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FUERA DE CASA
Columna
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Seductores y periféricos

Con los años, los viajes y la curiosidad, uno acaba conociendo fauna de especies muy variadas. También he conocido algunos seductores. Unos curiosos personajes los seductores. Tienen disfraces y formas muy diferentes. Algunos son muy fáciles de reconocer y otros son seductores más o menos involuntarios. Ninguno es inocente. Esta semana me he tropezado con dos. Un pintor, Antonio Villanueva, y un escritor, Manuel Rivas. El pintor sigue siendo un mito de la Ibiza que no se quiere marbellizar. Es un toledano de artes diversas, bueno en el póquer, excelente pintor e insuperable con las mujeres. Repartió su vida entre París, Canarias, Madrid, Barcelona, pero siempre vuelve a una isla que conoció y disfrutó en los años de los primeros hippies. Se enredó con el tao y con la familia Molina. No sé si sigue fiel al tao, pero siempre que veo a las Molina, a Ángeles o Mónica (Paula está muy apartada de la vida artística o noctámbula), siguen pareciendo dos componentes de un imaginario serrallo hippy de Villanueva. No es así, ellas tienen sus amores, pero es que hay hombres que siempre se parecen. Cary Grant robando corazones y joyas por la Costa Azul.

A la costa ibicenca se aparecía la otra noche una improvisada galería -no tenía ni idea de que también se alquilaban lofts para hacerlos galerías por unos días- donde Villanueva enseñó por unos días sus últimas pinturas. Una legión de guapas y jóvenes desconocidas, ex novias del seductor y con madres más jóvenes que su enamorado, desfilaron por su fiesta. Me recordaba aquella película de Truffaut, El amante del amor, en la que desfilaban por su entierro decenas de agradecidas y enamoradas ex amantes. Algo parecido a lo que pasó en la muerte de Agustín González, que desfilaron ante su cuerpo presente muchas hermosas que no olvidaban sus buenos momentos con aquel seductor que se disfrazaba de hombre común, de calvo y prudente señor normalito de la clase media. Fue ésa de Agustín González una muy sibilina clase de seductores. Con ellos, las madres de las nínfulas siempre parecen estar tranquilas porque no aparentan ser peligrosos. De eso nada. El demonio se esconde por todas partes. Tuve que dejar la exposición de Antonio cuando había un pleno de hermosas, desde Charo López o Diana Polakov, entre las veteranas, hasta las anónimas jovencitas que podían ser las nietas del seductor. También había una importante representación de pijos / golfos que hacían de aquel garaje un lugar extraído de un matrimonio ibicenco entre el mundo de Roman Polanski y los dineros de Abel Matutes.

Entendí esa noche por qué Abel Matutes es tan rico. Una vez le dijo a Villanueva en una fiesta que era una pena que un pintor tan excelente hubiera "tirado todo por la borda por culpa de las mujeres". Villanueva le aseguró que también el juego tenía su parte de culpa. Y Matutes se fue y no compró nada. Pasaron los años, Villanueva necesitó cemento y ladrillos para su proyecto de tinglado cultural, un lugar de movidas y pinturas, de happenings y músicas que llaman La Nave. ¿Cómo consiguió los materiales? Un intercambio de cuadros con el rico Matutes hizo posible el canje que a los dos pareció favorecer. Un progreso, Villanueva pasó de cambiar cuadros por copas y comidas en el café Gijón a cambiar cuadros por lofts.

Y me fui al garaje para tropezarme con otro seductor. Otro periférico, Manuel Rivas, que cada día se acerca más a eso que un día deseó o predijo Torrente Ballester, está destinado a escribir la gran novela gallega. Gran novela es Los libros arden mal. Una novela que nos lleva a unas hogueras que todavía no se han consumido, a unos fuegos que todavía tienen sus brasas en las cabezas de algunos incendiarios que siguen siendo nostálgicos de la larga noche de piedra. Rivas es un seductor, con la palabra, la música y la escritura. También con la sonrisa, los silencios y las voces. Este hijo de saxofonista de feria y nieto de carpintero sabe cómo unir las músicas y las letras. Cuando llegué a esa sala del Círculo de Bellas Artes -en el mismo espacio donde hoy cantará otra de las grandes seductoras de la mejor música mexicana, Lila Downs- había un silencio cómplice, emocionado y casi religioso mientras Rivas leía unos párrafos que nos llevaban a aquella hoguera en la dársena del puerto de A Coruña en una mañana de agosto de 1936. La destrucción acababa de comenzar. Después llegaría el terror. Rivas pasó de su emocionada lectura a la sonrisa del seductor. Recordó a las buenas tangueras que había en su tierra gallega; aseguró que Roberto Artl, cuando pasó por Galicia, dejó escrito que las cocineras de A Coruña eran las que mejor sabían cantar el tango. Y la seductora presentación terminó con una melancólica e insólita interpretación al serrucho de Pulpiño Viascón del clásico napolitano O sole mío. Los seductores periféricos son así, capaces de hacernos creer que un serrucho de carpintero es una viola de gamba. El novelista dedicaba libros a las hermosas. José Luis Cuerda miraba con resignación, con la misma que yo miraba aquel desfile de lectoras tan entregadas. Tener o no tener. El arte de la seducción es un refinado arte de engaños, ilusiones y mentiras verdaderas. Como algunas pinturas, como algunos libros.

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