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Reportaje:LECTURA

Las razones de Stalin para intervenir en España

Ángel Viñas analiza por qué las democracias no ayudaron a la República durante la Guerra Civil

En las reflexiones que Stalin fue madurando en Sochi [ciudad balneario del mar Negro] hubieron de pesar consideraciones geoestratégicas y geopolíticas que algunos autores, como por ejemplo [Dennis] Smyth, acentúan muy particularmente. Si España se hundía en manos del fascismo, ello representaría un peligro para Francia y Francia constituía el primer eslabón de la cadena que debía cercar las ansias expansionistas del Tercer Reich. Ni que decir tiene que en tal supuesto Hitler se vería inducido a llevar a cabo una política más agresiva.

Ésta, tarde o temprano, se dirigiría en contra de la URSS. Como se observa por el análisis de la política soviética efectuado por la embajada británica en Moscú, y que reproducimos en el apéndice documental, la relación de la URSS con Francia es algo que, al interpretar la postura soviética, parecía esencial a los diplomáticos del Reino Unido al situarse en el punto de vista del Kremlin. Si Francia se veía en peligro, la estrategia de seguridad soviética que en 1936 pivotaba sobre Francia se vería amenazada. Era un escenario que cabía contener: el tenor de los informes que verosímilmente estuvieron sobre la mesa de trabajo de Stalin en Sochi coincidían en numerosos aspectos. Dos de ellos eran esenciales: en primer lugar, que la República no tenía necesariamente perdida la partida; en segundo lugar, que una eventual victoria era sólo posible si se reequilibraban los sustanciales apoyos materiales que prestaban a los sublevados las potencias fascistas.

La soledad de la República

Editorial Crítica El libro se subtitula 'El abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Soviética' durante la Guerra Civil. Intenta responder a la pregunta de por qué la República sólo contó con el apoyo de la Unión Soviética y, simbólicamente, el de México.

La política soviética hacia la Guerra Civil evolucionó en el tiempo, como lo hizo la nazi. Sólo la italiana se enlodó en el avispero español sin encontrar nuevas motivaciones
La intervención de Stalin en España constituía un aviso a los agresores, en particular al Tercer Reich, para que se anduvieran con cuidado en sus ejercicios de intimidación
Un cuasi exterminador de la NKVD, Orlov, viajó a España antes de que llegaran los contingentes soviéticos que debían ser protegidos de las malvadas ideas trotskistas
Togliatti, para su eterna vergüenza, sostuvo que el trotskismo no era una corriente dentro del movimiento obrero. Era la vanguardia de la contrarrevolución
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Rebeldes, sublevados o franquistas; no nacionales

Ahora bien, si el elemento político-estratégico dominó la decisión de Stalin, ello no significa que no hubiese otros. El dictador soviético tenía preocupaciones adicionales muy básicas en los meses de agosto y septiembre de 1936. Había lanzado un combate sin cuartel contra el desviacionismo trotskista. Su implicación personal, directa, inmediata y continuada en la dinámica que condujo a la ejecución de Kamenev, Zinoviev [revolucionarios de la primera hora, que habían ocupado cargos relevantes] y restantes coacusados, punta del iceberg de la bautizada "facción zinovievista-trotskista", está documentada con toda minuciosidad. Es algo que no se les escapaba a los funcionarios de la Comintern [In-ternacional Comunista]. En el informe de [Pyotr Abramovich] Chubin [alto cargo de la Internacional Comunista] de 7 de agosto, que ya hemos mencionado, una gran parte se dedicó al movimiento trotskista y a su relación con los acontecimientos de España. El autor destacó como factor relevante el que los trotskistas en Francia se hubiesen apresurado a señalar que ya ellos habían previsto la evolución que seguiría la situación española. La rebelión, en particular, había sido preparada por los errores y equivocaciones del Frente Popular y no sería la República burguesa la que salvara a España sino la revolución proletaria. En esta perspectiva, parece que la impresión que de ello se desprendía era que España constituía un campo abonado para el éxito de las tesis y predicciones trotskistas. No es algo que en Moscú pudiera contemplarse con serenidad. ¿Qué hacer? Chubin sugería tres alternativas: ignorar a un movimiento cuya influencia era muy reducida, pero esto no resultaba conveniente porque los trotskistas aprovecharían todas las ocasiones posibles para esparcir sus provocaciones; hacer frente a sus puntos de vista contra-revolucionarios en Francia y España sin conectar tal acción con la Unión Soviética. Tampoco esto parecía correcto teniendo en cuenta la penetración del trotskismo en las filas anarquistas, como se demostraba en Barcelona. Finalmente, había que considerar las posiciones trotskistas en ambos países desde el punto de vista de su relación con el Gobierno soviético y los intentos por derrumbarlo, lo cual equivalía a querer derrotar a la Unión Soviética en su lucha contra el imperialismo. Era, afirmó, la única vía adecuada para la acción.

Elementos paranoicos

No cabe, pues, descartar la perspectiva ideológica como reflejo de un análisis que no carecía de elementos paranoicos. En Sochi, cuando el 6 de septiembre Stalin inició el giro de su política hacia España, dio a conocer sus propias impresiones a [su mano derecha Lazar M.] Kaganovich sobre la forma en que Pravda hubiera debido tratar y explicar el juicio contra la facción "zinovievista-trotskista" -y que no hizo-. Los ejecutados albergaban, según él, las más aviesas intenciones y eran reos del mayor pecado posible en la jerarquía de la repugnancia soviética: "la derrota del socialismo en la URSS y la restauración del capitalismo". La pugna contra "Stalin, Vorochilov [comisario para la Defensa], Molotov [presidente del Consejo de comisarios del pueblo] (...) y otros es una lucha contra los sóviets, contra la colectivización, contra la industrialización (...). Porque Stalin y los demás dirigentes no son individuos aislados, sino la personificación de todas las victorias del socialismo en la URSS, la personificación de la colectivización, de la industrialización y del florecimiento de la cultura, es decir, la personificación de los esfuerzos de trabajadores, campesinos y de la intelligentsia trabajadora en pos de la derrota del capitalismo y del triunfo del socialismo" (R. W. Davies et al, pp. 349s).

Al nivel del jefe supremo no cabe menospreciar este tipo de afirmaciones, y autores que han estudiado al Stalin de aquella época, tal es el caso de [Pavel] Chinsky, se han cuidado mucho de no hacerlo. Son afirmaciones que permiten, subraya, aquilatar el peso de la ideología en la práctica política estaliniana. Es evidente que Stalin quería que su primera gran purga política se percibiera desde el punto de vista que, con gran precisión, desarrollaba ante Kaganovich. Lo había echado de menos en Pravda y lo lamentaba. Se había perdido, afirmó, una gran oportunidad. Tampoco se trataba de meras elucubraciones teóricas. El 11 de septiembre Stalin aceptó la sugerencia de expulsión del comisario del pueblo adjunto para la Industria Pesada [Sergo Ordjonikidze], a pesar de que éste había participado con otros "sospechosos" pocas semanas antes en una campaña de prensa denunciando a zinovievistas y trotskistas y solicitando la ejecución de los acusados. En la reunión del presidio de la Comintern del 16, una de las cuestiones más importantes había estribado en identificar las lecciones que cabía extraer del juicio de cara a los partidos comunistas y al movimiento obrero internacional (Ivo Banac, p. 33). No menos significativo es que poco más tarde, el 25 de septiembre, Stalin ordenase la remoción de [Genrikh Grigorevich] Yagoda de su puesto de comisario del pueblo para los Asuntos de Interior y que lo sustituyera un hombre incluso más terrible, Nikolai I. Yezhov, quien rápidamente se convirtió en su mano derecha para el lanzamiento de una campaña masiva de purgas y de terror. En rápida escalada, el 29 de septiembre, el mismo día en que el Politburó aprobó formalmente el envío de suministros militares a España, Stalin firmó el decreto sobre "los elementos contrarrevolucionarios trotskistas y zinovievistas", que apuntaba pura y simplemente a la destrucción total de los mismos (Khlevniuk, 1995, p. 159).

Trotskismo demonizado

La discusión ideológica discurría en la misma línea. En los debates del presidio de la Comintern pocos días antes, Palmiro Togliatti (uno de los hombres importantes de Stalin en España en el futuro) se había basado en el diagnóstico de [Georgi] Dimitrov [búlgaro, secretario general de la Internacional Comunista] de que la lucha contra el trotskismo era un componente integral del antifascismo. Togliatti, para su eterna vergüenza, fue más allá: según ha recordado [Silvio] Pons, el trotskismo no podía considerarse como una corriente dentro del movimiento obrero. Se había convertido, ni más ni menos, en la vanguardia de la contra-revolución y no cabía combatirlo centrándose en grupos aislados. Era preciso purgar de manera drástica a los agentes de los enemigos de clase incrustados dentro del movimiento proletario.

Éste era, pues, el ambiente que flotaba en el Politburó, en el Sovnarkom [Consejo de comisarios del Pueblo] y en la Comintern en el mes de septiembre de 1936. En una palabra, no es absurdo suponer que probablemente Stalin no deseara que, "desde la izquierda", pudieran reprochársele componendas con los agresores fascistas. En puridad, ningún aspecto significativo de la política comunista o de la política soviética de la época es entendible sin referencia a la acción contra el trotskismo. Añádase la noción, surgida en los primeros días de la Guerra Civil, de que la Unión Soviética no podía perder su liderazgo entre las masas antifascistas e izquierdistas. Para [Fernando] Claudín, que escribió muchos años más tarde, no era dable a la URSS eludir su deber de solidaridad activa con el pueblo español en armas a menos de perder su prestigio a los ojos del proletariado mundial.

Así, pues, se combinaban riesgos de variada naturaleza: estratégicos, políticos, ideológicos. Para los dirigentes moscovitas, en particular el pequeño grupo del que Stalin se había rodeado, la ideología no era algo que pudiera tomarse a la ligera. Contaba y mucho. Y la decisión de Stalin de intervenir en España se produjo en un contexto de gran exacerbación ideológica. No es razonable pensar que esta segunda vertiente no tuviera efectos sobre la geoestratégica y geopolítica. Es sobradamente conocido que Stalin analizaba todos los acontecimientos, incluso los más nimios, desde una óptica política. Avanzando, pues, en el análisis podría afirmarse que la extensión a España del combate y aniquilación de los "traidores trotskistas", o de los izquierdistas desviacionistas (esencialmente anarquistas), estaba pre-programado ya que era un correlato de la intervención. De aquí que un cuasi-exterminador de la NKVD [policía política soviética], [Alexander] Orlov, se desplazase a España junto con un pequeño equipo mucho antes de que llegaran los contingentes soviéticos que debían ser protegidos de la contaminación de las malvadas ideas trotskistas.

En definitiva, la intervención en España, en septiembre de 1936, cumplía objetivamente, como gustaba de afirmarse en la jerga soviética, varias funciones de cierta trascendencia. No se trata de establecer un catálogo ni mucho menos de ordenarlas por su nivel de importancia. Esto último es posible hacerlo, con cierto grado de confianza, en el caso de Hitler y de Mussolini, pero no tanto en el de Stalin, faltos como estamos de fuentes directas sobre sus reflexiones en Sochi:

Reflexiones de Stalin

- Constituía un aviso a los agresores, en particular al Tercer Reich, para que se anduvieran con cuidado en sus ejercicios de intimidación.

- Ilustraba la "corrección" de las ideas que Stalin había ido elaborando paulatinamente sobre el carácter de un posible conflicto futuro en el que el fascismo alemán se configuraba como la amenaza por excelencia.

- Daba a entender a Francia que la Unión Soviética era un socio fiable, atento a proteger la seguridad colectiva en un momento en que ésta flojeaba.

- Ayudaba a reforzar el papel de Francia en el dispositivo soviético.

- Mostraba a la izquierda mundial, y a la propia población soviética, que la Unión Soviética no dejaba en la estacada al proletariado español.

- Contribuía a reducir las posibilidades de victoria del "fascismo" en una guerra que había desencadenado y cuya "variante trotskista" podría penetrar, en caso de éxito, por los intersticios del sistema estaliniano.

En este sentido cabría aducir que precisamente en las semanas siguientes a la decisión de Stalin se multiplicaron las detenciones, como si las autoridades, señaló el agregado militar francés [Henry Morel], quisieran persuadir a la opinión pública de que los detenidos estaban en connivencia con organizaciones extranjeras, hostiles al Estado soviético. Altos cargos militares, aunque no tan conocidos como los que caerían víctimas de las purgas en los años siguientes, figuraban entre ellos, amén de numerosos comunistas extranjeros, particularmente alemanes.

Abundan los autores para quienes las vacilaciones de Stalin se explican por la necesidad de combinar dos tensiones contrapuestas: ayudar, por un lado, a la República sin alienarse por ello el cortejo de las potencias democráticas ni antagonizar demasiado, por otro, al Tercer Reich. Ahora bien, al filo del desencadenamiento de la gran oleada de terror, no había ninguna otra medida que cumpliera de forma simultánea toda una serie de funciones en las que se mezclaban, inextricablemente, consideraciones estratégicas, de política exterior y de ideología, en la única "versión" permitida a la que ya tendía el sistema estalinista. A ellas se añadirían rápidamente otras, en parte ligadas a la lucha sin cuartel que Stalin emprendía contra todos los desviacionismos, a su "izquierda" y a su "derecha", o relacionadas con las experiencias bélicas que pudieran hacerse en los lejanos campos de España combatiendo al temido agresor nazi. Éste es un escenario algo más complejo que el que consiste en hipertrofiar la noción de que lo que Stalin persiguió desde el primer momento era establecer una base que apoyara la constitución en España de un remedo de república popular avant la lettre. La política soviética hacia la Guerra Civil evolucionó en el tiempo, como también lo hizo la política nazi. Sólo la italiana se enlodó en el avispero español sin encontrar ni nuevas motivaciones ni nuevas alternativas.

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