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Columna
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El consejero extravagante

Perdónesenos la obviedad: el oficio de político siempre ha necesitado unas buenas aptitudes para la comunicación, mucho más exigentes en la medida en que hoy, para prosperar en la carrera, resulta casi imprescindible estar familiarizado con el universo mediático. Es la nueva retórica que, como la clásica, linda con la excelencia y el histrionismo, aunque la inmensa mayoría de sus practicantes se diluya en la medianía propia de las comparsas. En el País Valenciano, y desde la transición democrática, podemos registrar unos cuantos ejemplares de políticos notables por su habilidad para exprimir las posibilidades de los medios, acaso porque estaban personalmente dotados de ironía, mordacidad o contundencia, lo que siempre es grato para el cronista. Javier Paniagua y José A. Piqueras deberían anotar esta rara característica en sus diccionarios de notabilidades públicas que publican desde la UNED de Alzira.

En estos momentos -y consignando que se trata de una observación muy particular y general- se diría que la hornada de políticos en ejercicio en el marco de la Comunitat no es precisamente un dechado de retórica y capacidad comunicativa. Basta con zamparse unas sesiones de Cortes para aquilatar la pericia dialéctica de sus señorías. Y algo parecido podríamos decir acerca de los cuadros de consejeros que se han ido sucediendo en las últimas legislaturas, por citar tan solo los estamentos presuntamente más selectos de cuantos se trabajan el tajo político. Lo cual no habría de sorprendernos porque, a la postre, en este país la política, como otras profesiones -la periodística, sin ir más lejos-, ha sido una opción residual. No en balde comparten, o han compartido, un crédito social similar.

Claro que, sin necesidad de remover tiempos pasados, se podrían mencionar ahora mismo excepciones en punto a pericia para lidiar con los medios y sacudir su atención o venderles titulares, como suele describirse en el argot periodístico. Lo fue en su momento la consejera Alicia de Miguel, ejerciendo de portavoz del Consell, papel que desempeñó con un insólito desparpajo, propio de quien no se siente cohibido y tampoco intenta dar gato por liebre, que fue su receta brillante y elemental. Lo es asimismo el titular de Sanidad, Rafael Blasco, quien desde el inicio de su largo idilio con el poder supo valorar antes y mejor que nadie cuán decisivo era mantener puentes con la prensa y, en el peor de los casos, no atizar su animadversión, fórmula que ha contribuido a su dilatada carrera en el proscenio de la vida pública valenciana. Y no debemos dejarnos en el tintero a ese fénix de la improvisación y la puntilla parlamentaria que es Andrés Perelló, portavoz adjunto del PSPV, tan grato a los media.

Unos cuantos nombres más nos vienen a los dedos, pero ninguno como el del impredecible por extravagante consejero de Territorio y Vivienda, Esteban González Pons, capaz por sí sólo de animar la actualidad informativa mediante sus metáforas y salidas de pata de banco. ¿Quién podía imaginar que el joven y dinámico senador en Madrid se decantase en este ameno e histriónico gestor público de una parcela, además, tan complicada y herida como es el urbanismo? Pero ahí está, convertido en ariete del Gobierno autonómico y maná mediático por la diversidad y abundancia de sus invectivas. Méritos y facundia con los que acaso trata de disimular la metástasis urbanística que padecemos y que contrasta con el panorama idílico que su partido vende por doquier.

Lo que no podemos negarle al personaje es su destreza para estar en candelero, con o sin oportunidad para ello. En la última, donde se despachó a su gusto de cara a la galería, pronosticó la muerte de L'Albufera en el plazo de un lustro y la desertización de buena parte del país. Riesgos insoslayables, como se sabe, pero debidos al calentamiento del planeta por el desmadre medioambiental y otros expolios, pero no causados por la cancelación de los trasvases del Ebro. Antes habría que temer a la desordenada presión urbanística y demográfica, además del exceso de demagogia que oculta el problema real. Por fortuna para el consejero, y bien que lo sabe, esos alardes verbales suelen encontrar prensa complaciente.

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