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Columna
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Mesas vascas

Para el vasco, una mesa surtida y buena compañía son el paraíso en la tierra. ¿De ahí nuestro entusiasmo por las mesas políticas, las que ha habido y las que vendrán? Más que de ingeniería política disfrutamos de carpintería política. Tenemos las maderas y los listones (o pensamos que los tenemos), así como las intenciones, y, ya que no un corralillo, cualquiera diseña su mesa ideal, o un par, pues el sueño se dispara si de mesas trata. Asegura el Diccionario que la mesa "sirve para comer, escribir, jugar u otros usos". Lo de los "otros usos" es por lo que nos ocupa. Segunda acepción: "en la místico, acto de recibir los fieles la Eucaristía". Irán por ahí las cosas, pues lo sobreterrenal anega la obsesión vasca por las mesas, de las que se espera la redención eterna, incluso la comunión con ruedas de molino.

Todo gira en torno a la mesas. Más que de ingeniería política, disfrutamos de carpintería política

No es de hoy en pechos vascos el afecto por las mesas. Desde hace treinta años, alguna gobierna nuestras vidas, o lo intenta. Quizás hubo antes mesas de las que carezco de noticia o memoria pero, hasta donde me alcanza, ésta nuestra actual vida terrenal comenzó con la Mesa de Alsasua de 1977. De entonces a acá siempre alguna mesa nos ha acompañado, echándonos su aliento.

Verdad es que de aquella Mesa nació un Movimiento Nacional que no llamó Mesa sino Herri Batasuna, pero en reconocimiento al principal mueble de los vascos -la mesa, no la cama como en otros lares: otro gallo nos cantara- su dirección se llamó Mesa Nacional, y ahí sigue. Porque ha cambiado HB, se ha transformado su razón social, incluso se ha ilegalizado o así, pero la Mesa Nacional siempre ha permanecido con nosotros para consolarnos en nuestro tránsito por la vida pública.

Otras mesas nos han condicionado, bien que, en general, sin la agreste agresividad de la aguerrida Mesa Nacional. Existió, un día lejano, una Mesa de Ajuria Enea que parió el acuerdo de su nombre y que otro día dejó de juntarse. Fue virtual, pero tiene interés, lo de enero de 1989 cuando, en plenas conversaciones de Argel, Garaikoetxea propuso que se formase una "mesa paralela" que incluyese a HB, para que ambas negociaciones, la "técnica" de Argel y la "política" de los partidos marchasen a la vez.

Así que, en cuestión de mesas, no hay nada nuevo bajo el sol de los vascos, o es quizás lo nuestro el eterno retorno, pues pasan los lustros y las ideas de las mesas siempre son del mismo diseño y donosura. Nuestra carpintería política no resulta imaginativa.

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Vino después la Mesa de Lizarra-Garazi y la historia echó a correr de nuevo. Tras su sombra proliferaron mesas, por mucho que fuesen virtuales, o por eso. Entre otras, el lehendakari Ibarretxe ha concebido la "Mesa para la defensa de la pluralidad", que se le ocurrió en 2002, entre cuyos efectos se contó una Mesa de Arkaute. Seguro que ambas fueron históricas, aunque cueste recordarlas. Luego, el lehendakari aseguró en la campaña de 2005 que se reuniría a las 8 de la mañana del día después de las elecciones en dos mesas: una Mesa con Zapatero, y otra Mesa con las Fuerzas Políticas. No se reunió y evitó madrugón y ubicuidad. Por entonces aseguraba ya la necesidad de una "mesa de normalización". Pasaron los meses y ésta se transformó en "mesa de diálogo"" con Batasuna incluida, y al sueño se llamó también "Mesa de Ibarretxe", por lo que era homónima al Plan de su nombre. Con la tregua, en marzo, el concepto de "Mesa de partidos" encarnó entre nosotros. Y ahí andamos.

Para entonces un autodenominado Foro de Debate Nacional había creado ya una Mesa para el Acuerdo, que se reunió en Arantzatzu, y que funciona ahora como Mesa de Resolución, y es mesa de parte, con la solución (y resolución) para todo. O sea: nos independizamos, anexionamos Navarra, les quitamos un trozo a los pardillos franceses, les damos por el saco a los españoles y santas pascuas.

Hoy todo gira en torno a la Mesa de Partidos. Se diría que interesa más la mesa que sus resultados. Llegar a la autodeterminación y a esas cosas sin pasar por buena mesa no tendría gracia. Nos va la marcha, y la mesa vasca es siempre mesa bélica, un tanque con patas, un misil a cuyo alrededor sentarse.

¿De qué serviría ganar la independencia sin sentar al español a la mesa para que pase un mal rato, para avergonzarle por su mal proceder? Y por sus malos pensamientos.

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