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Columna
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Aquí un amigo...

Jesús Ruiz Mantilla

Cuando te has envuelto en un lío del que no sabes cómo vas a salir, cuando metes la pata y no consigues sacarla sino que cada vez la metes más; cuando ya la tienes -la pata- tan adentro que la cara de los de alrededor cambia de un desconcertante primer gesto con sonrisa in fraganti hacia una mueca de preocupación que puede degenerar en ira... Entonces es el momento de llamar a un amigo, a un buen amigo, a uno de esos que sabes que no te puede fallar en los trances amargos, dispuesto a asumir como propios tus errores más disparatados, capaz de quitarte de encima las cargas más pesadas sin que tú mismo te des cuenta.

Eso es, ni más ni menos, lo que ha ocurrido con el asunto de la candidatura socialista a la alcaldía de Madrid. Zapatero se coló hasta Pernambuco, sin que sus geniales estrategas del PSOE, encerrados en Ferraz sin oler la calle, le sacaran del error. Y cuando ya estaba allí, perdido, abandonado por quienes ni se imaginaba que le podían dejar tirado en el más comprometido de sus laberintos, acudió a un amigo...

Sólo por aceptar, Miguel Sebastián -para que ustedes se sitúen, el candidato- ya merece un respeto. La duda está resuelta, pero las quinielas han quedado en bote, sin ningún acertante entre los 15 partidos posibles. "¿Miguel qué?". Ha sido la pregunta que más se ha escuchado en los bares estos días de desconcierto perpetuo y de incontinente chirigota en los cuarteles de Gallardón. Anda que no se le vio el plumero a éste cuando lanzó la jugada nada más conocer el nombre. No pudo reprimir lanzarle el órdago a Zapatero para que quede claro cuál es la carrera que le obsesiona al alcalde. ¿La adivinan? Pues lo mismo que usted, están pensando los del PP, que permanentemente le esperan con los cuchillos en alto para bajarle los humos de sus ambiciones en esa dirección y para que no se salte la cola -donde está primera su amiga Esperanza- de aspirantes a machacar al pobre Rajoy.

Tendrán que reconocer los socialistas que ha sido toda una sorpresa la designación. En el casi siempre enterado mundillo de los negocios, la política y el periodismo, Sebastián siempre sonaba como futurible ministro de Economía y fue el asesor más potente del presidente entre los monclovitas. Pero en las plazas de Carabanchel, en los parques de Usera, en las cafeterías de merienda tradicional del barrio de Salamanca, en los chinos donde los jóvenes compran el botellón y, por supuesto, en las grúas de Sanchinarro, no le conocía ni el apuntador, así que van a tenerse que inventar un eslogan con un poco más de gancho que el de la Nocilla de Montilla para comerse algo en Madrid. Eso si no quieren sufrir otro fiasco como el de Cataluña, donde se veía venir el desastre por el mero hecho de haber apostado por un candidato aséptico y más soso y áspero que una tostada fría, por muy de Córdoba que sea.

Impresiona que ni siquiera hayan tenido en cuenta el perfil. En el caso de Sebastián no es ni alto ni bajo, es sencillamente inexistente. Tan sólo hace unos añitos se consideraba a sí mismo un "técnico" sin ambiciones políticas. Pues tendrá que empezar por desdecirse, algo muy sabio y muy encomiable entre los mortales. Porque para competir por la alcaldía de Madrid se necesitan políticos de primera división en el más noble sentido del término, una clase que no se debería despreciar así como así.

El caso es que otra vez se le pone cuesta arriba a la izquierda ganar en Madrid. Todo el asunto del candidato ha sido un disparate de antología. Cuando Trinidad Jiménez salió de la carrera, todo el mundo daba por hecho que contaban con un gran nombre y no la tómbola surrealista que ha venido después. Mal cálculo. Pero que no disimulen. Parece que lo hacen a propósito y que en el fondo flipan con Gallardón.

Lo que no se entiende es que también traguen con el sadomasoquismo neocon de la Comunidad. Lo del Tamayazo fue duro, pero de aquellos polvos vienen estos lodos. Haber incluido en las listas a esos dos siniestros personajes era razón suficiente para que quienes fueron responsables del patinazo, Pepiño Blanco y Simancas, estuvieran ahora dedicándose a otra cosa. Pero no, este país es único en premiar escaramuzas. Nos dirán que, luego, las elecciones generales demostraron que el secretario de organización del partido estaba bien donde estaba. No convencen. Lo que se les escapa es que de haber sido otro u otra quien ocupara su puesto, habrían ganado por mucho más.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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