Los Rolling Stones, vistos por Godard
Cinemanía Clásico estrena 'Sympathy for the devil', largometraje documental sobre una grabación de la banda de rock
Sympathy for the devil, la polémica película que Jean-Luc Godard rodó con los Rolling Stones, se estrena hoy en Cinemanía Clásico (22.00, dial 46 de Digital + y redes de cable). Se trata de un producto genuino de 1968: se alternan imágenes de los Stones trabajando a su ritmo en un estudio londinense con escenas que reflejan la temperatura política de aquel año, rebosante de mutaciones revolucionarias.
La intrahistoria de la película es muy propia del 68: una millonaria griega ofreció a Godard financiarle una película sobre el drama del aborto. De alguna manera, aquel proyecto fue reciclado y el realizador terminó en Londres filmando a un grupo pop en acción. Empezó por la cumbre, pero los Beatles se negaron al experimento; se conformó con los Rolling Stones, por entonces muy habituados a ser los segundones.
Godard tuvo suerte: los focos del rodaje terminaron por incendiar el techo de los estudios Olympic. Para entonces ya había captado algo extraordinario: el proceso de elaboración de una ambiciosa canción inspirada por El diablo y Margarita, la novela antiestalinista de Mijaíl Bulgákov. El tema se llamaba inicialmente The devil is my name, pero quedaría inmortalizado como Sympathy for the devil.
Grabar un disco no suele ser el espectáculo más dinámico del mundo, aunque se haga al estilo clásico, con todos los músicos reunidos en el estudio. Pero el ojo atento puede ver detalles reveladores: la marginación de Brian Jones (que moriría un año después), el lacónico liderazgo musical de Keith Richards, la habilidad con que Mick Jagger metaboliza sus lecturas y universaliza su ocurrencia satánica con la referencia al asesinato de los hermanos Kennedy. Revolotean alrededor novias y asociados, pero ellos siguen a lo suyo, ignorando incluso al equipo de filmación.
En el estudio, la cámara de Godard alcanza a ser invisible. En las escenas extramusicales parece aspirar a la impenetrabilidad. Sus actores leen textos de Hitler o del black power, se instalan en una tienda de pornografía, entrevistan a una Eva Democracia monosilábica, se preparan para la lucha armada en un depósito de coches de desguace.
Un material eminentemente godardiano que parece calculado para sabotear la parte documental, un juego de salón parisiense que todavía hoy pone a prueba la tolerancia de los seguidores de los Rolling Stones. Inevitablemente, y eso también fue muy 68, Godard y sus productores terminaron enfrentados por el montaje final.
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