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Reportaje:

Hasta el gorro de la Montera

El Ayuntamiento no logra reducir la prostitución de la zona con la vigilancia policial

Daniel Verdú

A la una de la madrugada del miércoles, un hombre enano baja por la calle de la Montera. Poco a poco se va parando en cada uno de los portales o tramos de acera donde se apostan las prostitutas. Pregunta precios e insiste en contratar sus servicios. Ellas lo desprecian por su estatura, se ríen y siguen hablando de sus cosas. Sigue calle abajo y se va de vacío. Es una de las pocas personas que, nueve meses después de comenzar el plan del Ayuntamiento para revitalizar Montera, se propone contratar a una prostituta en esa calle y no lo consigue.

Los vecinos y comerciantes de la zona denuncian que el Ayuntamiento, a la vista de lo que ocurre, no ha tomado las medidas necesarias para atajar el problema. Agradecen la presencia policial, pero no ven mejora. "Está igual que siempre. Además, han venido mujeres nuevas en los últimos 15 días. Todas rumanas y todavía menos respetuosas", dice José Benito, dueño de una floristería de la calle. "Hemos pedido ayuda al Ayuntamiento, a la Comunidad y a la Delegación del Gobierno. Y como si no existiéramos", añade.

Cuando los agentes desaparecen, las meretrices suben a los pisos con los clientes

A las 12.00, enfrente de los tres pisos que sirven de improvisado prostíbulo -dos en la calle de Jardines, número 2 y uno en el 4 de Caballero de Gracia- suele haber un policía municipal y un coche patrulla. "Identificamos a los clientes y a las chicas. Si no tienen nada pendiente les dejamos marchar. Pero no suben", explica un guardia. En ese momento, una prostituta se asoma a la calle de Jardines con un hombre de unos 60 años. Ve al guardia, retrocede y se mete con su cliente en el locutorio de la esquina. Esperan unos minutos y van calle arriba.

"Cuando no pueden subir a los pisos de aquí, se van a Desengaño o a otro piso que hay en la plaza del Carmen", explica Gilmar, propietario del bar Ciudad de Tui y vicepresidente de la asociación de comerciantes de Montera. En su bar hay una persona que controla la puerta y no deja entrar a las prostitutas y a los proxenetas. "Una vez le pedí a uno que se fuera. Abrió la chaqueta y me enseñó una pistola. Me dijo que cuando saliese fuera me pegaba tres tiros", recuerda.

Los proxenetas, especialmente los de las prostitutas rumanas, son los que más incomodan a los vecinos. "Ellas, pobres, no tienen la culpa. Pero a esos tíos que las esclavizan tendrían que encerrarlos", dice José Antonio, un vecino de la calle. "Están todo el día metidos en el locutorio de la esquina de la calle de Jardines. La encargada tiene miedo de echarlos. Van vestidos siempre con ropa elegante y enjoyados de arriba abajo. Como no les cuesta ganar el dinero...", dice Gilmar.

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En Montera, ya ni los policías se libran de las amenazas. Cuatro municipales destinados al servicio de vigilancia de la calle resultaron heridos una noche de hace dos semanas cuando trataban de identificar a un hombre que se estaba fumando un chino. El tipo la emprendió con un cúter contra ellos y uno resultó herido de gravedad.

A las 14.30, debajo de los pisos de la calle de Jardines ya no hay ningún agente. Ese momento lo aprovechan todas las prostitutas con cliente. Los pisos, un segundo y un tercero con cuatro habitaciones cada uno, funcionan con normalidad cuando desaparece la policía. Suben, pagan unos cinco euros por usarlos, y, en unos 15 minutos, vuelven a currar a la calle.

"Las inspecciones son constantes. Pero algunos pisos tienen licencia de pensión o son domicilios particulares. Cerrar un sitio así no es tan fácil", dicen fuentes del Consistorio. Difícil o no, esos pisos llevan años sirviendo de lugar de trabajo a las prostitutas.

A las tres del mediodía del miércoles, en Montera hay unas 20 chicas esperando clientes. Rumanas, africanas y latinas distribuidas por zonas y nacionalidades. Resguardadas de la lluvia y custodiadas por los chulos, que entran y salen de las casas de juego impunemente, y por la policía, que intimida a sus clientes.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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