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Columna
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La cama del faquir

La derecha en Andalucía ha vivido 26 años sobre la cama de un faquir. Cada vez que un dirigente del PP se asomaba a un televisor hablando sobre la autonomía andaluza casi no podía articular palabra. Se le notaba demasiado que aún seguía masticando los cristales rotos de la abstención que propugnó la UCD en 1980. Es muy difícil entender el placer que encuentran algunos tumbándose en una cama de clavos, pero resulta todavía más incomprensible estar un cuarto de siglo haciendo equilibrio sobre la afilada punta de esos clavos sin pensar que al final uno no terminaría desinflándose. Javier Arenas ha sido durante muchos años en Andalucía un encantador con flauta. Lograba por arte de birlibirloque sostener su discurso autonómico sobre una cuerda floja que quedaba repentinamente rígida en posición vertical. Luego trepaba por ella uno de sus colaboradores, que desaparecía cuando intentaba llegar a lo más alto.

El faquir Arenas, armado con su espada, escalaba luego la cuerda tras el colaborador y desaparecía igualmente al llegar al extremo superior. A continuación, caían los miembros ensangrentados a una cesta que había en el suelo. Como en la leyenda de la cuerda india, el faquir reaparecía más tarde bajando por la cuerda y volcaba el contenido de la cesta mostrando al colaborador intacto y en perfecto estado. Todo era una ilusión y el truco se repetía cada cuatro años. Pero ni la soga era capaz de mantener la verticalidad y el peso de la persona que escalaba por ella ni el faquir se quedaba siempre para descubrir el contenido de la cesta. Es más, incluso tratándose de un truco, hubo que sacrificar a varios colaboradores para poder repetir con éxito la actuación. Así ha sucedido en reiteradas ocasiones. Y cada vez que terminaba el espectáculo, el faquir, rodeado de los suyos, volvía otra legislatura a su incómodo lecho de clavos. A darle mordiscos a las bombillas y a sacar con la flauta de una cesta algunas serpientes de verano. Y otras de primavera, de otoño o de invierno.

Hay quien piensa que, por fin, el PP andaluz se levantó el pasado jueves en el Congreso de los Diputados de la cama del faquir, votando con el PSOE el nuevo Estatuto de Autonomía de Andalucía. Tras largos meses preparando el escenario, colocando los juegos de luces e instalando las compuertas para desaparecer delante de la concurrencia, Arenas se dio cuenta al final que era posible practicar magia en el propio texto del Estatuto. Seguramente por ello, avaló una reforma donde la realidad nacional de Andalucía queda reducida a un capítulo de la historia, fechado en Córdoba en el año 1919. Un puro truco de magia política. Y un alarde de ilusionismo sobre el texto estatutario que fue refrendado por 306 testigos, cámaras, luz y taquígrafos.

Manuel Chaves, que empezó la legislatura en una nube -según declaró en su día-, andará ahora levitando entre ellas tras el consenso obtenido. Subido el presidente andaluz a los altares desde su propia cuerda india. Tensada milagrosamente en posición vertical tras meses de tira y afloja. Pero, en el acuerdo, el PSOE andaluz ha perdido al faquir. Un faquir que, además, se ha levantado de la cama con hambre -como Arenas ha declarado recientemente-. Con hambre de poder, y, suponemos también, que con ganas de echarse la siesta en un lecho mucho más confortable que el que ha tenido hasta ahora, el ansiado colchón de la presidencia de la Junta de Andalucía.

El Partido Andalucista es la única fuerza andaluza que se ha opuesto a la reforma.

El día que el Congreso de los Diputados aprobó sin votos en contra el nuevo Estatuto de Andalucía, la dirección del PA se "encerró" de forma simbólica en el Parlamento autonómico, con el secretario general Julián Álvarez encabezando la protesta. A lo mejor al final -como ocurre con los faquires- no será más que una leyenda, pero cuentan por ahí que al quedarse solos en el parlamento, los andalucistas descubrieron una habitación casi abandonada con una cama en su interior. Álvarez decidió dar una cabezada y se tumbó en ella. Era la cama del faquir, esa de la que Arenas se acababa de levantar tras 26 años de dolorosos equilibrios.

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