11 de marzo
Hace 960 noches que Abel no duerme a mi lado. Nunca imaginé que su muerte fuese a ser revivida en forma de polémica política o mediática cada uno de esos 960 días. Aún sigo quedándome atónita cada vez que gentes con poder le nombran para arremeter contra su particular adversario; pero el colmo llegó ayer, cuando descubrí que algunos usurpadores llamados "peones negros" -seguidores incondicionales de no sé qué emisora de radio- se apropiaron de la fotografía y de un retazo de la vida de Abel -junto con la de los otros 191- con la vil intención de usarlo como logotipo de sus macabras teorías conspirativas sobre el 11-M.
Probablemente, estos fanáticos sean los mismos que se atrevieron a pedirnos a las familias de los asesinados, un frío día de diciembre, "que nos metiéramos a nuestros muertos por el culo". Probablemente, su mezquindad se conserve intacta, o incluso se haya multiplicado gracias al incansable goteo de indignidades públicas que rodea todo discurso interesado sobre el mayor atentado terrorista que ha sufrido este país. Pensaba que mi capacidad de indignación ya no podía ser mayor, pero me equivocaba. Y para poder seguir luchando cada día por superar mi propia pérdida, sólo me queda suplicarle a todo aquel que quiera escuchar que nos dejen en paz. Ya es suficiente, dejen de jugar con el sufrimiento ajeno. Nuestro dolor no les pertenece, no les ha pertenecido nunca.
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