de que la lista está mal hecha. Peor aún es decir que han ido demasiados porque si son tantos ¿cómo es que uno mismo no está? Es cierto que hay alguno que es escritor de un solo libro, pero eso es una antigua tradición. Así que sólo nos queda el lamento. Somos unos auténticos pendejos.

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