Así es la rosa
En La muerte de Virgilio, Hermann Broch refirió la agonía del poeta de Mantua, que entre los ardores de la fiebre mandó destruir la obra en la que llevaba trabajando muchos años y que no pudo culminar a su sabor. Impío con Virgilio y piadoso con los lectores futuros, alguien desatendió su última voluntad, y por ello podemos leer hoy la Eneida (y también el espléndido psicorrelato de Broch). El problema de creaciones que, como los Poemas laterales de Claudio Rodríguez (1934-1999), no han gozado de la condición de "libros" en la mente del autor, sólo puede tratarse caso a caso, dada su complejidad. Así lo muestra este volumen, cuyos Poemas excluidos, una de sus secciones, no son peores que otros del autor, y si no hallaron cabida en sus libros publicados fue sólo por evitar reiteraciones o por dificultades de encaje estructural en los mismos.
POEMAS LATERALES
Claudio Rodríguez
Edición de Luis García Jambrina
Fundación César Manrique
Teguise, 2006
96 páginas. 18,75 euros
Las composiciones de la sección inicial, Homenaje, se dedican a distintos escritores (Aleixandre, Antonio Machado, Blas de Otero, Ángel González), e incluso a un torero, Antoñete. Pero homenaje son también, al menos en cierto sentido, los poemas de Sobre pintura y escultura, que sirvieron en su día para dialogar con las obras de artistas plásticos a los que el poeta se sintió afín. Es verdad que en ellos cuenta más el ojo que contempla que el objeto contemplado, y que el espíritu poético termina anulando cualquier propósito interpretativo. Algún poema, como el dedicado al pintor José Hernández, nos remite inmediatamente al espectáculo grandioso y maravilloso de las postrimerías de Solvet seclum (Casi una leyenda, 1991), sobre un tema de la Misa de Difuntos, donde la cámara sepulcral enlaza con el vientre materno, proyectándose en un pudridero barroco que se deshace en luz natal: "Y oyendo los violines del gusano, / oliendo a espiga y a laurel y a uña; / y en mí el insecto boca / a boca, / el hueso que está a punto / de ser flauta, / y el cerebro de ser panal o mimbre, / entre mitras, coronas, cetros, joyas, / materia ardida que se quema o nace". El último apartado, Primeros poemas, contiene la prehistoria literaria del autor, y no puede leerse sin espiar los indicios de una genialidad que irrumpiría muy pronto en Don de la ebriedad (1953), cuando el poeta, aún no veinteañero, saltaba de las ramas del conocimiento adquirido a las de la ciencia infusa, y al revés.
El hermosísimo volumen se
presenta intonso y vale como objeto de colección, aunque quien quiera apreciar alguna de sus joyas literarias deberá cortar sus hojas. En algún sitio ha dicho su editor, García Jambrina, que en el taller de Claudio Rodríguez ya no hay más carpetas de las que rescatar nuevas composiciones. No importa: así es la rosa. Añadir al corpus establecido de su escritura hipotéticas piezas que el poeta pudo y no quiso publicar haría su obra más extensa, pero no más grande.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.