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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un emparejamiento entre el hecho y el derecho

Antes de recalar en el Petit Palais, de París, donde podrá ser vista a partir del 14 de febrero del próximo año, se exhibe ahora entre nosotros esta muestra conjunta, formando pendant, del estadounidense John Singer Sargent (1856-1925) y el español Joaquín Sorolla (1863-1923), dos figuras cimeras del arte de la Belle Époque, denominación sociológica y cultural que se ha aplicado más a la literatura que al arte quizá por la confusión generada ante el cataclismo de las emergentes vanguardias del siglo XX. Sin embargo, me parece para el caso oportuno rescatarla porque nos aporta precisiones más específicas que la vaga Fin-de-Siècle, que se limita a describir una atmósfera elegiaca común, en principio, para tirios y troyanos. Antes, en cualquier caso, de meternos en esta materia, hay que informar que la presente muestra ha reunido, bajo el comisariado de Tomás Llorens, 128 obras de los dos artistas citados, que, entremezcladas, se distribuyen, según el acuerdo ya sabido entre las dos instituciones promotoras, en las respectivas sedes del Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja de Madrid. Se trata, por lo demás, de dos retrospectivas en paralelo, porque el entremezclamiento de los pintores respeta la secuencia de evolución cronológica de sus trayectorias.

SARGENT/SOROLLA

MuseoThyssen-Bornemisza

Paseo del Prado, 8

Fundación Caja de Madrid

Plaza de San Martín, 1. Madrid

Hasta el 7 de enero de 2007

Pero ¿por qué este emparejamiento entre este estadounidense, nacido cerca de Florencia, de familia plutócrata, formado en París y residente en Londres, con nuestro compatriota valenciano, de familia modesta, formado en su localidad natal y residente en Madrid? Antes de hablar de la afinidad de sus estilos pictóricos, hay que señalar que pertenecían a la misma generación y tuvieron una parecida proyección mundana de naturaleza cosmopolita, centrada, primero, en París, y, luego, absorbida por la cada vez más pujante clientela americana. Desde el punto de vista artístico, su mutuo encaje tuvo, por su parte, su respectiva adscripción al naturalismo, tal y como lo fraguó Manet a partir de la lección de Velázquez y los holandeses. Sargent, por ejemplo, se hizo pintor animado por un amigo de Manet, el francés Carolus-Duran, asiduo estudioso de Velázquez y tan entusiasta difusor de la Escuela Española que fue objeto en vida de un homenaje en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. La más precaria y humilde formación de Sorolla, la de un artesano tutelado por Capuz, se esponjó, no obstante, más tardíamente bajo el alto patrocinio intelectual de Aureliano de Beruete, que además de su probado talento pictórico fue una de las figuras más cosmopolitas y cultivadas de la España finisecular.

Por lo demás, si sus orígenes,

formación y primer desarrollo fueron muy distintos, es evidente que sus sendas fueron paulatinamente convergiendo. Es cierto que su emparejamiento no es un asunto, como se dice, "cerrado", no sólo porque admite a otras parejas, como la que, hace años, promovió el Museo Sorolla de Madrid enlazando a su pintor con el sueco Anders Zorn (1860-1920), sino, en general, con otros artistas, más o menos contemporáneos suyos, como Whistler, Boldini, Libermann, Corinth o, sin ir más lejos, con los también españoles Zuloaga y Anglada Camarasa, estos dos, como el propio Sorolla, triunfadores internacionales en la amplia vaguada de lo finisecular. Sea como sea, ni a Sargent, ni a Sorolla, ni a ninguno de los demás citados les corresponde ser etiquetados como artistas académicos y, aún menos, con el despectivo remoquete de pompiers, aunque todos ellos fueran circunstancialmente arrollados por el arrasador vendaval de la vanguardia militante, cada vez historiográfica y críticamente más puesta en su sitio.

Pero, ¿en qué más se pueden emparejar concretamente Sargent y Sorolla? No, desde luego, en mi opinión, en la antañona y meliflua definición de "luministas", que paradójicamente lo oscurece todo, sino en su respectiva absorción por el retrato y su reinterpretación del paisaje, muy influido por los nuevos encuadres fotográficos y la técnica del sketch, en la que ambos eran consumados virtuosos. De todas formas, no se puede negar, y todavía menos tras visitar la presente exposición, que Sargent era más refinado y sofisticado que Sorolla, cuya fuerza radica siempre en su instinto y ávida vitalidad. La técnica de Sargent es, sin duda, más jugosa y brillante, y son más ricos y variados los modelos históricos que frecuenta, que, al margen de los antes citados, también manifiestan una deuda muy bien asimilada del gran retrato británico del XVIII, con, por supuesto, Reynolds a la cabeza, pero seguido de Allan Ramsay y otros grandes maestros del empirismo escocés. Frente a esta abrumadora trama, el pintor español, un portento de facultades y un trabajador infatigable, aporta el nada despreciable venero de su sensualidad física y de su bravura, de eso que llamamos instinto, algo muy característico, por otra parte, de nuestra tradición, que puede parecer tosca, pero que, asimismo, es, no pocas veces, deslumbrantemente intensa.

No sé; quizá esta convocatoria Sargent/Sorolla, en sí y como está planteada, no aclare lo suficiente el trasfondo cultural en el que estos pintores florecieron, pero llama eficazmente la atención sobre un aspecto de nuestro pasado artístico inmediato todavía mal conocido y, lo que es peor, erróneamente valorado. De lo que no me cabe la menor duda es del festín pictórico que supone poder contemplar la obra de Sargent y Sorolla, juntos o por separado, y, por consiguiente, del merecido éxito masivo que obtendrá entre el público visitante, lo cual, sin ser una patente de corso, tampoco hay que tomarlo como una desgracia.

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