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Reportaje:

Contra el olvido, saber

La Universidad Complutense tributa un homenaje al profesorado castigado por la represión durante la posguerra franquista

La Universidad de Madrid quiere recuperar su memoria. Ante un pasado que el franquismo trató de convertir en oneroso, la Complutense abre ahora un abanico de actos e iniciativas para reivindicar el recuerdo de quienes lo forjaron mediante el ejercicio de la libertad de cátedra y sufrieron por ello, tras la Guerra Civil, feroces represalias. Así, un libro de inminente publicación describe con datos objetivos el alcance de la represión contra los docentes. Baste un ejemplo; no resulta verosímil pero es veraz: de los 128 catedráticos con los que contaba la Universidad de Madrid en 1936, al finalizar la Guerra Civil 61 fueron represaliados bien con la expulsión de sus cátedras, sea con la separación durante años, ora con inhabilitación para ejercer cargos y un sinfín de sanciones otras. Cabe afirmar lo mismo del profesorado ayudante y auxiliar, así como del personal administrativo, aunque al no ser entonces considerados funcionarios resulta hoy más difícil su censo.

Así lo explica el profesor titular de Historia Contemporánea Luis Enrique Otero Carvajal, vicedecano de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, en su libro La destrucción de la Ciencia en España. Prologado por el Rector Magnífico de la Complutense, Carlos Berzosa, ha contado con textos y colaboraciones de Mirta Núñez Díaz-Balart, Gutmaro Gómez Bravo, José María López Sánchez y Rafael Simón Arce.

El franquismo redujo casi a la mitad la nómina de docentes con los que contaba un Madrid destrozado por la Guerra Civil. Para dar cuenta de aquellas afrentas a intelectuales como Blas Cabrera, Francisco Grande Covián, Juan Negrín o Jorge Francisco Tello, discípulo predilecto de Santiago Ramón y Cajal, entre otros, que vieron sus carreras truncadas por la represión, la Universidad Complutense prepara para el 29 de noviembre un homenaje solemne a los represaliados -muchos han muerto- o, en su ausencia, a sus familiares. Ya hay un centenar largo de condecoraciones listas para que puedan lucir sobre sus pecheras con un orgullo que el autócrata quiso arrebatarles, sin conseguirlo. Quiere la Complutense que sea el reconocimiento postrero de las tribulaciones personales y académicas que se vieron obligados a sufrir, desde la muerte hasta el exilio exterior o interior, así como la inhabilitación en numerosas y hasta sutiles formas; y todo ello por respirar en el ámbito universitario la brisa de libertad que, antes de la contienda civil, había procurado a la ciencia española su Edad de Plata: la estela de Cajal, Bolívar, Lafora, paladines de la libertad de cátedra, de ideas y de pensamiento... que Franco sofocó con vengativos decretos a partir de 1939. La facultad más afectada, explica Otero Carvajal, fue la de Medicina: 17 sobre 28 catedráticos sufrieron sanciones que abarcaban desde la expulsión definitiva e irreversible de las aulas hasta la ausencia obligada durante años y, en todos los casos, la pérdida de derechos civiles. La Facultad de Ciencias perdió 16 de sus catedráticos, la mitad de su claustro. Derecho y Farmacia, cuatro de cada diez; y Filosofía y Letras, tres de cada diez. Con todo, la mayoría de ellos no regresó nunca a las aulas. La depuración, eufemismo administrativo con el que se camuflaba la represión, afectó con crueldad similar a los profesores auxiliares, ayudantes y personal de la Universidad de Madrid: 486 personas: cuatro murieron ante pelotones de fusilamiento; 187 quedaron separadas de las cátedras, y hasta 50 más fueron apartadas entre tres y seis años.

Tras numerosos procesos, 237 profesores fueron rehabilitados, si bien arrastrarían durante la mayor parte de sus vidas académicas el estigma de haber sido castigados y excluidos. La salida natural de los que no pudieron lograr su rehabilitación fue el exilio, señaladamente hacia universidades suramericanas. Otros aguardaron aquí hasta que sus anhelos democráticos volvieron a germinar, al ser compartidos por un estudiantado valiente. Con él estrecharon una alianza no escrita, de indómita naturaleza ética, que llegaría a ser linterna para guiarles entre la tiniebla cultural del franquismo.

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