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Columna
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Es la economía, estúpidos

"Es la misma frase de siempre: la Bolsa o la vida; sólo que con una gran diferencia, y es que ahora, mientras la uve sigue siendo minúscula, la be se ha vuelto mayúscula".

Esa sentencia la escribió Juan Urbano en su cuaderno de pensamientos después de haber leído en el periódico que el candidato del Partido Socialista Obrero Español a la alcaldía de Madrid será el asesor del presidente del Gobierno en temas económicos, Miguel Sebastián.

"O sea, que es lo que siempre digo", reflexionó: "que, te guste o no, si quieres saber lo que realmente pasa en el mundo tienes que leer las páginas de color salmón de los diarios y acordarte mil veces al día de la minúscula máxima por la que el ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, pasará a la Historia: ¡Es la economía, estúpido!".

Lo que le ocurre a Juan, como a tantas personas, es que siente que esa coma de la frase de Clinton es una frontera que divide en dos la realidad, y él no se siente del lado de los que comprenden la economía, sino del de los estúpidos que la encuentran indescifrable: mala cosa, que aquello que lo gobierna todo lo puedan entender tan pocos.

Lo cual llevó a nuestro filósofo de todos los jueves a hacerse una pregunta y a llegar a una conclusión: "¿La economía puede ser humana? Sin duda, y lograr que lo sea debería convertirse en el principal objetivo de todo político decente".

Seguro que Sebastián, que es doctor por la Universidad de Minnesotta, ex director del Servicio de Estudios del BBVA y profesor de la Universidad Complutense, debe conocer todos los rincones de un euro que, aunque sea redondo, está lleno de esquinas; pero si quiere que los ciudadanos entendamos de qué habla cuando nos hable de economía, estúpidos, lo primero que tendrá que hacer será traducir sus cifras y tantos por ciento a nuestro lenguaje.

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Sebastián quiere, según sus primeras declaraciones, más o menos lo mismo de todos y de siempre: triplicar la productividad, que el empleo siga creciendo en Madrid pero intentando luchar contra la precariedad laboral y, esto suena a nuevo, morderle al producto interior bruto unos 8.000 millones de euros que se dedicarían a financiar programas sociales "y a seguir aumentando el capital productivo físico, humano y tecnológico para realimentar el proceso".

Cosa, esta última, que a Juan Urbano ya le sonó un poco a chino de las montañas Hengshan.

Luego, mientras le escuchaba explicar al candidato que "lo bueno de repartir el déficit cero a lo largo del ciclo es que no se acumulará en términos nominales una deuda que está ahora en torno al 50% del PIB y que, en 30 años, reduciremos al 10%, con lo cual dispondremos de un enorme colchón para afrontar el aumento de gastos en sanidad y pensiones que va a generar el envejecimiento demográfico, con lo que lograremos hacer justicia intergeneracional"..., pensó que al llegar al final de esa frase tendría que llamar a los bomberos para que lo desenredaran.

Más inteligibles le parecieron las ideas de Sebastián sobre la vivienda, con las que venía a decir que si sale elegido construirá 180.000 casas protegidas y hará que el 5% de las que están vacías en Madrid, que suponen un 30% del total, se alquilen. "Ese 5%", aseguraba Sebastián, "serían 300.000 pisos, un número suficiente para cubrir las necesidades sociales".

¿Sería verdad? Bueno, quién sabe, porque una promesa lo mismo puede ser media verdad que toda la mentira, dependiendo de quién la haga y para qué, pero al menos a Juan Urbano le pareció que ése sí era un buen camino, el de darle vida a la frialdad de las cifras el calor de los problemas que tenemos la gente normal, estúpidos.

Al pensar en eso, se acordó de la famosa anécdota de cuando varios miembros del Ayuntamiento de Madrid fueron a informar al periodista Julio Camba, que vivió 13 años en la habitación 383 del hotel Palace, de que la corporación municipal había decidido ponerle una calle, a lo que el escritor respondió:

"¿Una calle? ¡Pero si yo lo que necesito es un piso!".

Juan Urbano echó a andar hacia su casa, pensando que el día en que la palabra economía y la palabra estúpido fueran tan imposibles de mezclar como el agua y el aceite, es que todo estaría mucho más claro.

¿Lo lograría Miguel Sebastián? ¿Será capaz de hacer transparentes los números, para que todos nosotros sepamos lo que tienen dentro?

No le cupo ninguna duda de que ése iba a ser el gran reto del nuevo candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid.

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