El pintor y sus monstruos
Efectivamente, Goya es un pintor tan genial como para ser considerado un ser increíble, un héroe titánico, un personaje de ficción. Hay, en su pintura, su biografía y su longevidad, rasgos que le unen a otro cíclope español de la pintura, Picasso. Ambos podían ser considerados maestros del arte sólo por una de sus formulaciones artísticas, pero lo que les hace geniales e inhumanos es su capacidad de renovación personal y artística, el ser capaces de abrir caminos nuevos al arte pictórico y al arte en general no una ni dos, sino media docena de veces, en direcciones distintas y aun contrapuestas.
Francisco de Goya hubiera sido un pintor interesante si su arte terminara en el costumbrismo de los cuadros para la Fábrica Nacional de Tapices, o le hubiéramos apreciado la hondura psicológica de sus retratos, pero no nos deslumbraría contemporáneamente si su enfermedad (apuesto por un saturnismo provocado por la ingestión de plomo en la elaboración de los colores pictóricos) no lo hubiera sumido en un mundo personal rodeado de visiones, que lo llevaron a radiografiar el mundo exterior en el que vivía y la construcción interior de su psique.
Goya se convierte ahí en un ser torturado y visionario, algo que el romanticismo no tardó en potenciar como imagen para construir al héroe. Surge así una primera estructuración del personaje ficcional en el que se juntan el canto racial de los majos, las tauromaquias y la pasión por las condesas. Una imagen romántica que llega a nuestros días en Volaverunt, la novela de Antonio Larreta que Bigas Luna transformó en película. Goya es visto como algo que fue, una persona en el ojo de una tormenta histórica, apasionado documentalista de un momento turbulento.
Pero hay más goyas. Hay evidentemente un Goya en el filo de la locura, un ser retraído en su propio mundo, perseguido por sus ideas afrancesadas, e incapaz de una vida social normalizada a causa de su sordera. Es el personaje que nos cuenta Buero Vallejo en El sueño de la razón, un ser reprimido por la España negra que nos sirve para hablar tanto de Fernando VII como, metafóricamente, de Franco. Éste es, por otro lado, un personaje que deslumbra a los surrealistas, un adelantado a su tiempo que nos habla de sueños y pesadillas antes que Freud formulara sus tesis. Es el Goya de las pinturas negras, de gran parte de Los Caprichos, el de la enigmática serie de Los Disparates. Aquí Goya se nos acerca personalmente a otro aragonés genial, Luis Buñuel, que, como él, practicó un surrealismo nada intelectual, muy pegado a la tierra, muy cercano al asombro producido por el absurdo mundo que les y nos rodea.
Hay un último Goya que me apasiona. Es el de su etapa final, el que retrataran Carlos Saura y Francisco Rabal en Goya en Burdeos. Es un Goya compendio de todos los anteriores porque, naturalmente, la experiencia pasada va dejando su poso en la etapa final de una vida. Es curiosamente un Goya joven, lleno de inquietud, que sigue indagando y renovando en la pintura. Es alguien que se ha ido quitando lastres de su pasado, que afronta la muerte con ligereza, con curiosidad, con el afecto de una niña, Rosario Weiss (quien probablemente fuera su hija natural). Es el Goya que al dibujar un viejo barbado sujetado por dos bastones escribe a sus pies: "Aún aprendo".
Goya es y será un personaje para la ficción. Cuando vemos su vida y su arte nos parece acercarnos a un ser mítico, pero nos deslumbra tanto su grandeza artística como nos empatiza su profunda, contradictoria, abrasadora humanidad.
Alfonso Plou es autor y director teatral. En 1996 escribió y estrenó el montaje Goya.
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