Tortura escolar
Defínase como se defina, bullying, matonismo o acoso, son cada vez más los casos en España de tortura escolar que llegan a conocerse a través de los medios de comunicación. El fenómeno en sí no es nuevo. Incluso es menos agudo que en otros países de nuestro entorno. Tal vez ahora se conozca más debido a la voluntad de las víctimas de presentar denuncia. Llama de todos modos la atención la extrema crueldad que revisten algunos de ellos, lo que evidencia la sensación de impunidad que exudan los victimarios y la indefensión de quienes sufren la vejación. Eso exige, indudablemente, la aplicación de medidas educativas y judiciales más severas, que transmitan al culpable el temor de que quien la hace, la paga. Pero, desgraciadamente, no es así en bastantes episodios de violencia.
Resulta en ese sentido muy comprensible que el padre de la menor de 13 años a quien tres de sus compañeras de un instituto público de Ponferrada (León) le fracturaron la pierna con una paliza hace una semana, "porque querían vacilar", pida un escarmiento para que no vuelva a ocurrir. Sería conveniente que las medidas de rigor que han anunciado las autoridades docentes de la Junta de Castilla y León no quedaran en una simple expulsión de las agresoras del centro de estudios. La indefensión se produce también en el profesorado. No faltan los ataques psíquicos o físicos de alumnos como consecuencia de la sustitución en las aulas del concepto de autoridad y disciplina por el de igualdad y coleguismo.
Como botón de muestra queda la brutal agresión el pasado lunes de un ex alumno a un profesor en un instituto de San Vicent del Raspeig (Alicante), grabada con el móvil por una compañera, tras reprenderles por tener cigarrillos. La ironía es que el instituto en cuestión ha pedido a las autoridades competentes locales vigilancia privada para que no se repitan sucesos como éste, pero se le ha denegado por falta de presupuesto.
Es verdad que los centros de enseñanza disponen de las herramientas necesarias para imponer una sanción. Sin embargo, no siempre les resulta fácil, pues deben vencer resistencias por parte de los padres del presunto infractor. Algunos llegan a convertirse en jueces y vengadores. Véase lo ocurrido también estos días en un instituto de Elche donde una madre no se anduvo con contemplaciones y pegó a una maestra que intentaba detener una pelea en la que participaba una de sus hijas. La escuela es una factoría de formación del individuo, pero los valores cívicos y morales deben ser inculcados antes que nada en el hogar: no parece que los padres tengan siempre bien aprendida esta lección.
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