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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ciudad de los muertos

El Día de los Difuntos, el jueves que viene, estará teñido sin remedio de valoraciones electorales y prospectivas para formar el nuevo Gobierno: sólo al sexto presidente de la Generalitat podía ocurrírsele que el séptimo iniciara su singladura en una jornada tan crepuscular. La metáfora hiela: la Parca cortando el hilo de la vida mientras el ganador de los comicios busca apoyos parlamentarios para su investidura. ¡Brrrrrr! Poca oportunidad van a tener los muertos de descansar en paz y los vivos de pensar en ellos con este revuelo. Y sin embargo, la ciudad de los muertos se mueve estos días con varias inciativas paralelas.

En el Museo de Historia de Cataluña, en Barcelona, puede visitarse la exposición Cementiris d'ultramar, fotografías de Pilar Aymerich que siguen el rastro de apellidos catalanes desde el cementerio de Montjuïc hasta los de La Habana (Colón), Montevideo (Central y el Buceo) y Buenos Aires (la Recoleta). Las fotos de Montjuïc son en blanco y negro: detalles de cenotafios, esculturas y ornamentos fúnebres, marcados por un eclecticismo de estilos casi insoportable. Como señala bien Aymerich en el prólogo, los cementerios surgen en paralelo a las ciudades, de forma tan compulsiva y desordenada como ellas, hasta el punto de reproducir en miniatura sus mismas contradicciones. Una de las fotos consiste en una vista panóramica de la Recoleta con un barrio residencial al fondo. El desordenado abigarramiento horizontal en primer término contrasta con la densidad vertical de las edificios de pisos posteriores, estableciendo una curiosa dialéctica entre supuestos vivos y muertos. Aymerich retrata el mármol y la piedra, con especial predilección por los ángeles abatidos, aunque también se fija en algún motivo irónico, como ese alfil enorme que culmina el sepulcro habanero de José Raúl Capablanca (1888-1942), campeón mundial de ajedrez. La fotógrafa sólo incluye dos seres vivos en toda la serie: dos gatazos, uno de la Recoleta y otro del Cementerio Central de Montevideo. Ninguno de Barcelona.

Precisamente, a la entrada del cementerio del Poblenou un cartel advierte de que está prohibido dar de comer a los gatos del recinto, salvo si uno está debidamente acreditado. El cronista, ¡uuuhhh!, se fue hasta allí la noche del sábado, para realizar una visita nocturna a la que había sido invitado por los jóvenes diseñadores del X FAD. Una visita, digamos, semidramatizada: una joven vestida de ferroviario anarquista del siglo XIX, armada con un candil, iba dando explicaciones a un grupo formado por una treintena de personas, provistas de velas entregadas a la entrada. Para una crónica está bien, pero si se quiere apreciar con detalle la espectacular obra funeraria del recinto diseñado por el arquitecto Antonio Ginesi e inaugurado en 1819, entonces conviene apuntarse a las visitas guiadas diurnas (a las 10.30 y a las 12.00 horas) que cada primer y tercer domingo de mes organiza Cementiris de Barcelona. Claro que toparse en el camino en penumbra con un violinista que tocaba el Adagio de Albinoni o el Canon de Pachelbel, o un violonchelista que interpretaba una suite de Bach, tenía su morbo en esa noche húmeda con una luna de uña pintada en el cielo. La ferroviaria nos dejó junto al templete construido por el propio Ginesi, donde vino a recogernos una encopetada dama modernista tipo la de Anís del Mono para pasearnos por la zona noble donde se encuentran los panteones de las grandes familias, como los Arnús o los Via. De regreso a la zona proletaria, aún tuvimos tiempo para detenernos ante el nicho del ciudano Josep Verneda, cuyo epitafio en cómicos pareados lamenta que un médico acabara con una buena salud mantenida a lo largo de 79 años. Por supuesto, también honramos la tumba del Santet, ese joven muerto de tuberculosis en 1899 que, según la tradición, anunció visionariamente el incendio de los almacenes El Siglo, todavía hoy muy venerado como atestiguan los numerosos ex votos.

A la salida del cementerio del Poblenou, uno se fija en el expendedor automático de ramos de flores, a 10 y 15 euros, y piensa que no hubiera desentonado en la exposición Too young to die, visible hasta el 3 de noviembre en la cripta de la Capella dels Àngels del FAD, un lugar ciertamente adecuado al tema funerario. Entre esqueletos dándose el lote en un nicho, una urna para depositar la última voluntad o tapas de ataúdes pintadas con graffiti, uno puede encontrarse con soprendentes propuestas, como un downtown de rascacielos en Montjuïc para difuntos de los próximos 500 años, titulado Alianza de Religiones, en sintonía con la de civilizaciones auspiciada por Zapatero, y un proyecto para convertir el cementerio de Collserola en un conjunto de huertas urbanas. En paralelo a la exposición estaban anunciadas varias proyecciones, bajo el título de Fiambre Film Festival, cuya sesión del viernes se suspendió. Para mañana, en los Verdi Park está anunciada la presentación del cortometraje Te acompañamos, dirigido por Lluís Sampieri, sobre el duelo tras la desaparición de un ser querido, acto impulsado por los Servicios Funerarios de Barcelona.

Así pues, la ciudad de los muertos está muy viva. Más allá de la política.

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