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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Maldad humana

J. Ernesto Ayala-Dip

El tema de la nueva novela de Ignacio García-Valiño, Querido Caín, se prestaba a un ejercicio de reflexión de calado. El mal. La literatura ha dado grandes ejemplos. El motivo de Caín tiene pedigrí y, según la época, tuvo un contenido u otro. No siempre Caín fue la metáfora del mal absoluto. En el siglo XVIII fue más desgraciado que malvado. García-Valiño parece que conoce estas circunstancias. Por ello, por un momento, nos dio la impresión de que García-Valiño dotaba a su protagonista, el niño de 12 años Nico, con esa ambigua apariencia oscilante, ese baile de significados que representa la compleja condición humana. Caín, una vez desalojado de la esfera sagrada, fue entendido como un ser que se revelaba más contra su padre que contra su hermano, como manda el canon. A finales del XIX, Caín odia por celos, con lo cual tampoco se libra de la pulsión erótica en su larga trayectoria.

QUERIDO CAÍN

Ignacio García-Valiño

Plaza & Janés. Barcelona, 2006

446 páginas. 19,90 euros

Querido Caín está ambientada en nuestros días. Y su historia se desarrolla en una lujosa urbanización madrileña. García-Valiño teje una tupida red de personajes, encuentros, azares un tanto forzados, para dotar a su obra del suficiente gancho lector. Narrada en tercera persona, de lo que se trata es de que tratemos de orientarnos en ese tejido de premeditadas desorientaciones a que nos somete el autor. Nico es un chico que comete maldades, como hacer que al perro de la casa lo mate un camión. En ese momento interviene un psicólogo (un tipo que su padre encontró por la calle y que dio la coincidencia de que era psicólogo, y que después de cuatro minutos de amigable charla le habló de la posibilidad de sondear a su hijo). A todo esto, el psicólogo, que le gusta mucho el ajedrez, descubre que Nico es un potencial gran ajedrecista. Luego aparece la madre de Nico, y resulta que el psicólogo en un tiempo pasado había tenido una relación con ella. A nadie se le escapará que la lujosa mansión de Nico es una especie de reverberación del paraíso bíblico. No hablo más del argumento porque esta novela de lo que trata no es del mal en su sentido más metafísico, sino de cómo se puede urdir un artefacto de entretenimiento, con dosis de autoayuda (el abuso sexual, el maltrato de los adolescentes hacia los padres, la sobreprotección). La ambigüedad que maneja García-Valiño está al servicio de una trama para despistar, como esos finales interminables en algunas películas de Brian de Palma. Se puede leer esta novela y, después o antes, ver La mano que mece la cuna. O se puede leer Otra vuelta de tuerca, de Henry James. O El señor de las moscas, de William Holding, ésta sí, una prodigiosa parábola sobre la maldad humana.

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