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Columna
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Un país de golfistas

De vez en cuando dejaba de pensar en la obra de teatro que vio anoche en el Teatro de la Abadía, Play Strindberg, levantaba unos segundos la vista del periódico y observaba a la gente que iba y venía por la calle, intentando descubrir a alguno de ellos entre la multitud. No hay duda de que a estas alturas debían ser cientos de miles; pero, por alguna razón misteriosa, él no conocía a ninguno y, en consecuencia, no tenía pistas, ni ningún modelo al que atenerse.

Y, en realidad, tampoco estaba seguro de si realmente tendrían algún rasgo distintivo, quién sabe, tal vez una mirada especial, acostumbrada a calibrar distancias y espacios; o un corte de pelo que los caracterizara; o cierta forma de moverse; o zapatos con clavos en las suelas que los hicieran caminar de un modo determinado; o ropa de un estilo concreto.

Pero no vio nada que le llamase la atención: mirase donde mirase, por la plaza de España, que era donde Juan Urbano tomaba ayer su desayuno, sólo pasaban personas de apariencia normal, unas vestidas con uniformes de trabajo, otras con las manos llenas de carteras profesionales, niños que iban al colegio, herramientas, bolsas que a lo mejor ya tenían dentro los primeros regalos para la Navidad.

Y sin embargo, no hacía falta más que leer el diario o ver la televisión cada mañana para comprender que, por una cuestión de mera estadística, por lo menos cuatro o cinco de cada diez ciudadanos tenían que ser parte de esa muchedumbre que, sin duda, forman hoy día en nuestro país los jugadores de golf.

¿De qué se sorprenden? ¿Acaso no oyen las noticias? En España se construyen más y más urbanizaciones cuyo reclamo es un campo de golf, la última una que se planea hacer en Villanueva del Pardillo y que, según el proyecto que ya empieza a hacerse público, tendrá 18 hoyos, un club, un edificio para el ocio, un área de mantenimiento, una caseta de prácticas y varios aparcamientos. O sea, todo un lujo.

Es verdad que para ponerse a la altura de los demás ayuntamientos con campo de golf propio que ya inundan la madre patria, los virreyes municipales, esta vez del PP, recalificarán nueve millones de metros cuadrados de suelo no urbanizable, lo que va a elevar la población, en menos que canta un gallo, desde los 10.721 habitantes que la componen en la actualidad, hasta los 63.000, de los cuales, sin duda, veinte mil o veinticinco mil jugarán al golf.

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La obra que interpretan Núria Espert, José Luis Gómez y Lluís Homar en La Abadía es una visión demoledora del matrimonio, entendido como un pequeño antro en el que dos personas aprenden a no estar juntas durante toda su vida y a transformarse, cuanto más se conocen, en un par de desconocidos. Juan Urbano pensó que otras parejas, como la que forman la especulación inmobiliaria y la política, funcionan de cine, y se preguntó, poniéndose un tanto Schopenhauer, si la única manera que tendrán dos seres humanos de ser inseparables es corromperse juntos.

Porque todo esto de los campos de golf, que el Ayuntamiento de Villanueva del Pardillo, por seguir con el último ejemplo del que habla la prensa, considera una forma de proteger el medio ambiente y las organizaciones ecologistas describen como "un jardín de donde se erradican todos los animales, acabando con la biodiversidad del entorno y que, además, consume una cantidad salvaje de agua", aparte de hacer que España se vaya convirtiendo poco a poco en dos naciones, la de los que juegan al golf y la de los que no pero, sobre todo, la de los que tienen un miró en el cuarto de baño y la de los que se pelean con su hipoteca como Tarzán con los cocodrilos, empieza a provocar otro problema: el del abastecimiento.

Porque a este ritmo, dentro de poco los jugadores de golf se van a tener que beber la lluvia que se acumule en los agujeros del campo. Ya se lo ha advertido la ministra de Medio Ambiente a la presidenta de la Comunidad de Madrid, en una carta en la que le conmina a firmar un convenio que garantice el agua a los nuevos desarrollos urbanísticos, y la acusa de no pensar en las infraestructuras mientras fomenta el desarrollo desproporcionado de la región. "Le dará igual", se dijo Juan Urbano. "Cuando ya no haya más ladrillos que amontonar, harán pantanos y nos venderán el agua a precio de oro. Ya me los imagino recalificando ríos y colgando un goya en la cocina".

Después, volvió a pensar en Play Strindberg, que le había gustado muchísimo, y de vez en cuando volvía a echarle un vistazo a la plaza de España, donde, como es lógico, en ese mismo instante debía de haber cientos de golfistas.

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