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Reportaje:

La unidad de los opuestos

Coosje y yo hemos vivido 30 años sin separarnos nunca, reflexionando y actuando juntos, sin perseguir una irrealizable comprensión total, sino la unidad de los opuestos, la convergencia de nuestras diferentes dinámicas. Discutimos mucho y esto es bueno para el arte". Lo afirma Claes Oldenburg, protagonista con su esposa Coosje van Bruggen de Sculpture By The Way, una gran retrospectiva abierta hasta el 25 de febrero, en el Castello di Rivoli de Turín, el principal museo de arte contemporáneo de Italia. Se trata de la primera antológica que los artistas aceptan hacer, no tanto para exhibir sus obras, sino para poner en escena la naturaleza de su colaboración y revelar su proceso creativo.

"Es un diálogo que avanza como un partido de pimpón, adelante y atrás hacia la cristalización definitiva, primero en un esbozo, luego en un estudio, un modelo tridimensional o una configuración dinámica por ordenador, siguiendo un método que privilegia las sensaciones al análisis, a diferencia del planteamiento totalmente racional de la realización práctica", explica Van Bruggen. "Nunca nos gustó el museo-cubo blanco con su iluminación insufrible, pero los espacios del siglo XVIII del Castello son distintos. La Librería Entrópica queda mejor aquí que en la sala del Museo de Saint-Étienne, al que pertenece", añade Oldenburg, anclado al brazo de la que es su mujer desde 1977.

Su simbiosis vital y profesional se plasma en más de 200 obras, entre instalaciones de grandes dimensiones, esculturas para interiores, dibujos, maquetas y modelos de los large-scale projects que les hicieron famosos. Obras de dimensiones gigantescas que trastocan el concepto de escultura pública monumental con objetos cotidianos e imágenes intencionadamente estereotipadas y sutilmente irónicas, que explotan la sorpresa causada por la alteración de las dimensiones.

Según Marcella Beccaria,

comisaria de la muestra junto con la directora del museo, Ida Gianelli, "son antimonumentos democráticos, nacidos de un diálogo íntimo que marca una especie de unicum en la historia del arte contemporáneo". Es el caso del cono de helado que parece caído de la mano de un niño gigante sobre el techo de la Neumarkt Galerie de Colonia; la corbata que desafía la ley de gravedad, instalada delante de un banco de Francfort; la bicicleta sepultada en el parque de la Villette de París, o el arco y flecha de Cupido (Cupid's Span), que brotan entre la hierba del Rincon Park de San Francisco.

Los más de 60 modelos de diferentes tamaños y materiales, propiedad de los artistas, que se han expuesto en raras ocasiones y nunca todos juntos, documentan la elaboración de sus geniales intuiciones que, desde 1977 hasta hoy, se han materializado en 40 large-scale projects.

Tras 30 años de trabajo en común resulta difícil identificar las aportaciones individuales del apasionado e intuitivo Oldenburg (Estocolmo, 1929), nacido en Suecia y convertido en icono del arte estadounidense, y de la culta y cerebral Van Bruggen (Groningen, 1942), formada en el ámbito de la historiografía noreuropea. Difícil, pero no imposible. Las cerillas torcidas y medio arrancadas de Mistos, creada para Barcelona 1992, o la caracola de la más reciente Fuente (Spring), instalada en un parque de Seúl, ponen de manifiesto la influencia de la artista y escritora holandesa, que quiebra el impacto monolítico de las obras más pop de Oldenburg, introduciendo más movimiento tanto formal como conceptual, referencias, metáforas y una nueva dialéctica entre la cultura americana y la europea.

El reconocimiento internacional y los incesantes encargos no les eximen de las críticas, como las vertidas por los sectores más tradicionales y reaccionarios del arte italiano sobre Aguja, hilo y nudo (Ago, filo e nodo), creada para la plaza de Cadorna de Milán. "Por definición, las obras públicas no pueden gustar a todos, pero están concebidas y realizadas para un lugar determinado y no se pueden mover", señala Oldenburg. Para evitar molestas polémicas, los artistas acompañan sus piezas con un contrato que impide su remoción durante un periodo no inferior a los 50 años.

A pesar del título, Sculpture By The Way, escultura por casualidad, tanto en la exposición como en el proceso de gestación y realización de las obras, nada se deja al azar. "Aún no estoy segura de cómo lo traduciremos para transmitir el concepto exacto", reflexionaba Rosa Maria Malet, directora de la Fundación Miró de Barcelona, que acogerá la muestra del 23 de marzo al 27 de mayo de 2007. Precisamente para subrayar el carácter dinámico y procesual de la colaboración entre los dos artistas, el recorrido expositivo se abre con una instalación que evoca El Curso del Cuchillo (Il Corso del Coltello), la célebre performance presentada en Venecia en 1985.

En estos años, la interacción

de las obras de Oldenburg y Van Bruggen con el entorno se ha plasmado en colaboraciones con diversos arquitectos, primero entre todos Frank Gehry. Con él crearon su única escultura habitable, los gigantescos prismáticos para la sede de una agencia publicitaria en California y actualmente están desarrollando Cuello y pajarita (Collar and bow) para la Disney Concert Hall de Los Ángeles, que el arquitecto está construyendo.

Su común pasión para la música se materializa en un enorme clarinete, un tanto fálico, que da paso a una onírica y desconcertante banda de instrumentos de tejido: violas blandas, trompetas anudadas, cuernos de caza desenrollados, Stradivarius en lonchas y notas musicales en caída libre, que asumen personalidades ajenas a su función original.

Dropped Flower, la enorme amapola caída, creada expresamente para el Castello di Rivoli cierra una exposición que reconcilia al espectador escéptico con el arte contemporáneo y ofrece al especialista múltiples claves de lectura. "Sin embargo, a veces una flor caída es tan sólo eso, una flor caída. Como diría Baudelaire: estas flores misteriosas cuyos colores profundos entran en el ojo imperiosamente", concluye Van Bruggen.

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