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Columna
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Hidro-ilógico

Llovió en Andalucía, y fue bueno que lo hiciera. En esta comunidad llueve muy poco, pero cuando lo hace se nota mucho. Pasamos de la pertinaz sequía a los chuzos de punta sin que a uno le de tiempo a sacar el paraguas del armario. En Andalucía, las ciudades parecen tercermundistas cada vez que las nubes vierten sobre sus calles unas decenas más de litros de agua por metro cuadrado de lo habitual. Tan tercermundistas como cuando, por el contrario, las nubes pasan de largo y no vierten el agua necesaria para llenar los pantanos y garantizar, con ello, el abastecimiento a la población, o el riego para el campo. Es tan predecible que el mediterráneo andaluz sufre de largos periodos de sequía, como que cada tres o cuatro años se producen fuertes precipitaciones en otoño. Sin embargo, ni para una cosa ni para la otra los gestores públicos concluyen las obras que eviten o, al menos, palien este problema, tan cíclico como que detrás el otoño viene el invierno. En cuanto llueve en Andalucía, a los responsables políticos les pasa como al campo: les salen los colores.

Hasta hace unos años la lluvia en Málaga se medía por los semáforos y los atascos. Que las precipitaciones eran intensas y persistentes, los semáforos se averiaban al paso de las nubes y los coches se atascaban a medida que se formaban charcos en las calzadas. Que la lluvia era poco intensa, se formaban los mismos atascos pero los semáforos, al menos, seguían funcionando. Con las lluvias de la pasada semana hemos descubierto una nueva forma de conocer el nivel de pluviometría en la capital malagueña: la situación de la calle Larios, la arteria principal de la ciudad. Que los ciudadanos van por esta calle con la nariz tapada y dando brincos, eso querrá decir que ha llovido mucho, que las alcantarillas se habrán levantado y que sobre el empedrado de mármol los malagueños tendrán que esquivar los mojones que salen del saneamiento público. Que los ciudadanos van respirando a pleno pulmón y cantando bajo la lluvia, será que ha llovido poco.

En las ciudades que con tanto empeño estamos mejorando para que quepan más coches y más pisos, caen luego cuatro gotas y empieza el rosario de calamidades: el tradicional caos circulatorio se convierte en un caos pero ya sin posibilidad de circular; las cornisas resbalan de los tejados como si fueran de mantequilla; algunas carreteras se transforman en embalses; y el agua bloquea los accesos, inunda los sótanos y las laderas amenazan las casas como si fueran cataratas de tierra. Si además llueve bastante, algunos coches son arrastrados hasta el mar; demasiados vecinos quedan aislados en sus barrios y las entradas a infraestructuras básicas, como en el caso del aeropuerto de Málaga, resultan imposibles por las balsas de agua en las calzadas.

¿Qué ciudades tenemos en el siglo XXI cuyo saneamiento no aguanta cuatro gotas, cuyas calles se anegan con un chaparrón y cuyas calzadas se hacen intransitables nada más aparecen cuatro nubes en el horizonte? Ya se sabe que el ciclo hidrológico es complicado en Andalucía. Pero el problema parece estar en otro ciclo, bastante más hidro-ilógico. Una demanda cada día mayor ante unas disponibilidades cada día más limitadas, y una intensa ocupación del suelo, que incluye la edificación en zonas peligrosas e inundables. También en el ciclo normalmente ilógico de la política. Nada más aparecen las lluvias se olvidan las necesidades de nuevas infraestructuras y los llamamientos a un consumo responsable.

Mientras tanto, a partir de ahora, por ejemplo, cuando en Málaga llueva mucho habrá que acostumbrarse también a los zurullos flotando en su emblemática calle Larios. Eso ocurría el pasado martes, con las intensas lluvias que cayeron sobre la capital. Ni durante los siglos que funcionaron las canalizaciones que realizaron los árabes ni desde el año 1887, cuando se configuró esta importante arteria de Málaga, nunca se había producido semejante espectáculo. Han sido necesario 4,7 millones de euros de inversión en su remodelación y una espera de tan sólo cuatro años para que la obra más festejada por los malagueños se cubriera literalmente de mierda.

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