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Crítica:CLÁSICA | OBC
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ágape mahleriano

El apasionante, convulso e impactante universo de Gustav Mahler se ha convertido en un poderoso reclamo para el público barcelonés. Tan poderoso que anteanoche, sólo dos días después de la magistral lección impartida por Daniel Barenboim dirigiendo la Novena sinfonía en el Palau de la Música Catalana frente a la Staatskapelle de Berlín, el Auditori de Barcelona y el Liceo sirvieron más Mahler en sus respectivos menús sinfónicos. Al riesgo de la comparación se suma en esta ocasión el de una inoportuna coincidencia: los dos cocineros de la jornada -Sebastian Weigle, director musical del Liceo, y Eiji Oue, en su debut oficial como nuevo titular de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC)- llevaron a los fogones el mismo plato fuerte, la Quinta sinfonía, cuyo sublime Adagietto, utilizado por Luchino Visconti en su filme Muerte en Venecia, es ya un clásico popular en toda regla.

Hubo, al menos, cambios en los entrantes: Weigle sirvió otra abundante ración mahleriana, -canciones del ciclo Des Knaben Wunderhorn, con el barítono Matthias Goerne como solista-, mientras que Oue, equilibrando las altas calorías del repertorio germánico con un poco de dieta mediterránea, sirvió dos ligeros platos de autores catalanes: Catalònia, de Isaac Albéniz, y el Concertino para orquesta de cuerda, de Robert Gerhard. Nos toca comentar la cena cocinada por Oue y a ello vamos.

Chef japonés

El chef japonés abrió el ágape con Catalònia, pieza de carácter popular dedicada a Ramon Casas y estrenada con grandísimo éxito en París en 1899. Aunque Albéniz la concibió como primera de las tres partes de una suite popular que se quedó en eso, en un proyecto, tiene suficiente gancho autónomo y atrapa al oyente por su brillante orquestación. Todo sonó muy francés -Albéniz estudió con Paul Dukas y la sombra de El aprendiz de brujo, en su juego de colores, ritmos y armonías, está muy presente-. Hay, no obstante, aromas catalanes -la evocación del sonido de la cobla o el imaginativo tratamiento de la canción popular La filadora-, que a Oue se le escaparon, como es lógico, pero la orquesta le ayudó lo suyo y la versión sonó con fuerza y brillantez. Impecable fue, por la tensión melódica desplegada y el espíritu lírico, la lectura del Concertino, de Gerhard, obra para cuerda estrenada en el Palau de la Música en 1929 bajo la batuta del compositor y reconstruida (el manuscrito se perdió) por el musicólogo británico Meirion Bowen.

Con Mahler, el concierto dio un subidón y Oue se encaramó a lo más alto con una vehemente versión de la Quinta sinfonía, trabajada minuciosamente y llena de primorosos detalles que los músicos de la OBC expusieron con precisión, calidez y espectaculares relieves dinámicos. La fiesta culminó con el público aclamando literalmente al nuevo titular y a la orquesta. Un comienzo de etapa, pues, idílico, como corresponde a la luna de miel del nuevo matrimonio artístico, al que deseamos toda la suerte del mundo.

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