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Reportaje:

El ángel de la guarda amarillo

La DYA celebra sus 40 años, en los que ha crecido de Bilbao al resto de España y hasta Filipinas

Detente y ayuda. Las tres palabras que forman el nombre de la DYA son en la actualidad un código de conducta para cualquier ciudadano de bien. ¿Quién hoy día no ayudaría si se encontrase con un accidente en la carretera? Sin embargo, hace 40 años las cosas no eran iguales. Como recuerda la propia web de la organización (www.dya.es), ésta nació por "el creciente desinterés de los conductores por ayudar en casos de accidente o avería" y "la inexistencia de servicio alguno de ambulancias que se encargara de atender o trasladar de una manera reglada, metódica, segura y efectiva" a las víctimas de un siniestro.

Con esa constatación, Juan Antonio Usparicha fundaba la entidad en Bilbao en 1966 para ayudar a los accidentados en carretera. Su personal, tres sanitarios. El material, una ambulancia. De ello hace ya cuatro décadas, aniversario que se cumplió en enero. Aunque durante todo el año los miembros de la DYA lo han ido conmemorando de una u otra manera, es este fin de semana cuando realizan el acto más importante: un desfile de 55 vehículos de su actual parque móvil con su característico color amarillo, que ayer tarde recorrió la Gran Vía de Bilbao para terminar en el Arenal. Por la mañana, una selección de estos vehículos estuvieron aparcados en la explanada del Museo Guggenheim. Allí se reunieron bicicletas, motos, furgonetas y embarcaciones.

"No se puede imaginar por qué estupideces se deja la gente la vida en la carretera"

"Es un orgullo haber llegado hasta aquí y poder celebrarlo", asegura Javier Ardanaz, delegado en Getxo y jefe del parque móvil de Vizcaya. Él ha sido el encargado de organizar también el acto conmemorativo. Aquella primera y solitaria ambulancia se ha convertido ahora en todo un parque móvil integrado sólo en Vizcaya por 27 ambulancias, 16 vehículos para transporte de discapacitados, seis todoterrenos, una unidad móvil de primeros auxilios, dos hospitales de campaña, dos caravanas, cuatro vehículos auxiliares y ocho bicicletas, que manejan socorristas y transportan un botiquín y un desfibrilador.Y es que lo que empezó como simple ayuda en carretera se ha ampliado a otros muchos campos médicos. Por ejemplo, ahora traslada a discapacitados y dispone de un centro de día para enfermos de Alzheimer en Neguri. Además, sus voluntarios han estado en catástrofes como el terremoto de Pakistán, el tsunami de Indonesia o los incendios del pasado verano en Galicia.

Ardanaz, como la mayoría de los 500 socios de la organización, "una de las primeras ONG", es voluntario y está disponible las 24 horas del día. "Los cargos directivos de la asociación, por norma, son gente voluntaria", precisa. En su vida cotidiana trabaja como agente de seguros. Su empresa le facilita el que pueda recibir los avisos y atenderlos. También en su familia encuentra comprensión para esta dedicación: "Mi mujer es enfermera en la DYA. Ahí fue donde nos conocimos", comenta este hombre que ya lleva dos décadas en la asociación.

"La DYA es un invento bilbaíno, que hemos exportado al mundo. No sólo llegamos ya a toda España, sino que también tenemos bases en Filipinas", relata Ardanaz.

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La asociación se financia, en parte, por las aportaciones de las instituciones públicas y en su gran mayoría gracias a las cuotas de los socios protectores, que son flexibles. "La DYA de Vizcaya tiene más socios que el Athletic",lo que supone más de 34.000 personas, afirma el responsable de la unidad de Getxo.

"No se puede uno imaginar por qué estupideces se ha dejado la gente la vida en la carretera", destaca Javier Ardanaz. "Creo que todas las medidas restrictivas en la conducción que se han establecido, como el carné por puntos, resultan insuficientes. Tenían que ser más rígidas. Por ejemplo, el nivel de alcoholemia permitido tendría que ser cero", asegura.

En estas cuatro décadas también ha habido lugar para la polémica. Hace ocho años, un grupo de ex socios sostuvo que existían pagos ilegales y anomalías contables en la organización. También que ésta funciona de manera dictatorial y todo el que disiente es apartado. Usparicha no quiso comentar entonces esas afirmaciones y sólo se refirió a la "eficacia" y la "entrega" de la DYA.

Los rostros de los niños

De la entrega que caracteriza a los voluntarios de la DYA resulta un buen ejemplo Arturo Núñez, un joven baracaldés de 26 años que estudiaba un módulo de carpintería metálica y se vió "atrapado" en la asociación de ayuda. "Hice el curso inicial [existen un total de tres niveles] y me acabé involucrando", comenta. Desde hace tres años es técnico en emergencias y ha acudido a distintas catástrofes. "Lo que más te impresiona es la gente, cómo te reciben a pesar de lo que han pasado. También los rostros de los niños, unos porque no sonríen nunca y otros porque juegan entre los escombros de un terremoto", explica Núñez, que es miembro de un grupo de intervención rápida.

La dedicación a la DYA de este joven le ha hecho también ser mucho más prudente en sus diversiones personales. "Cuando tengo que salir del fiesta, salgo, pero si bebo, por poco que sea, regreso en metro", indica.

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